A escasas horas de ser su cabeza rebanada por la guillotina, en la penumbra de una pequeña celda en la que arden dos velas sobre la mesa, María Antonieta, ya reina sin corona, pide papel y tinta para redactar una carta. Son sus palabras finales que dirige con letra firme y desde la soledad que antecede a la tragedia a aquellos que todavía se preocupan por ella. "A usted, hermana mía, es a quien escribo por última vez", arranca. Y se dice tranquila, pero con pena de abandonar a sus hijos por la fuerza, pidiendo con sinceridad perdón a sus amigos y enemigos por los males que les haya podido causar.
Esa misiva redactada desde las sombras de la muerte y de la vida en la Conciergerie, un palacio gótico que se transformó en una cárcel y tribunal revolucionario tras estallar la Revolución francesa, nunca llegaría a su destinataria, sino que saldría a la luz veintiún años más tarde de la muerte de la reina, con la restauración de los Borbones en el trono de Francia —la carta había sido "salvada" por un diputado llamado Courtois, quien se la regalaría como muestra de buena voluntad a Luis XVIII; presente que, sin embargo, no le salvaría del destierro—.
Este miércoles, con motivo del 226º aniversario de la ejecución de María Antonieta, esa última carta elaborada de su puño y letra regresa a la prisión, en pleno corazón de París, a orillas del Sena, donde fue escrita. Se trata de una de las más de 200 obras de arte y objetos personales que se muestran en la exposición María Antonieta: metamorfosis de una imagen, que trata precisamente de explicar cómo esta reina que fue tachada de frívola y despilfarradora por su pueblo ha mutado en una suerte de icono en el siglo XXI.
"Se ha registrado una proliferación de imágenes de María Antonieta, desde su tiempo hasta ahora, como si cada época, cada grupo, quisiera crear su reina: de traidora extranjera a mártir, de heroína adolescente a madre ejemplar, de mujer de la cultura a icono de la moda", se detalla en el programa de la exposición. "Por mucho que parecieses estar fuera de sintonía en comparación con la Francia de sus años, donde apenas se le comprendía, su imagen ha florecido después, especialmente en en estas últimas décadas".
Lo cierto es que en 1793, María Antonieta, nacida en Austria y esposa de Luis XVI, era la mujer más odiada de Francia. Decían que había traicionado y matado de hambre a los franceses mientras ella se regodeaba en sus lujos versallescos. La condenaron precisamente por eso, por alta traición. En la mañana del 16 de octubre, el pueblo salió en masa a las calles de la capital gala para insultarla y lanzarle escupitajos. Se cuenta que antes de que le cortaran la cabeza pisó a su ejecutor, a quien le dijo: "Perdón, señor, no ha sido a propósito".
Emblema cultural
Ahora bien, aquello era un juicio moral y social auspiciado por el clima de la Revolución francesa: había que difamar a la reina extranjera y pervertida, juzgarla con el metal de la guillotina. Su rebelde y libre espíritu nunca había sido bien visto en las dependencias del Palacio de Versalles, a donde llegó con tan solo 15 años. En la Francia de la actualidad, esta visión parece estar bastante desterrada —aunque recientemente a Carla Bruni se le haya tildado de nueva María Antonieta, y no por sus luces—: su cara aparece en cajas de chocolate y en las tradicionales galletas macarons; y se la celebra en la literatura y en el cine.
Y esta muestra organizada por el Centro Nacional de Monumentos, con zapatos, prendas y otros abalorios que lució María Antonieta en vida, pretende mostrar cómo se ha reconstruido la imagen de la reina, cómo se ha convertido "en un emblema clave de la cultura popular" y "verter luz sobre este fenómeno mundial de exageración mediática a través de un enfoque histórico y un examen crítico y comparativo de las formas".
Porque ya lo aventuró Stefan Zweig en las primeras líneas de su biografía sobre la monarca, a quien definió como "una mujer en realidad vulgar; ni demasiado inteligente ni demasiado necia; ni fuego ni hielo; sin especial tendencia hacia el bien y sin la menor inclinación hacia el mal": "Escribir la historia de la reina María Antonieta es volver a abrir un proceso más que secular, en el cual acusadores y defensores se contradicen mutuamente del modo más violento".
María Antonieta ha pasado de ser retratada como la gran princesa que pronunció con sarcasmo aquello de "que coman pasteles", en relación a los campesinos que no tenían para para llevarse a la boca, a una adolescente rockera y rebelde, una heroína, en la película Sofía Coppola de 2006, basada en la biografía de la historiadora británica Antonia Fraser. Y ha saltado de la condición de reina mártir de la restauración a otra de icono pop, de filón comercial.
Además, la reina se convirtió en los años 70 del siglo pasado en estrella del manga japonés, gracias a la serie La rosa de Versalles, de Riyoko Ikeda, que vendió más de 15 millones de ejemplares. Este fenómeno en el país asiático se explica así según Akio Matsushima, historiador de la Universidad de Hokkaido: "Los japoneses ven en ella el símbolo de las jóvenes esposas perseguidas por las familias de sus maridos". Más de dos siglos después, el legado de María Antonieta ha recuperado la cabeza que le cortaron en vida.