En torno al año 5300 a.C., un grupo de pobladores neolíticos procedentes de las tierras bajas del valle del Ebro que se dedicaban a la trashumancia hallaron una violenta muerte en la alta Ribagorza, en el Pirineo de Huesca. Sus cuerpos desmembrados y plagados de lesiones por impactos de flechas o golpetazos con otros objetos contundentes fueron arrojados a la cueva de Els Trocs, una cavidad que se encuentra a diez metros de profundidad en la localidad oscense de San Feliu de Veri. Y allí fueron sepultados por el paso del tiempo hasta ahora, cuando un proyecto de investigación multidisciplinar ha sido capaz de reconstruir sus historias.
Se trata de un total de nueve individuos que presentan "evidencias de violencia increíbles", explica Manuel A. Rojo Guerra, catedrático de Prehistoria en la Universidad de Valladolid y codirector de las investigaciones, en las que participan una treintena de expertos de las universidades de Krems (Austria), Basilea (Suiza), la Autónoma de Madrid y el Incipit del CSIC. Los análisis de los restos indican que se trata de cinco adultos y cuatro niños con relaciones de parentesco: hay una mujer anciana, un padre de unos 30 años y su hijo de unos 6; mientras que los otros infantes son de madres distintas que no se han encontrado en la cueva.
Todos estos seres neolíticos fueron asesinados brutalmente: cuatro de ellos murieron probablemente por los flechazos que recibieron en el cráneo, pero como sucede con el resto de sus compañeros del grupo, también fueron apaleados en la cabeza y en otros huesos, especialmente los largos de las extremidades, todos quebrados. "Estamos ante una clara evidencia de rituales de ensañamiento", señala el investigador. No obstante, los estudios de los vestigios humanos hablan además de violencia post mortem, de una "segunda ejecución": la mayoría de los dientes fueron arrancados, las pieles desolladas y una de las tibias presenta una fractura extrañísima, como si la hubiesen partido en dos verticalmente utilizando una palanca.
Más difícil de determinar resulta la autoría del crimen. Los expertos manejan dos hipótesis: "Pudo ser otro grupo mesolítico anterior que vivía allí y se sintió molesto con estos ganaderos que fueron a ocupar su entorno", comenta Manuel Rojo a este periódico. "Pero no hemos encontrado evidencias de esta comunidad, por lo que otra opción es que fuesen contrincantes neolíticos ganaderos que pelearían por los pastos. El hecho de que apenas haya mujeres en el colectivo, solo una anciana, también puede indicar que se registrase una disputa para raptarlas".
Nuevos hallazgos
El yacimiento, emplazado a unos 1.530 metros de altitud, uno de los más elevados de la Península Ibérica, está localizado en un punto estratégico en las rutas ganaderas trashumantes que conducen a los pastos pirenaicos. Se trata de un lugar muy frío, con una temperatura estable entre los 7-8ºC, que fue ocupado casi de forma ininterrumpida desde las primeras huellas de la neolitización (sexto milenio a.C.) hasta probablemente el fin del Neolítico (2.900 a.C.). En total, en 53 metros cuadrados, se han documentado restos de al menos 25 individuos —los nueve asesinados pertenecen a la etapa más antigua—.
Si bien la excavaciones llevan en marcha desde 2009, el pasado verano, durante la última campaña, los arqueólogos registraron un novedoso hallazgo: el cuerpo de un niño de unos dos años en posición fetal, la más típica de los enterramientos prehistóricos, sin síntomas aparentes de violencia. Apareció rodeado de un lecho de cerámicas y de los restos de un feto de cordero. "Es la primera sepultura que hemos documentado en esta cueva que hemos defendido que no era sepulcral: el cuerpo está en perfecta conexión anatómica y sus huesos no se encuentran desarticulados y dispersos como sucede con los otros individuos", explica Rojo Guerra, codirector del proyecto.
Ahora esperan a los resultados de los análisis genéticos y de Carbono-14 para disponer de más información, para poder incluir a este niño en uno de los tres niveles temporales datados por los expertos; y de paso tratar de averiguar por qué él sí recibió un enterramiento típico. Los arqueólogos, por el momento, no se quieren aventurar con ninguna teoría.
Cerámica y animales
Pero lo extraordinario de la cueva no se remonta exclusivamente a los restos humanos: estas gentes prehistóricas crearon un alucinante suelo intencionado con fragmentos de cerámica colocados en disposición plana sobre los que esparcieron hierba a modo de cama de suelo. Manuel Rojo Guerra y su equipo han documentado un total de 53.000 piezas cerámicas de las que 17.385 corresponden a este suelo primitivo.
Algunas de estas cerámicas son excepcionales, únicas de la zona aragonesa y que solo encuentran parangón en otros yacimientos del entorno, especialmente en la cueva de Chaves, en la localidad oscense de Bastarás. De estos hallazgos, los investigadores concluyen que dicho territorio fue un área de interacción entre las influencias continentales y el interior peninsular y que ya desde el inicio del Neolítico se registró un notable desarrollo tecnológico de las colecciones de cerámica en la Península Ibérica.
Y si estas personas practicaban la ganadería trashumante, ¿qué evidencias hay sobre los animales? En la cueva se han registrado unos 18.000 restos de fauna, pertenecientes el 87% a mamíferos de talla grande y media, sobre todo ovejas. Resulta interesante comprobar cómo fueron variando las pautas de sacrificio en función de la época: si en el primer nivel de ocupación el 40% de los rumiantes que se ejecutaban no llegaban a los seis meses de vida, la tendencia se invirtió en la tercera etapa, con más ovejas que alcanzaron la edad adulta.
"Es un cambio muy significativo que nos habla de la gestión de los rebaños desde el Neolítico antiguo. Refleja que lo que les interesa es mantener más animales con vida que aumentan la capacidad reproductora y la productividad de los rebaños", expone Marta Moreno García, científica titular del Instituto de Historia del CSIC y otra de las participantes del proyecto.
Sobre los restos de un feto de cordero, los arqueólogos descubrieron otro de los elementos más enigmáticos de la cavidad: una máscara de un niño de seis años, un cráneo que fue cercenado con una fractura más o menos natural, y que creen que pudo ser utilizada los en distintos rituales que se practicaran ahí dentro, a diez metros bajo tierra. ¿Tendría algo que ver con el asesinato de los nueve protagonistas del principio? Nadie lo sabe. "Lo que está claro es que no se trata de una acumulación de restos humanos a lo largo del tiempo, es un evento único en el que se produce la masacre", recuerda Manuel Rojo Guerra. El gran misterio de la cueva de Els Trocs.