La tendencia regionalista que han manifestado los resultados de las elecciones del 10-N, con el éxito de partidos como Teruel Existe o el PRC de Revilla, sumado al debate que ya aflora sobre la posibilidad de que en el Congreso más plural de la historia se organice en el futuro un grupo de la España vaciada, ha hecho recordar el movimiento cantonalista que se registró en España en el siglo XIX durante la I República y que fue una de las principales causas de su fracaso. Aquí lo que sucedió en aquellos tiempos de pronunciamientos y guerras:
En la madrugada del 12 de julio de 1873, en Cartagena, en el castillo de Galeras, ondeó la bandera del Imperio otomano durante unos breves instantes. No se explica este hecho por una invasión turca de territorio español, sino que fue la ocurrencia de un líder cantonalista para dar respuesta a la necesidad de desplegar un símbolo rojo, el de su causa. El problema, o más bien la ingenuidad, fue no darse cuenta de que la media luna y la estrella de esta enseña eran palpables, también, a larga distancia. Menos mal que apareció un voluntario para cortarse una vena y teñir el blanco con su sangre y enmendar el ridículo.
El novelesco episodio, entre la leyenda y la realidad, se enmarca en la génesis de la proclamación del cantón de Cartagena, epicentro de la rebelión cantonalista que sacudió los cimientos de la I República —sería prácticamente su certificado de defunción— y de paso la unidad de España. El levantamiento estalló en julio de 1873 y se prolongó hasta enero de 1874. Ese mismo año se restablecería la monarquía borbónica vía golpe de Estado, un clásico del siglo XIX español.
Para comprender esta rebelión hay que tener en cuenta el fragmentado contexto político de la época. La República había sido proclamada el 11 de febrero de 1873, tras la abdicación del rey Amadeo de Saboya, y recibida con bastante apoyo popular. Sin embargo, pronto nacieron las primeras tensiones entre las distintas facciones republicanas. A la pugna entre los partidarios de un sistema unitario y los que abogaban por un Estado federal, había que sumar las posturas del ala radical de los federalistas, los llamados "intransigentes", que querían implantar su modelo "de abajo arriba": primero los cantones —división administrativa del territorio— y luego una constitución.
Evidentemente, no hubo consenso ni debate democrático y la situación hubo que resolverla por la vía unilateral de las armas. Los cantonalistas querían establecer una "Confederación española" de estados federales que sustituyeran al poder central que emanaba de Madrid, y ese primer experimento se registró en Cartagena. La ciudad murciana no fue la única en declarar esta suerte de independencia, pero sí la que más tiempo resistió el asedio de las tropas gubernamentales por estar rodeada de construcciones defensivas y por albergar en ese momento numerosos barcos de la flota nacional.
Los acontecimientos provocaron la caída del Ejecutivo de Francisco Pi y Margall, sustituido por Nicolás Salmerón, lo que no frenó la proclamación de más cantones por toda España: Alicante, Cádiz, Málaga, Murcia, Sevilla, Valencia, Salamanca, Córdoba... y así hasta sumar un total de 32 provincias que se levantaron en armas contra el Gobierno central —a lo que habría que añadir el desarrollo de la tercera guerra carlista—, si bien es cierto que la independencia de muchas de ellas apenas duró un puñado de días, o menos incluso. Los principales encargados de sofocar este movimiento fueron los generales Pavía y Martínez Campos, que poco tiempo después darían el golpe de gracia a la I República con sendos pronunciamiento militar.
Bandera de EEUU
El escritor y político Roque Barcia fue uno de los líderes de esta rebelión, estuvo presente en los hechos de Cartagena y su ideología planteaba que "los Estados son libres, independientes y soberanos dentro de la libertad, de la independencia y de la soberanía de la Confederación". Asimismo, defendió en sus publicaciones en la prensa que la revuelta cantonal era una revolución por la humanidad y para “salvar a España” de las garras del centralismo monárquico y de los frailes, “verdaderos enemigos de la humanidad”. Y en su afán por proteger la propiedad, el domicilio y la familia, llegó a proponer que al ladrón se le amputase una mano en presencia del pueblo.
Pero el cantonalismo sucumbió ante la continua lluvia de las bombas: más de 30.000 proyectiles de artillería destrozaron la ciudad murciana durante los seis meses que duró la sublevación cantonal —solo uno de ellos acabaría con la vida de medio millar de personas—. Cartagena resistiría hasta el 12 de enero de 1874, cuando se rindió a las tropas de un Gobierno que ya no estaba encabezado por Salmerón, sino por un militar, el general Francisco Serrano, después de un nuevo golpe de Estado, el de Manuel Pavía.
Así acabó, por la fuerza, el movimiento cantonalista en España, que glosarían con libertad Ramón J. Sender en Mister Witt en el cantón, novela por la que recibiría el Premio Nacional de Literatura en 1935; o Benito Pérez Galdós en De Cartago a Sagunto, uno de sus Episodios Nacionales.
Y por cierto, hablando de banderas y de Roque Barcia, la turca no fue la única que se tuvo en cuenta en la rebelión cantonal: el líder intransigente envió una carta a Ulysses S. Grant, presidente de Estados Unidos, a través de su embajador en Madrid, y otra a Emilio Castelar, ambas fechadas el 16 de diciembre de 1873, en las que reclamaba poder izar la bandera estadounidense para detener los continuos bombardeos a los que estuvo sometida la ciudad murciana. No le hicieron caso.