Sobre la roca pizarra se grabó una figura humana con los brazos extendidos, manos con cuatro dedos y las piernas dobladas; a su lado, un escudo de mayores dimensiones decorado con una I horizontal y marcas de clavos. Por encima de estos dos elementos se talló también, seguramente con un cincel de bronce, una lanza y una espada con hoja en forma de lengua de carpa. En la sección inferior de la piedra, llama la atención el dibujo de un carro plano, como si estuviera visto desde arriba.
Ese es el grabado que muestra la estela de guerrero de Solana de Cabañas (Cáceres), perteneciente al grupo de las misteriosas esculturas que se han ido hallando en el suroeste peninsular y se datan entre los siglos X y VIII a.C., es decir, en el Bronce Final. Todas ellas fueron hechas en granito, pizarra o cuarcito y suelen presentar a una figura esquemática rodeada de armas y otros elementos de prestigio como espejos o fíbulas. Su verdadero significado sigue siendo un enigma por la ausencia del contexto original.
Esa es una de las incógnitas históricas que recoge el divulgador José Antonio Cabezas en su libro En busca del fuego (Espasa), un relato plagado de interrogantes y curiosidades históricas que abarcan desde la Prehistoria, desde cómo desarrollaron los primeros hombres la capacidad de controlar las llamas, hasta la Antigüedad, marcada por el auge y la caída del Imperio romano.
Algunos de los capítulos más interesantes de la concisa y documentada obra se circunscriben a los hallazgos arqueológicos registrados en las últimas décadas en la Península Ibérica, como la del campamento militar romano único de El Pedrosillo (Llerena, Badajoz) o la del tesoro fenicio-tartésico de El Carambolo, que ofreció a los investigadores pistas sobre el desconocido reino de Tartessos. Pero uno de los epígrafes más llamativos es el dedicado a las misteriosas estelas de guerrero.
Monumento funerario
Su interpretación ha llevado a los expertos, según resume Cabezas, licenciado en Historia, a manejar diversas hipótesis. Destacan las que barajan que estas losas de piedra "eran una especie de hitos de demarcación de los territorios o caminos de gran interés económico; de áreas de captación de recursos; de vías de tránsito de ganado y mercancías, o simples indicadores de enterramientos o incineraciones". ¿Problema? Que las excavaciones no arrojan hallazgos antropológicos y, en consecuencia, podrían ser monumentos funerarios de carácter conmemorativo.
Es decir, que podrían ser la señalización de tumbas de jefes guerreros, pero al no haberse descubierto estas últimas ni ajuares funerarios que reflejasen lo la grabado en la tierra, lo más plausible es que se tratase de un cenotafio del líder caído. Sin embargo, el hallazgo de las estelas en zonas de paso, cruces de caminos o pasos de montaña añaden un hipotético valor práctico de demarcación del territorio de una población que controlaba la explotación de los recursos de la zona. Una suerte de señales prehistóricas.
"Aunque no todos los autores comparten esta hipótesis, los pueblos que tallaron estas estelas pudieron ser unos grupos de pastores nómadas que recibieron influencias de otras culturas indoeuropeas y mediterráneas gracias a los contactos mantenidos por el comercio", resume el autor de En busca del fuego. "Esta gente, con el fin de señalizar el domino de ciertas rutas y pasos naturales, pudo colocar las estelas para mostrar a los foráneos su poder, representado en las losas sus armas y sus objetos de prestigio".
Las estelas de guerrero se revelan asimismo en una valiosa fuente de información sobre los aspectos sociales, económicos y funerarios, aunque con muchos interrogantes, de esta población asentada en el suroeste de la Península Ibérica durante el Bronce Final. La iconografía de estas esculturas, según los estudios de los expertos, es la evidencia gráfica del intercambio cultural que mantuvieron con el mundo atlántico y mediterráneo, lo que les permitió descubrir nuevos objetos para incorporarlos a sus admirables grabados.