En el presente líquido, superfluo, sobre el que vaga la sociedad actual, se reduce el espacio para el razonamiento sosegado, para los argumentos extensos, para las lecturas en profundidad. La vertiginosidad del hoy y sus herramientas arrollan todo a su paso; y en ese caos materias como la Historia se agrietan: los hechos se amoldan a las opiniones y se tergiversan, un relato ficticio del pasado emana de los postulados ideológicos. De la evidencia se salta a los embustes. De eso va esta rápida conversación con Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia y también académica de la RAE, que se registró hace un tiempo durante el XVI Congreso de la ASALE, celebrado en Sevilla.
En estos tiempos en los que abundan las manipulaciones, ¿la figura del historiador se ha tornado en una de las más importantes?
Sí, en cierto sentido. Porque efectivamente, los métodos para comprender la historia a través de esa imaginación con disciplina es lo único que nos puede dar una garantía frente a invenciones o mentiras realmente absurdas, que son lo opuesto a los hechos. Los hechos están ahí, que es lo que decía Hannah Arendt, y no se pueden cambiar. Luego hay que saber recogerlos e interpretarlos en un marco de significación y en una narrativa que sea rigurosa.
La historia está más politizada que nunca por los nacionalismos, que literalmente inventan
¿Está la historia más politizada que nunca?
En ciertos sectores sí, como los nacionalistas, donde literalmente se inventan las cosas. La Guerra de Sucesión se transforma en una guerra de secesión; la Guerra Civil española se transforma en una guerra de Barcelona contra el resto, lo cual es mentira absoluta…
¿Y amenazada? ¿Hay riesgo de que la sociedad interiorice una historia falsa?
Una historia interiorizada en grandes sectores con dependencia del nacionalismo ha sido la leyenda negra inventada en ciertos momentos, o tergiversada de la historia verdadera. Ahora hemos tenido la prueba con el V centenario de la primera circunnavegación, la vuelta al mundo, que simplemente apoyados en Stefan Zweig, que es una maravilla de biógrafo pero que no había leído más que el relato de Pigaffeta y no sabía nada más, atribuye toda la vuelta al mundo a Magallanes, que murió en Filipinas, ni siquiera llegó a las Molucas, a la Especiería.
Ese tipo de falacias están muy extendidas y las siguen creyendo bastante gente, a pesar de que la Academia de la Historia hizo un informe oficial y está demostrada la españolidad de la empresa. No se trata de apuntarse a ningún fasto nacional de ningún tipo, sino que fue así, por obra de la Corona española. Magallanes además se hizo súbdito de la Corona, hizo un testamento, creó un mayorazgo con la condición de que sus herederos estarían siempre vinculados al territorio y Corona españolas…
En este caso concreto fue la Academia la que tuvo que entrar a reivindicar la españolidad de la primera vuelta al mundo. ¿Eso no debería corresponderle al Gobierno?
Pues se supone, pero no quisiera entrar en ese terreno.
¿Por qué en 2020 seguimos hablando tanto de la leyenda negra?
Pensé que había quedado ya difuminada con el éxito indudable de la Transición y de un sistema democrático con sus defectos pero que estaba funcionando; y en el momento en que se vuelve a azuzar el conflicto por algunos sectores, eso vuelve a revivir porque es un elemento para desmoralizar, para perder la confianza en uno mismo, en la autoestima general de pertenecer a un país. La historia del mundo no se puede contar ni entender sin la historia de España. La monarquía hispánica, absolutamente policéntrica, integradora, mestiza como le gustaba decir a Carlos Fuentes, es un hecho que duró tres siglos, casi cuatro si nos vamos hasta 1898.
¿Y cómo se explica que los españoles tengamos tan poca autoestima histórica?
No lo sé. La verdad es que es difícil explicarlo. Quizá los 40 años de dictadura en los que se hacía una historia exageradamente volcada en los grandes fastos y muy de estereotipos provocó una reacción en todas esas franjas generacionales que estaban en contra. Y luego a las humanidades se les ha relegado en la enseñanza, lo cual es un error grave en todos los sentidos, porque van totalmente unidas a la ciencia y a la tecnología, tan importantes en nuestro mundo actual. El resultado de todo esto es que las nuevas generaciones no conocen nada de Historia, nada de Filosofía, ni las raíces de su propia cultura. Todo ello absolutamente necesario para articularse internamente y comprender el presente. En cuanto vienen malos tiempos se vuelve a perder la autoestima y todo se derrumba.
Ha tenido que aparecer una figura de fuera de la élite académica a nivel histórico como Elvira Roca Barea para espolear estos pensamientos y decir: "Cuidado, que los españoles hemos hecho muchas cosas bien".
Hay libros muy buenos de Historia anteriores, pero no tuvieron tanto éxito. El Imperiofobia de Elvira Roca me parece estupendo, lo he recomendado siempre porque está escrito de forma muy ágil. Podrá haber cosas que se puedan matizar mejor, pero está documentado en fuentes y cae en el momento oportuno. Porque así es, hay una necesidad de decir: "Pero bueno, ¿qué pasa, que todo se ha hecho mal?". Y encima en una situación tan delicada políticamente como en la que estamos se tiende un poco a dejarse llevar, no ya por el pesimismo, sino por un nihilismo que piensa que nada merece la pena. Las mentiras, indudablemente, lo que hacen es erosionar la confianza.
¿Puede narrarse la historia de una forma pasional?
La historia se puede contar con convicción. Y es esa convicción y la seguridad en las cosas que se han podido contrastar, lo que da credibilidad.
¿Cómo cree que retratará la historia todo lo que está sucediendo en Cataluña?
Como la negación de la verdad de los hechos que decía Hanna Arendt. Ella cuenta esa anécdota magnífica de Clemenceau que, ante un militar alemán que le preguntaba "¿Qué es lo que dirán los historiadores dentro de cincuenta años respecto a la responsabilidad de quién empezó la Guerra Mundial?", su contestación tajante fue: "Ignoro lo que podrán decir, pero lo que estoy seguro que no dirán es que Bélgica invadió Alemania".
Pues de forma similar, lo que no podrán decir nunca es que España trató mal de forma singular a Cataluña. Es más, en la época contemporánea han sido privilegiados en el franquismo, en el posfranquismo y no digamos en la democracia. Uno de los fallos que tenemos es esa ley electoral, que ningún partido ha querido cambiar nunca, a pesar de tener mayorías absolutas en su momento y capacidad para negociar con los demás un cambio más racional. Han preferido apoyarse en los partidos pequeños que en definitiva mantienen lo del País Vasco, ¿no? Que mueva ETA el árbol que ya recogeremos las nueces. Han preferido el cortoplacismo en vez de hacer reformas que hubieran sido muy necesarias.
En la Transición y en los primeros momentos de democracia se hizo lo que se pudo y se hizo bien, pero las nuevas generaciones que surgen tienen también algo que decir. Siempre son necesarias reformas adecuándose a la propia realidad que se transforma poco a poco, pero no de repente intentar transformar todo al tiempo.
Desde que empezó la inmersión lingüística hemos estado diciendo el peligro que eso tenía, porque entre otras cosas, las personas de Iberoamérica que llegan a estos territorios de inmersión, les desgajan de su lengua y ya me dirás la movilidad laboral que pueden tener en el futuro. Por eso en mi intervención en el Congreso de la Lengua en Sevilla insistí en lo que nos enseñó ya don Ramón Menéndez Pidal en ese excepcional y sencillo libro que se llama Los Españoles en la Historia: que siempre hubo en la historia de España un bilingüismo natural con el que no hubo problemas hasta el auge de los nacionalismos.
Hablábamos al principio de las falsedades históricas que contienen muchos textos, sobre todo en Cataluña...
En textos de educación en todas partes… incluso en muchos sitios donde no hay falsedades directas hay tales omisiones y tales sesgos aldeanos que hacen el mismo efecto.
¿La raíz del problema está en la enseñanza?
De una manera muy fundamental. Habría que contar con un acuerdo de Estado para que las cosas volvieran a un cauce natural, y no a este desgobierno que hay de los textos, que cada uno cuenta lo que le parece en su Comunidad Autónoma.
¿Usted es optimista?
Más bien lo que soy es realista. Lo que te enseña la Historia es que las cosas que parecen eternas son efímeras. Hay tantas variables, ocurren tantas cosas, que no se pueden prever… No hay ganancias absolutas en la Historia, pero los logros civilizatorios conseguidos con tanto esfuerzo a través de generaciones, nunca de forma lineal, sino en zig-zag, con avances y retrocesos que han costado mucha “sangre, sudor y lágrimas” a nuestros antecesores, hay que cuidarlos lo que podamos.