Si existe un ancestral pueblo cuya memoria se ha manipulado en función de los intereses de unos intelectuales, artistas y filósofos, ese es Esparta. No solo la cultura popular, con aquella película de 300 dirigida por Zack Snyder donde los espartanos se muestran como hombres vigoréxicos que dedican la totalidad de su vida a entrenar para el combate y se sacrifican ante los persas como protectores de toda Hélade, sino que las reinterpretaciones alteradas se remontan siglos atrás.
Tal y como escribe el catedrático en Historia Antigua César Fornis en El mito de Esparta (Alianza), "la laconofilia y la sublimación de todo lo espartano emergen en la segunda mitad del siglo V a.C. entre los atenienses críticos con las estructuras democráticas que regían en su polis". Por aquella época las élites de Atenas, no conformes con la legislación vigente, defendían la oligarquía espartana.
Los escritos continuaron a lo largo de los siglos; desde Eurípides hasta Plutarco; del Imperio Romano a la Edad Media, donde, tras años de especulaciones literarias, hubo un olvido generalizado en una sociedad que abandonó el interés por lo clásico. La figura de Esparta se recuperaría tras la Ilustración, lo cual influiría en las doctrinas de personalidades como Rousseau. Incluso François-René de Chateaubriand, motivado por sus impulsos románticos, viajó en 1806 hasta Esparta, invadiéndole una profunda decepción. "Las lágrimas inundaron mis ojos cuando los fijé en la miserable cabaña levantada en el paraje abandonado de una de las ciudades más renombradas del universo, ahora el único objeto que señala el lugar donde Esparta floreció", escribió en Itinerario de París a Jerusalén.
Comenta César Fornis que la idea de una Esparta totalitaria, militarizada y obsesionada con la selección natural se deben en gran parte a la propaganda nacionalsocialista durante la década de los treinta y cuarenta. "Es, por poner un símil, como si la imagen actual de Roma fuera la Roma de Mussolini", escribe.
Hitler, culpable del mito espartano
Con tal de reforzar los argumentos nacionalsocialistas, el führer retomaba la imagen de una Esparta poderosa como metáfora de un Tercer Reich que debía durar 1.000 años. "Proyectamos construir un imperio; el ejemplo de Esparta debe inspirarnos", se explicaba en las actas del Congreso Nacional sobre Antigüedad Clásica promovidas por el historiador Helmut Berve.
De la misma manera, el 4 de agosto de 1929, el propio Hitler declaró su admiración hacia el pueblo espartano, al cual definía como "el ejemplo más iluminador de Estado con base racial de la historia de la humanidad". De hecho, intentaría defender la eugenesia y la pureza de la raza aria comparándolo con sus tradiciones. En Segundo Libro, escrito por Hitler tres años después de Mein Kampf, aplaude la medida espartana de deshacerse de los niños enfermos, débiles y enfermos ya que era "un sinsentido" preservar a toda costa a "los individuos más mórbidos".
Tal era el ímpetu de los nazis de justificar sus políticas con el mito espartano que el escritor y eugenista alemán Hans Günther publicó en Historia racial del pueblo griego y romano que la aristocracia militar espartana y sus mujeres, "libres y fuertes", revestían rasgos nórdicos. Asimismo, escribió que la decadencia de Esparta se debió a una "desnordificación y degeneración" que desembocó en la pérdida de la pureza aria.
No solo el siglo XXI se ha atribuido inocentemente la propaganda nazi. Esta concepción de mujeres emancipadas lo apropiaría Simone de Beauvoir en 1949 en El segundo sexo: "En Esparta estaba en vigor el régimen comunitario y fue la única ciudad griega en que la mujer fue tratada casi igual que el hombre. Las muchachas eran criadas como los muchachos; la esposa no estaba confinada en la casa del marido".
¿Cómo eran?
Si la mayoría de los testimonios históricos sobre Esparta se basan en conjeturas y manipulaciones que reafirman las opiniones de aquellos que las remiten, los historiadores estudian cómo fue el pueblo que detuvo, junto a los atenienses, el avance persa en las Termópilas.
Lo cierto es que es complicado conocer la realidad y casi inevitable caer en especulaciones. "La principal fuente que tenemos es Plutarco y se basa en la Esparta romana", declara Fornis a EL ESPAÑOL. Las únicas voces autóctonas que han trascendido hasta la actualidad han sido las de Tirteo y Alcmán. Por lo tanto, la mayoría de testimonios acerca de Esparta pertenecen a extranjeros y escritores posteriores. Mientras que en Atenas se producían obras de teatro y se creaban escuelas filosóficas, en Esparta la tradición oral tenía mucho más peso, lo cual ha desencadenado en una pérdida importante del conocimiento milenios más tarde. De esta forma, Fornis escribe que "mientras miramos hacia Atenas a través de amplios ventanales, en Esparta apenas echamos un vistazo a través de una mirilla, y cualquier exigua luz que escapa es refractada a través de lentes no espartanas".
Por otra parte, Heródoto, por ejemplo, jamás describió la Esparta arcaica como una sociedad militarizada, aislada o intolerante con cualquier extranjero —la distribución de vasos laconios a lo largo del siglo VII y V a.C. en la cuenca mediterránea también pone en entredicho la autarquía económica de los espartanos—. Lo mismo ocurría con la más que mitificada educación espartana, donde supuestamente los niños varones eran arrebatados de sus familias para educarlos exclusivamente por el Estado. En realidad, seguía existiendo un contacto y un vínculo diario entre padres e hijos. Además, Fornis explica a este periódico que el rey Agesilao II "debía ser cojo, y de nacimiento", por lo que habría que matizar la costumbre de eliminar a los hijos que no hubiesen nacido en plenas condiciones físicas. En definitiva, concluye el escritor de El mito espartano, que Esparta es un pueblo más, "en absoluto diferente del resto de los griegos que les rodeaban".
Sin embargo, es evidente el impacto cultural y las creaciones artísticas que tienen inspiración en esta narrativa. La realidad espartana posibilitó que los espartanos derrotaran a Atenas en la Guerra del Peloponeso. El mito, empero, fue más allá influyendo desde las teorías políticas de Platón hasta la novela gráfica de Frank Miller. Y es que el filósofo contemporáneo Bertrand Russell tenía razón cuando afirmó en 1946 que "históricamente el mito es incluso más importante que la realidad".