La arrogante Matilde de Inglaterra, según la describieron los cronistas medievales, nunca pudo alcanzar el trono que le correspondía por derecho porque su primo Esteban alentó una guerra civil antes que ver cómo ella se colocaba la corona sobre la cabeza. Leonor de Aquitania se divorció de su primer marido, combatió militarmente al segundo y actuó como regente durante un largo período de tiempo cuando su "queridísimo hijo" Ricardo Corazón de León se embarcó en la Tercera Cruzada.
Más épica todavía es la odisea vital de Isabel de Francia: invadió la isla británica con su amante y derrocó al que era su esposo, Enrique II, en nombre de su vástago, el futuro Eduardo III. Margarita de Anjou, por su parte, fue una hembra feroz, la última resistencia del espíritu incapaz e impotente de su consorte, Enrique VI, y los Lancaster en la sangrienta Guerra de las Dos Rosas. Pero ella ha quedado retratada como la "loba de Francia" por obra de Shakespeare.
Un cuarteto de hembras fascinantes que nacieron en plena Edad Media, una época en la que todas las cuestiones relacionadas con el poder y el gobierno debían recaer, por imperativo natural, en el hombre. Sin embargo, ellas lograron rebelarse contra la preeminencia del macho y alumbraron victorias impensables, derribando esas concepciones sociales que las reducían a la mera función de "buena mujer". Sus vidas asombrosas las recoge la historiadora británica Helen Castor en Lobas, editado ahora en España por Ático de los Libros, una vívida y deslumbrante narración que busca hacerles justicia.
El punto de partida del libro es el año 1553, con el rey Eduardo VI, hijo de Enrique VIII, agonizando en su cama y sin ningún varón Tudor que pudiese sucederle. Inglaterra se enfrentaba a una anomalía en su historia: por primera vez, la corona iba a recaer por derecho en una mujer, María Tudor. "Esto nunca había sucedido antes, y quise remontarme 400 años, al momento en que Inglaterra pudo haber tenido una primera reina y ver qué había pasado para que eso no culminase.", explica la autora. "Desentrañar la presión, las dificultades, los compromisos... e ir avanzando y analizando otras coyunturas".
Se refiere Castor, que también ha producido una serie para Netflix basada en las vidas de estas cuatro grandes mujeres de la Edad Media, a Matilde de Inglaterra. Tras la muerte de su hermano y de su padre, ella era la única heredera al trono, pero su primo Esteban orquestó una rebelión que desembocaría en una prolongada guerra. Llegaría a obtener en 1141 el título de "Señora de Inglaterra", la autoridad para gobernar a su pueblo; sin embargo, su enfrentamiento con el obispo y los elevados impuestos que reclamó a la nobleza provocarían que la ciudad de Londres le diese la espalda.
Guerras y sangre
Desde aquel entonces, sabedora de que nunca iba a llegar a ser reina, Matilde siguió combatiendo con resultados exitosos contra su ambicioso primo, pero esta vez en beneficio de su hijo Enrique II. Lo más curioso de esta historia, según Castor, es la parcialidad de las fuentes: "En la primera parte de su vida, los cronistas no la describen como una mujer arrogante; tampoco en la última, cuando su hijo se convierte en rey. Solo cuando dice 'soy la heredera al trono', los textos aseguran que no seguía las recomendaciones de sus consejeros, que era soberbia...".
La nuera de Matilde, Leonor de Aquitania, permanecería en el centro del poder político desde los 13 años hasta los 78. Primero en Francia, al contraer enlace con Luis VII —"otra cosa que las cuatro tienen en común es que todas fueron enviadas lejos de su hogar por matrimonios de conveniencia", destaca Castor—; y luego en Inglaterra, como esposa y rival de Enrique II, quien la encerraría en una celda durante 15 años. El retrato que esboza la investigadora británica de esta figura histórica tan singular trata, con precisión y datos, de argumentar contra su leyenda negra, de demostrar que fue una gran estadista.
Entrado ya el siglo XIV, ¿qué fue lo más fascinante de la vida de Isabel de Francia? "Teniendo en cuenta las dificultades que tenían las mujeres para actuar políticamente en aquella época, es imposible, como ella hizo, que una reina invadiera Inglaterra con su amante, derrocara y matara a su marido en el nombre de su hijo", destaca Helen Castor. "Fue una política suficientemente buena como para aprovechar su oportunidad, pero no tan buena como para mantener lo que había logrado".
A pesar de esto, el suyo fue un final con muchos más honores que el de Margarita de Anjou, la cuarta protagonista. Nacida en Francia, tuvo que luchar siempre contra la etiqueta de "reina extranjera". "Tengo especial simpatía por ella porque vivió en uno de los periodos mas oscuros y sangrientos de la historia Inglaterra", detalla la autora. "Lo que hizo fue intentar, de forma desesperada y por todos los medios posibles, que el bando de su marido, un hombre enfermo e incapaz que no tomaba decisiones, se impusiese en la Guerra de las Dos Rosas".
Se reveló Margarita en la líder de los Lancaster porque "tuvo la fuerza, el carácter y la determinación", pero lo hizo en nombre de su marido y de su hijo, no por ambiciones personales. El final de esta historia, según Castor, es "descorazonador": perdida la guerra, fue hecha prisionera durante cuatro años. Pobre, tuvo que volver a las tierras de su padre, donde en 1482 cayó enferma y muerta durante el periodo estival.
"Creí que valía la pena poner sus historias juntas para hacernos preguntas, no de sus experiencias individuales, sino de la relación entre las mujeres y el poder, sobre las dificultades y los desafíos a los que tuvieron que hacer frente las mujeres en la Edad Media", explica Helen Castor, que todavía ve "a nivel muy subliminal" obstáculos para que las féminas lleguen a los grandes puestos de liderazgo, sobre la génesis de su libro.
Y el mejor ejemplo de todas estas zancadillas, de la sociedad falocéntrica medieval en la que al varón le correspondía todo lo relacionado con el poder, de las limitaciones prácticas a las que estas cuatro mujeres hicieron frente pero tantas otras miles sucumbieron, lo resumen a la perfección estas elocuentes palabras de una dama de Norfolk casi un siglo antes de la muerte de Eduardo VI: "No puedo capitanear ni gobernar bien a los soldados, y estos tampoco se conducen con una mujer como deberían hacerlo con hombre".