¿Eran los vascos descendientes de Noé?: la extraña creencia de Felipe II que le hacía venerarlos
El cronista del monarca español defendía que el euskera llegó a la Península Ibérica de la mano de Túbal, nieto de Noé.
29 octubre, 2019 03:03Noticias relacionadas
Hubo un tiempo en el que los vascos eran considerados la esencia misma de la españolidad. Las altas clases y la monarquía relacionaba al vasco con la pureza de sangre y la hidalguía y, tal y como escribió el historiador Manuel de Larramendi en el siglo XVIII, "todo guipuzcoano siempre ha sido noble, siempre lo es y siempre lo será". Defendía, no sin atisbos de xenofobia y clasismo, que "esta nobleza de sangre les viene por herencia" puesto que nunca se mezclaron con ninguna de las naciones que vinieron de fuera.
De hecho, existían incontables leyendas que pretendían ensalzar la figura vasca como inherente a la española. En Historia del racismo en España (Almuzara), el escritor santanderino José María del Olmo describe cómo la monarquía española amparó y apoyó tesis que dotaban al pueblo vasco un origen bíblico. Esta idea surgió del historiador vasco Esteban de Garibay, quien había estudiado en la Universidad de Oñate y participó en la política local antes de dar el salto a Madrid —intentó, entre otras cosas, recuperar la condición de Reino para la Provincia de Guipúzcoa—.
Garibay se convirtió en cronista de Felipe II en el año 1592 y, según relataba el hombre de la corte, "el vascuence habría nacido en la división lingüística de Babel, y sus primeros hablantes acaudillados por Túbal, hijo de Jafet —y a la vez nieto de Noé—, habrían llegado a la Península Ibérica". Una vez en la actual España habrían fundado un reino antes de que cualquier otro pueblo hubiese puesto sus pies en ella. De esta manera, Túbal trajo a la península el monoteísmo, las costumbres y el euskera. Esta tesis, ratificada por la propia corona, fue extendida a lo largo del siglo XVII a través de diferentes historiadores españoles.
Bien conocía Miguel de Unamuno el sentimiento vasco y español en el que, sin dejar de amar a su "Vizcaya mía", afirmaba que por ser vasco era "doblemente español". Por lo tanto, los problemas nacionalistas actuales, eclipsados por el auge del independentismo catalán de los últimos años, no concuerdan con la españolidad del pasado. Este mensaje de separatismo respecto a España se conformó a finales del siglo XIX en consecuencia de los postulados del bilbaíno Sabino Arana Goiri.
El nacionalismo de Sabino Arana
Para entender la ruptura entre el sentimiento vasco y español hay que retrotraerse a la crisis de los antiguos privilegios forales, los cuales fueron abolidos por un Estado liberal "que basaba su proyecto nacional en la equiparación legal de todos los ciudadanos y en la imposición de una homogeneización cultural castellanizadora".
A partir de la desaparición de la autonomía foral vascongada aparecieron diversos diarios que invocaban a ese patriotismo vasco-navarro que ahora rechazaba "a los partidos políticos de allende el Ebro". En ese momento, relata del Olmo, se desarrolló "un puente evolutivo" que desembarcaría en la reclamación independentista. En esta época de reclamación política se produjo una revitalización de la cultura vasca, donde se recuperaron antiguos símbolos como el lau-buru.
Poco a poco, suscitado por la xenofobia de Sabino Arana, fundador del PNV, y por los supuestos orígenes raciales de los vascos, el nacionalismo vasco fundamentó sus bases en la defensa de una sociedad que combatía las presiones del centralismo madrileño, la industrialización, la inmigración, el liberalismo y el socialismo: "Sabino Arana centra su doctrina en cuatro aspectos; dios-raza-lengua-independencia.
"El bizkaíno es laborioso; el español, perezoso y vago", escribía el político vasco en el semanario Baserritarra. Incluso hubo estudios pseudocientíficos, como son los casos de Nicasio Landa o José Miguel de Barandiarán, que trataban de explicar la existencia de una raza vasca desde la craneología o la antropología.
Los elementos raciales y biologicistas del nacionalismo vasco han desaparecido aunque el independentismo sigue estando en la agenda política vasca. Sin embargo, hubo un tiempo, durante el reinado de Felipe II, donde los vascos eran la máxima expresión del español.