A mediados del siglo XIV, una incontrolable pandemia redujo la población de Europa en torno al 60%: los historiadores calculan que la mortífera peste negra se llevó por delante la vida de unos 50 millones de personas entre 1347 y principios de la década de 1350. No había medicinas ni centros de salud; era prácticamente imposible controlar los contagios, la propagación de una enfermedad que había entrado por el sureste del continente y que rápidamente barrió todas las naciones del Mediterráneo expandiéndose hasta Inglaterra.
Aquella coyuntura extrema obligó a las autoridades medievales a adoptar, en las décadas posteriores, drásticas medidas legislativas para controlar la transmisión de la peste. En 1374, por ejemplo, Bernabé Visconti, señor de Milán, le notificó a un funcionario de la localidad de Regio que todo habitante contagiado debía ser expulsado de la zona intramuros y asentarse en el campo. Allí se curaría... o moriría. Una medida similar implantó Ludovico Gonzaga, capitán del también pueblo italiano de Mantua: aquel que viajase a una región con una elevada tasa de mortalidad no podría regresar a la ciudad. Quien incumpliese la norma sería ejecutado.
Sin embargo, en la colonia veneciana de Ragusa, lo que hoy en día es Dubrovnik (Croacia) y que contaba con un concurrido puerto para el tráfico marítimo mediterráneo, pusieron en práctica una inteligente idea —y mucho menos tiránica— para tratar de frenar la reproducción de la pandemia. En 1377, los gobernantes decidieron imponer un período de treinta días de aislamiento para todos los viajeros y tripulaciones que allí desembarcasen y los productos que traían consigo. Es el primer ejemplo históricamente documentado de una ciudad en cuarentena, ahora que Madrid amenaza con entregarse a esta situación por los efectos del coronavirus.
La estrategia en Ragusa fue adoptada después de varios intentos fallidos de contención. El físico de la ciudad, Jacobo de Padua, había propuesto habilitar un sitio alejado de los muros defensivos en el que asentar a los enfermos locales y a los extranjeros que se acercaban en busca de ayuda. Los resultados se revelaron ineficaces y por eso los miembros del Gran Consejo aprobaron declarar un trentino: un período de aislamiento de treinta días, que se iba a desarrollar en tres pequeñas islas no habitadas en la bahía de Cavtat, al sureste.
Los cuatro principios de esta ley eran los siguientes: (1) los ciudadanos procedentes de zonas con alta presencia de peste negra no serían admitidos en Ragusa hasta cumplir un mes de reclusión; (2) ningún habitante local podría entrar en el área de riesgo, con la pena de permanecer allí los 30 días en cuestión; (3) lo mismo le sucedería a todos aquellos que se acercasen al sector en cuarentena para proporcionar alimentos sin el permiso del Gran Consejo; (4) quien no cumpliese estas medidas, sería incomunicado hasta comprobar que no suponía ningún riesgo para el resto.
El ejemplo de Ragusa fue pionero en la forma de abordar una crisis sanitaria con los limitadísimos medios de la época, y en las décadas posteriores otras ciudades como Venecia, Marsella, Pisa o Génova redactaron leyes similares. Y eso que esta cuarentena original no fue motivada como un recurso de prevención para evitar un cómputo de contagios mucho mayor, sino más bien una medida que esperaba confirmar el más que probable desarrollo de una epidemia oculta a bordo de alguna de las embarcaciones que pretendían atracar en su puerto.
De 30 a 40 días
En los otros rincones europeos que se apropiaron de estos patrones sanitarios, el periodo de aislamiento aumentó de 30 a 40 días: del trentino se pasó al quarantino, un término derivado de la palabra italiana quaranta, que significa "cuarenta". No obstante, los motivos de este incremento resultan desconocidos, si bien los investigadores defienden diversas teorías.
Algunos sugieren que la modificación estuvo provocada porque un mes se reveló insuficiente para contrarrestrar la propagación de la enfermedad. Otros autores han mencionado creencias religiosas, como su relación con la Cuaresma cristiana —el tiempo litúrgico destinado a la preparación espiritual de la Pascua—, la duración del diluvio universal, la estancia de Jesucristo en el desierto de Judea o la de Moisés en el monte Sinaí. Todos estos eventos simbólicos duran —o supuestamente duraron— 40 días.
Otra idea más racional es la que sigue la evolución de la peste negra, la pandemia mas mortal de la historia de la humanidad: desde que un sujeto la contraía hasta su muerte, el tiempo que pasaba se situaba en torno a los 37 días. Lo principales síntomas que provocaba la bacteria Yersinia pestis eran las ampollas o bubas hemorrágicas en la piel y una fuerte tos acompañada de sangre.
Aunque hay referencias a estas prácticas de aislamiento individual desde hace dos milenios, en textos como el Antiguo Testamento —donde se habla del confinamiento de los leprosos y la prohibición con la que cargaban de no acercarse a las ciudades—, Ragusa, un importante enclave del Mediterráneo sobre el cual se levanta en la actualidad la bella ciudad de Dubrovnik, fue el primer ejemplo de ciudad declarada en cuarentena.