Roma se vio descabezada en el año 209 al alcanzar la muerte al emperador Septimio Severo, envenenado por su hijo menor, en las gélidas y grises tierras de Britania, en el asentamiento de Éborum, a un puñado de kilómetros del Muro de Adriano. El Imperio, que disfrutaba entonces de un costoso período de estabilidad y paz tras varias sangrientas décadas, amenazaba con entregarse a una nueva guerra civil entre los sucesores de Severo: Caracalla —llamado entonces Antonino—, el mayor, y Geta. Pero las ácidas argucias orquestadas por una mujer, por su esposa, Julia Domna, evitaron que la entropía fratricida de los romanos volviese a sacudir todos sus vastos dominios.
Julia, una fémina correosa, maquiavélica, ambiciosa, infatigable, había logrado alcanzar el poder de la mano de su marido Septimio Severo. El gobierno de ambos asentó las fronteras del Imperio basándose en su pilar más poderoso: las treinta y tres legiones romanas que estaban desplegadas desde Oriente Próximo hasta Hispania. Tras el fallecimiento del emperador, que también sufría terribles ataques de gota, a la emperatriz no le asaltó el vértigo: sería ella, entre bastidores, desde las sombras, la encargada de consolidar ese progreso comercial y social impulsado por su dinastía, que conservó su dominio hasta 235.
"Lo más fascinante de Julia es que consigue mantener a su familia en el poder y resistir durante 40 años. Forja la última dinastía altoimperial, ese es el último momento de esplendor y brillantez del Alto Imperio romano”, dice Santiago Posteguillo. Desde lo alto de un pequeño acantilado natural sobre el que sobreviven los vestigios del Muro de Adriano, una muralla de 117,5 kilómetros de largo que alcanzaba hasta seis metros de altura y defendía el territorio romano conquistado de las tribus de los pictos, los salvajes de pinturas azules, el exitoso autor de novela histórica observa el horizonte y explica: "Hacia este lado queda el norte, y allí estaban los bárbaros".
En este enclave, hoy enfangado y apagado por una suave lluvia y su característica bruma, que señalizaba los límites del Imperio romano —Adriano lo ordenó construir en 122— se produjo hace casi dos milenios uno de los momentos culminantes de la nueva novela de Posteguillo, Y Julia retó a los dioses (Planeta), la continuación de Yo, Julia, con la que ganó el Premio Planeta en 2018: la muerte de Septimio Severo —cuyo objetivo era lanzar una campaña militar más al norte, la Expeditio felicissima britannica— y la determinación y firmeza política que empleó la emperatriz —también abuela del extravagante Heligóbalo— para que sus vástagos no dividiesen el Imperio con una nueva guerra, con su sangre.
"En la primera parte, Julia no deja de estar a la sombra de su marido en la medida en que es la esposa del emperador, aunque influye en él y le anima para que luche por el Imperio. Sin embargo, en esta última novela, el personaje de Julia eclosiona en toda su fuerza. Sus hijos cumplen con la función de emperador, pero ella tiene más fuerza que con Severo. De hecho, hay un momento en esta novela donde el Imperio romano lo lleva ella", explica a este periódico Posteguillo, que como novedad ha optado por añadir el componente mitológico, a los dioses como personajes, y mostrar que la obra de la mujer augusta no terminó a su muerte.
¿La desaparición de Julia marca el inicio de la decadencia de Roma? "Marca el fin del esplendor romano y, a partir de ahí, la decadencia es con la anarquía militar", añade. Se refiere Posteguillo a un periodo, comprendido desde el año 235 hasta 268, en el que los conflictos internos devastaron la estructura del Imperio: en ese tiempo se nombraron veintinueve emperadores —varios de ellos al mismo tiempo—, se disparó la inflación, la carga de impuestos y el coste de vida y las fronteras quedaron desprotegidas o en manos de mercenarios. Su novelesca biografía, con la que se siente más identificado que las anteriores trilogías dedicadas a Escipión y Trajano, es el intento de rescatar del olvido a una figura femenina inflexible que llegó a dirigir el destino de Roma sobreponiéndose a la habitual cascada de traiciones.
Vindolanda, una joya
El Muro de Adriano, hecho de piedra caliza en su parte este y acompañado de fosos defensivos, el vallum, tanto al sur como al norte, fue edificado por los 15.000 soldados de tres legiones destinadas en Britania. En cada una de las ocho millas romanas que abarcaba la muralla, abandonada en 410 cuando el Imperio comienza a menguar de forma irremediable, se levantaron una serie de fortalezas entre las que también había torres de vigilancia con dos o tres reclutas. "Y ellos no tenían las ropas especializadas para el frío que tenemos nosotros", bromea Posteguillo con el grupo de periodistas que le acompañan en una accidentada visita al resbaladizo y embarrado Muro que no puede alcanzar su objetivo, el Sycamore Gap, donde se alza el árbol más fotografiado de Gran Bretaña y protagonista del Robin Hood de Kevin Costner.
A lo largo del enclave defensivo, los antiguos romanos también levantaron hasta 17 fuertes. El castrum de Vindolanda, en el condado de Northumbria (Newcastle), es en la actualidad un yacimiento arqueológico espectacular que cada verano de excavaciones arroja nuevos hallazgos. Allí se han desenterrado sus famosas tablillas, una suerte de cartas que testimonian la vida cotidiana del asentamiento. Por ejemplo, la única evidencia de escritura femenina de toda la Antigua Roma: una invitación que una patricia de nombre Claudia Severa le envió al comandante del campamento para invitarle a su fiesta de cumpleaños. También se ha documentado un raro ejemplo de letrina de madera, dos curiosísimos 'guantes de boxeo' hechos con cuero o un excepcional vaso de cristal que tiene dibujada una escena de gladiadores.
Este fuerte, desde sus primeras estructuras en el año 85, fue continuamente reconstruido: hay restos arqueológicos hasta nueve metros debajo del suelo. Se estima que allí pudieron vivir entre 4.000 y 6.000 personas, con tan solo 1.500 de ellos legionarios, algunos de ellos procedentes de Hispania. ¿Y pudo alojarse el emperador romano Adriano ahí? Esa es la pregunta que lanzan los arqueólogos del sitio después de documentar una estancia monumental que data de la época de la visita del princeps al Muro. Del periodo de Severo se conserva el castellum severianum, usado entre 208 y 211 y con una estructura diferente a la de otros fuertes.
Historia esta, a base de hallazgos arqueológicas y pruebas documentales, elementos de los que también bebe Posteguillo para armar sus novelas. ¿Dónde hay que poner el límite entre historia y ficción? "La gente se forma opiniones sobre el pasado muchas veces influido por las novelas, y eso me hace pensar mucho, me lo tomo como una gran responsabilidad", reflexiona el autor. "Yo prefiero hacer una novela histórica con un nivel de historicidad mayor; de tal forma que me gusta sujetarme más tanto a los rasgos del personaje histórico que conocemos como a los hechos históricos, porque sigo pensando que sigue habiendo bastante margen para la ficción". Su retrato amable de Julia Domna ya tiene 150.000 ejemplares en las librerías.