El Renacimiento fue el puente que unía la historia europea desde el ocaso medieval hasta los albores del mundo moderno. A partir del siglo XIV, hubo un interés generalizado por recuperar los tesoros intelectuales y artísticos de Grecia y Roma. Así, lo clásicos como Homero, Platón o Aristóteles fueron redescubiertos y la sociedad de la época comenzó a desarrollar un nueva visión de la vida que priorizaba la realización humana. En este sentido, el diplomático Baltasar Castiglione describió a Rafael Sanzio como el hombre que recompuso "con admirable talento" una "Roma mutilada".
Junto a Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, fue quien mejor representó el regreso de Roma a la élite artística. Una ciudad que, en el año 1420, el papa Martín V había encontrado "tan dilapidada y desierta que apenas guardaba parecido alguno con una ciudad". Rafael había nacido el 6 de abril de 1483 y desde pequeño fue considerado un niño prodigio. Fue a los 25 años cuando obtuvo su primer encargo oficial, la decoración de las Estancias Vaticanas y la Ciudad Eterna fue decorada por obras suyas además de las de artistas como Donato Bramante, Pinturicchio o Luca Signorelli.
En el año 1512 completó El triunfo de Galatea, un fresco encargado por la ostentosa familia Farnese para su Villa Farnesina. En la obra de Rafael, Galatea se aleja de Polifemo, el cíclope, en un carro formado por una concha y tirado por delfines.
Quizá su trabajo más importante y reconocido fue la pintura que realizó de La Escuela de Atenas, claro reflejo de los valores del Renacimiento. En el centro se observan a Platón y a Aristóteles. El primero señala hacia arriba, hacia el mundo de las ideas; el segundo, por su parte, extiende su mano abierta entre el cielo y la tierra. Leonardo da Vinci, con su larga barba blanca, fue el modelo elegido para representar a Platón; Miguel Ángel, sentado en un escalón en primer plano y con el brazo apoyado sobre un bloque de mármol, da vida al matemático Heráclito. También destaca la presencia del propio Rafael en el extremo derecho mirando hacia el exterior de la pintura.
Rafael y La Fornarina
En iba carta dirigida al humanista Baldassare Castiglione, Rafael escribió que "para pintar una mujer bella, se deben ver muchas, pero teniendo en cuenta lo escasas que son" recurría al ideal de mujer que era capaz de imaginar.
El pintor renacentista siempre tuvo fama de mujeriego. Hubo una en concreto que siempre le fascinó y que, evidentemente, retrató. Margherita Luti, hija de un panadero de Siena, había seducido al joven pintor. Tal y como relata Giorgio Vasari en Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, cuando le encargaron pintar a la joven conocida como La Fornarina, tuvieron que instalarle una cama para que pudiera finalizar su trabajo sin desatender sus obligaciones sexuales.
Tal era la obsesión del pintor por la joven que retrató con los pechos descubiertos que su repentino fallecimiento, curiosamente el mismo día de su cumpleaños, se debió en parte a ella. Tal y como explica Vasari, "extralimitándose en sus placeres amorosos, sucedió que una de las veces cometió más excesos de lo habitual y volvió a casa con mucha fiebre...".
Avergonzado, no se atrevió a confesar el motivo de su malestar y debilidad a los médicos. Estos, en su intento por curar al pintor italiano, le practicaron una sangría de la que no pudo recuperarse. Falleció el 6 de abril de 1520.
Tras su prematura muerte a los 37 años, su estudio se disolvió y sus pupilos contribuyeron a la propagación de los ideales de la Roma del Renacimiento por toda Italia y por toda Europa.