En la fatídica primavera del año 431 a.C. en la que estallaría la Guerra del Peloponeso, la ciudad de Atenas vio cómo dos tragedias griegas que hoy forman parte de la cima del repertorio universal fueron estrenadas en el intervalo de un par de días: Medea, la obra más célebre e impactante de Eurípides, y probablemente Edipo rey, la creación maestra de Sófocles. Sorprendentemente, ninguno de los dos lograría el primer premio —que recayó en Euforión, hijo de Esquilo— en dicha edición de las Grandes Dionisias, un festival secundario en comparación con las Panateas. El nivel intelectual era altísimo.
Los ciudadanos de la Atenas democrática de los siglos V y IV a.C. representaron la cima creativa de las comunidades helénicas antiguas, cuya historia arranca con el florecimiento del mundo micénico en torno a 1600 a.C. y se derrumba con el despegue del cristianismo durante la última etapa del Imperio romano. Estos atenienses fueron marinos excelentes y muy competitivos, desconfiaban de cualquier persona con alguna clase de poder, tenían una curiosidad insaciable, eran maestros en el arte de la oratoria, amantes de la risa y adictos a los pasatiempos placenteros —hablaban del sexo sin tapujos y conocían sus extremos, como ejemplifican las tragedias clásicas—. Pero, sobre todo, destaca su apertura a la innovación y a las ideas foráneas.
Sumando su espíritu individualista y la admiración que mostraron por la excelencia de las personas de talento, esta decena de características fueron compartidas por los griegos antiguos la mayor parte del tiempo de los dos mil años de primacía que ocupó su civilización. Así lo recoge la clasicista británica Edith Hall en Los griego antiguos (Anagrama), un fascinante relatado plagado de erudición que viaja de forma inteligentísima por la historia, la mitología, la filosofía, la medicina, las guerras... todo ello combinado con las pruebas que arrojan los hallazgos arqueológicos.
El libro de Hall, una reivindicación de los numerosos avances en diversos campos del conocimiento que legaron estos habitantes de la Antigüedad al mundo moderno, recorre de forma cronológica la historia de los helenos en diez capítulos, cada uno dedicado a identificar esas peculiaridades, esos dones, que les permitieron deslumbrar, que todavía hoy resultan sorprendentes.
La historia griega arranca con los enigmáticos micénicos, marinos expertos y bien organizados que ya utilizaban sistemas burocráticos avanzados y la escritura en lengua griega en el siglo XV a.C., según deja constancia el hallazgo de una tablilla de arcilla en un yacimiento llamado Iklania. Pocas cosas se saben con exactitud de esta civilización, pero los expertos sí han podido concluir que vivían bajo una monarquía y que sus dioses, como Poseidón, eran los mismos que los de sus descendientes.
Grecia como tal, tras una "época oscura", se forjó en el siglo VIII a.C., con los Juegos Olímpicos y los poemas épicos de Homero, la Ilíada y la Odisea, que les brindaron y consolidaron un pasado colectivo, con el polifacético Ulises, un héroe ni demasiado virtuoso ni malvado, como arquetipo a idealizar. En el período comprendido entre VII-VI a.C., los griegos ensancharon sus horizontes comunes y sus contactos con otros rincones del Mediterráneo gracias a su actividad colonizadora.
La revolución intelectual, los pilares de la filosofía y las ciencias naturales, brotó de la ciudad asiática de Tales en el siglo VI a.C; y comenzaron a surgir figuras preeminentes como Hipócrates, Pitágoras o Herodoto, el padre de la historiografía, el inventor de esa reflexión hoy tan manida de que para comprender el presente necesitamos conocer el pasado. "Fueron pensadores que reflexionaron sobre los mecanismos interiores invisibles del cuerpo humano; que exploraron la relación entre los mundos que vemos en la mente y aquellos que nuestros sentidos nos dicen que existen físicamente; que se preguntaron por el modo en que tomamos decisiones acerca del bien y el mal", aplaude Edith Hall.
De Platón a Leónidas
Pero el éxtasis de la civilización griega antigua se alcanzó en Atenas en el siglo V a.C., cuyas calles vieron florecer las ideas de genios como Sócrates, Platón, Jenofonte o Aristóteles. Un clímax de derechos en el que los propios críticos de la democracia llegaron a quejarse de que los esclavos gozasen de tanta libertad. La clasicista británica recuerda los logros y las vidas de estos grandes filósofos; alguno de ellos, como Sócrates, con finales aciagos: lo condenaron a muerte por envenenamiento con cicuta.
Sobre su discípulo Platón, autor de La República, Hall no desprende tantos elogios. La historiadora se pregunta por qué sigue siendo tan importante hoy en día cuando su filosofía, "despiadadamente elitista, "es idealista porque negaba la supremacía del mundo material, el que los sentidos podían aprehender físicamente, y afirmaba que la realidad verdadera existía en un terreno inmaterial, que llamó el mundo de las formas o de las ideas".
Más vertiginoso es el relato dedicado a Esparta, cuna de guerreros brutales como Leónidas y sus 300, quien creía que descendía del mismísimo Hércules y halló la muerte en las Termópilas, en las faldas del monte Eta, lugar donde el héroe fue sometido otra violenta muerte. Pero también de la risa —fue una de las dos únicas polis de la Antigua Grecia que construyó un templo dedicado a Gelos, el dios de la risa- y de bravas mujeres como la princesa Cinisca, la primera mujer que ganó en una competición olímpica como propietaria y adiestradora de los caballos que participaban en los concursos ecuestres.
"Ambivalencia es la única respuesta posible ante el comportamiento y las costumbres de los espartanos de la época clásica", unos griegos "muy raros", escribe Hall. "El maltrato y la cínica explotación de los ilotas eran conductas repugnantes, como lo era también la brutal educación de los niños. No obstante, es difícil no admirar su inteligencia e ingenio y, en especial, la ética de la igualdad, la lealtad mutua y la solidaridad que cultivó la clase gobernante, así como su disciplina y valor. La libertad de las mujeres espartanas comparada con las de otras partes de Grecia es también un punto a su favor".
La desaparición
Aún más competitivos y feroces fueron los macedonios, sobre todo en las dos décadas que lograron forjar un imperio extensísimo, como nunca se había visto, durante los reinados de Filipo II y su hijo Alejandro Magno, a quien la autora define como "un personaje demasiado compulsivo" que creía ser una suerte de Hércules reencarnado. Pero la figura"más importante" de la empresa conquistadora de Macedonia fue Aristóteles, hombre sabio y maestro de Alejandro —a quien terminarían asesinando—, que elevó el listó intelectual en campos tan diversos como la ciencia o la teoría política.
La última parte de Los antiguos griegos recoge las guerras de los Sucesores por el trono macedonio, el reino que forjó Ptolomeo I en Egipto y la colosal biblioteca de Alejandría, lugar ideal en el que los eruditos pudieron desarrollar todavía más los límites del conocimiento; la conquista romana desde mediados del siglo II y todos los aspectos culturales que adaptaron de sus inteligentes vecinos. De esta época son los escritos de Plutarco y los pioneros de Estrabón, como la Geografía, leídos con avidez por Cristóbal Colón y que inspiraron a Napoleón la invasión de Egipto en 1798 por cómo se describían aquellas tierras.
Edith Hall es tajante en su conclusión: "El conocimiento más vívido de la mente de todos los habitantes del Imperio romano lo debemos a los célebres escritores de la época que escribieron en griego". Y no fue el "imperialismo" fomentado desde Roma lo que determinaría el final de los griegos antiguos: "Fue algo diferente, una nueva religión que ofrecía muchas ventajas a los que la seguían: normas sencillas y un estilo de vida austero; distanciamiento del mundo exterior, del cuerpo y los sentidos; un profundo compromiso emocional con sus correligionarios y su único dios; el perdón de los pecados y la vida eterna". Unos perspicaces cristianos que desdeñaron los mitos más escandalosos o la celebración de la bebida y el sexo, y se quedaron con la tradición retórica y literaria, con las escuelas filosóficas, con la virtud y la reflexión.