Hacía más de un siglo que Londres no contemplaba una boda real tan grandiosa y espectacular. Ese matrimonio, nacido de una lujosa ceremonia celebrada en la catedral de San Pablo el 14 de noviembre de 1501, estaba destinado a cambiar el rumbo de la historia de Inglaterra, a consolidar la dinastía Tudor. Al menos así lo pensaba el monarca, Enrique VII, después de haber logrado una alianza con Castilla mediante el enlace de su hijo mayor, Arturo, y la princesa Catalina de Aragón, hija de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos. Sin embargo, todos esos planes se desmoronarían solo cinco meses más tarde.
La joven pareja —él tenía 15 años, ella a punto de cumplir 17— no se quedó inmediatamente en la corte, sino que fue trasladada al castillo de Ludlow, cerca de la frontera con Gales. A Arturo le fue encomendada, como príncipe, la misión de gobernar estas tierras para ir curtiéndose en las tareas políticas. La zona había sido golpeada recientemente por la peste y otras enfermedades, y a finales de marzo, los dos integrantes del matrimonio comenzaron a presentar los primeros síntomas preocupantes: se les ordenó permanecer en cama y quedaron confinados en sus aposentos.
Pero ni los cuidados médicos ni los rezos de sus allegados fueron efectivos para salvar la vida del heredero al trono de Inglaterra. Arturo Tudor murió el 2 de abril de 1502, quedando su hermano, el futuro Enrique VIII, como sucesor del reino. Y no solo eso: el joven y caprichoso príncipe pediría la mano de la viuda Catalina de Aragón, quien sí logró sanar, para contraer un matrimonio que provocaría la división de la Iglesia Católica —el rey manipuló a su antojo la noche de bodas de su hermano: dijo, para poder casarse con la princesa española, que el enlace no había sido consumado; años más tarde alteró la versión para justificar el divorcio y entregarse a los brazos de Ana Bolena, la segunda de sus seis esposas—.
Aunque los historiadores han ido abanderando distintas teorías al respecto, no se ha podido determinar de forma irrebatible la causa del fallecimiento de Arturo, a quien desde bien pequeño se le definió como un niño enfermizo. Una neumonía, los efectos de la tuberculosis o un cáncer testicular son algunas de las hipótesis que se han barajado, pero la más extendida es la de que contrajo el "sudor inglés", una extraña enfermedad muy contagiosa que se desarrolló en Inglaterra a finales del siglo XV y principios del XVI y afectaba fundamentalmente a los varones.
El virus, llamado también sudor anglicus o pestis sudorosa, presentaba unos síntomas similares a los de la gripe: fiebre, dolores en el cuello, las extremidades y de cabeza, estremecimientos, sensación de debilidad, vómitos y una gran sequedad. Pero en un momento dado, el contagiado empezaba a sudar de forma horrible y a acelerársele el pulso. Muchas personas morían en menos de 24 horas. ¿Y cómo se transmitía? Ese es uno de los aspectos más misteriosos del sudor inglés: algunas fuentes refieren que las ratas fueron las portadoras de un tipo de hantavirus que los humanos contraerían al entrar en contacto con restos de algunos de estos animales; también se dice que se difundía a través de las aguas residuales.
El origen
Las primeras noticias que se conocen de esta curiosa enfermedad se retrotraen también a Inglaterra, en 1485, durante la última fase de la Guerra de las Dos Rosas. En ese año, la epidemia se coló en la decisiva batalla de Bosworth, que desembocaría en la victoria de Enrique VII y en el inicio de la dinastía Tudor. De hecho, la excusa del sudor inglés fue utilizada por Lord Stanley, uno de los principales apoyos de Ricardo III, para darle la espalda a su aliado... y acabar traicionándole en beneficio del futuro rey.
La enfermedad, probablemente, fue portada por el ejército vencedor en su regreso a Londres, donde en apenas seis semanas se cobraría la vida de 15.000 personas. Sin embargo, las últimas investigaciones de un equipo belga también han referido otro posible foco de expansión: los mercenarios franceses procedentes de Rhodes que Enrique Tudor había contratado para reforzar militarmente su rebelión. Estos, a su vez, la podrían haber contraído en 1480 durante una campaña contra el Imperio otomano.
Ese fue el primero de los cinco brotes epidémicos que desarrollaría el sudor inglés —las otras fechas corresponden a los años 1508, 1517, 1528, y 1551—. Solo en una ocasión, la enfermedad se propagó más allá de las fronteras inglesas: fue entre 1528 y 1529, cuando se registraron casos en otras partes del continente europeo como Hamburgo (Alemania), donde varios miles de personas murieron en un mes, Lituania, Polonia, Rusia o los Países Bajos.
En una crónica publicada en 1557, se definía el sudor inglés como una enfermedad "tan aguda y mortal que ningún hombre tenía conocimiento de algo similar hasta ese momento". Y aquellas líneas las redactaron los nietos cuyos abuelos habían sido testigos de los devastadores efectos de la peste negra.