El 5 de octubre de 1939 Hitler presenció un desfile de la Wehrmacht en el centro de Varsovia. Cinco años después, el 90% de los edificios históricos de la ciudad estaban destruidos, pero aún quedaban miles de partisanos polacos. Entonces Hitler decidió enviar a las SS para “convertir la ciudad en un lago”.
Se cumplen 75 años del movimiento de resistencia más importante de la Segunda Guerra Mundial, un episodio poco y mal conocido fuera de Polonia a pesar de su trascendencia y emotividad. Aún hoy, cada primero de agosto, a las cinco en punto de la tarde, suenan sirenas en todas las ciudades del país y se detiene el tráfico durante un minuto para recordar el Levantamiento de Varsovia y recordar a sus víctimas. Se calcula que unos 250.000 civiles y más de 15.000 guerrilleros murieron en los 63 días que duró el último y desesperado intento de enfrentarse a los nazis que dejó a la capital polaca completamente arrasada.
En 1944 el ejército nazi intentaba contener el avance soviético en el frente oriental y para ello el gobernador nazi de Polonia, Hans Frank, reclamó la colaboración de los polacos para fortificar Varsovia. En lugar de ello, la resistencia de la Armia Krajowa (Éjército Nacional, en polaco) se revolvió contra sus invasores coordinando acciones simultáneas en toda la ciudad que debían comenzar a las cinco de la tarde (la hora “W” de wiktoria) del primer día de agosto. A pesar del éxito inicial, que les permitió atrincherarse en el centro y “conquistar” algunas calles, la escasez de armas (una pistola por cada cinco guerrilleros) redujo rápidamente el levantamiento a una ristra de puntos asediados que aprovechaban las alcantarillas, los escombros y las chimeneas para resistir.
Tras uno de los inviernos más fríos del siglo y después de que miles de varsovianos fueran enviados a Treblinka, la ciudad llevaba años desangrándose lentamente entre las penurias de la guerra y la opresión nazi. El ejército polaco, que seguía siendo leal al gobierno exiliado en Londres, quería liberar su país de los nazis antes de que llegase el Ejército Rojo, pues habían comprobado la suerte de los otros países “liberados” por Stalin. En el Levantamiento participaron no sólo soldados o guerrilleros: las historias de niños de hasta ocho años que actuaban como mensajeros entre los puestos de resistencia o adolescentes que esperaban en las barricadas a que derribasen a un partisano para tomar su arma forman uno de los capítulos más brutales de la guerra. Conscientes de su destino, se llamaban a sí mismos "los soldados condenados". "Fue tan difícil como la lucha por Stalingrado", escribiría poco después Himmler, jefe de las SS.
Objetivo nazi: borrar Varsovia
Cuando los alemanes comprobaron que el Levantamiento no era un simple brote rebelde y los polacos no aceptaron el ultimátum de Berlín (trataban de ganar tiempo con la esperanza de recibir ayuda de los aliados), Hitler ordenó borrar Varsovia de la faz de la tierra y para siempre. Las tropas de guarnición se retiraron y llegaron las SS al mando del siniestro Oskar Dirlewanger, un pedófilo caído en desgracia que se puso al mando de dos brigadas de al cargo de exconvictos, enfermos mentales y soldados expulsados de las SS por crímenes de todo tipo.
La consigna era arrasarlo todo y exterminar a la población. Las fotos de la época evocan una especie de Hiroshima europea donde la destrucción que tuvo lugar fue, sin embargo, mucho más concienzuda y minuciosa que la de una explosión nuclear.
El 2 de octubre, el general Bór-Komorowski firmó la capitulación polaca y todos los que quedaban aún en la ciudad fueron enviados a campos de concentración o exterminio. Los ingenieros nazis pasaron varios días demoliendo, incendiando y dinamitando los edificios de una Varsovia vacía, poniendo especial empeño en destruir museos, bibliotecas, iglesias y monumentos.
Mientras tanto, el ejército soviético, acampado al otro lado del río Vístula, contemplaba cómo sus enemigos se habían exterminado mutuamente y poco después tomarían lo que quedaba de Varsovia en cuestión de horas. Según muchos historiadores, Stalin dio orden expresa de no intervenir en favor de la Armia Krajowa y limitarse a esperar hasta que se oyera el último disparo.
Con el tiempo, la versión oficial impuesta por Moscú fue que los soviéticos habían liberado Varsovia del yugo nazi y los actos conmemorativos eran censurados. Los libretos con imágenes del Levantamiento circulaban de manera clandestina y no fue hasta 1982 que se pudo inaugurar una exposición pública en Varsovia que atrajo a dos millones de visitantes en tres meses. Aun así, no se llegó a levantar un monumento a las víctimas del Levantamiento en Varsovia hasta hace solo 16 años.
A pesar del tiempo transcurrido, este episodio de la historia polaca sigue generando preguntas y algunas polémicas. El emblema de la Armia Krajowa, una “P” fundida con la silueta de un ancla, es usada con frecuencia por grupos ultra nacionalistas que pretenden apoderarse también del aura de heroísmo y patriotismo que se asocia al Levantamiento. El uso espúreo de un símbolo que no se adscribe a ninguna militancia política e incluso la memoria de quienes combatieron en 1944 se ha convertido últimamente en una especie de amuleto esgrimido por los nacionalistas para aprovechar el respeto incontestable que despierta todo lo relacionado con la “Armia Krajowa”.
La edición polaca del semanario Newsweek recordaba hace poco en su portada el aniversario del sangriento verano de 1944 y entrevistaba a alguno de los veteranos supervivientes de aquel episodio. Refiriéndose a la furibunda campaña del gobierno ultra conservador polaco contra las personas gays, la Asociación para el Recuerdo de los Héroes del Levantamiento recordaba que “no hay justificación para humillar a las minorías sexuales en un país donde los fascistas asesinaron a los que eran por ser diferentes. Nadie tiene nuestro consentimiento para golpear y escupir a otras personas, ni para usar nuestro símbolo (para defender esos actos)”.
Con la perspectiva que da la historia, hay quien se pregunta si el Levantamiento fue un movimiento acertado, teniendo en cuenta las pocas posibilidades de éxito que tenía y el ingente coste en vidas humanas que tuvo. Ante esta pregunta, uno de los ex combatientes, responde citando la frase que pronunció antes de ser fusilada una chica de 17 años (“Inka”): “Hice lo que tenía que hacer”.