A comienzos del siglo XVII, toda la sociedad de Ámsterdam pugnaba por quedar retratada en los lienzos de los maestros de la pintura holandesa: parejas recién casadas, hombres de negocios, miembros de la guardia cívica, maestros religiosos calvinistas y luteranos y hasta cirujanos impartiendo su lección de anatomía. La próspera salud económica de los Países Bajos alimentó el deseo de decorar las casas y lugares de reunión con estos retratos, motivo de orgullo personal para los protagonistas, y los artistas hallaron en dicho género un filón para aumentar sus pobres ingresos: unos 80 florines (1.000 euros) por pieza.
Rembrandt, máximo exponente de la época, llegó a Ámsterdam procedente de Leiden en 1631, invitado por el marchante Hendrick Uylenburgh, primo de la que se convertiría poco después en su esposa Saskia. Lo hizo movido, fundamentalmente, por esa corriente pictórica que con tanta fuerza estaba enraizando en la capital holandesa: consagrado su pincel como productor de fabulosas escenas bíblicas y mitológicas, allí iba a enfrentarse a un sinfín de encargos, un negocio suculento. Pero lo más curioso es que hasta ese momento el pintor no había realizado ningún retrato.
Evidentemente, no fue esa virginidad temática un impedimento para que Rembrandt, a lo largo de tres décadas, cosechara una colección exquisita de pinturas de sus paisanos. 22 de ellas forman parte de la exposición que el Museo Thyssen-Bornemisza ha inaugurado este lunes con el título Rembrandt y el retrato en Ámsterdam, 1590-1670 —hasta el 24 de mayo de 2020—. Se trata de una muestra exclusiva que aglutina en una decena de salas obras del maestro holandés que nunca habían sido expuestas en España —incluso una de ellas, Joven con gorra negra, propiedad del Nelson-Atkins Museum de Kansas City es la primera vez que se ve en Europa—.
La exposición, que se articula sobre el Autorretrato de Rembrandt que conserva la colección del Thyssen y cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid, no solo presenta los lienzos del pintor neerlandés prestados por el Rijksmuseum, la National Gallery de Washington, el Metropolitan de Nueva York o el Museo de Ámsterdam, sino que los enfrenta a las creaciones de sus contemporáneos para ensamblar el recorrido vital de un género que presenció un auténtico boom en la capital de los Países Bajos en el siglo XVII, su particular siglo de oro.
El recorrido expositivo enlaza de forma cronológica el contexto de alta demanda de retratos, la "revolución" que supone la llegada de Rembrandt a Ámsterdam, su metamorfosis de unas primeras obras más limpias a unas últimas en las que sobresale la pincelada empastada, y las influencias que genera sobre sus competidores como Frans Hals, Cornelis Ketel o Thomas de Keyser, también magníficos autores. "La aportación más importante de Rembrandt al arte del retrato es, sin lugar a dudas, el hecho de haber aplicado, hasta donde le fuera posible, las reglas de la pintura de historia a sus retratos", resume Norbert Middelkoop, comisario de la muestra.
La producción retratística de Rembrandt fue prolífica en la década de 1630, con obras como Retrato de un joven caballero o Retrato de un hombre, posiblemente el poeta Jan Krull, frenándose en la siguiente por el fallecimiento de su mujer Saskia en 1642 y tener que quedarse al cuidado de su hijo Tito, de apenas un año de edad. "En los 50 vuelve al retrato porque necesitaba el dinero", señala Middelkoop. Las dificultades por las que pasó el artista en aquella época le llevaron a vender su colección de pinturas y artículos valiosos en subasta pública.
Estilo único
El Thyssen ha organizado esta costosa muestra el año después del 350 aniversario de la muerte del pintor holandés, que en 2019 ya fue protagonista en el Museo del Prado —junto a Velázquez y Vermeer— con otra exposición que indagaba en las similitudes entre la pintura española y la holandesa. "Esta no tiene nada que ver", matiza Guillermo Solana, director artístico de la pinacoteca. "Aquí se narra la ascensión y 'caída', el esplendor y declive en cuanto a la fortuna de Rembrandt como retratista".
"La novedad de este proyecto —añade Mar Borobia, jefa del Área de Conservación de Pintura Antigua del Thyssen— es que nos hemos centrado en la figura de Rembrandt, en lo que hizo en el género del retrato, pero en un contexto que nunca se ha tratado, en el de la rica ciudad de Ámsterdam en el siglo XVII". La exposición aúna un total de 97 pinturas de 35 artistas diferentes. En un último espacio también se muestra una selección de grabados del protagonista principal procedentes de la Biblioteca Nacional de España.
El comisario de la muestra, que ha identificado recientemente las identidades de las personas de cinco de los retratos de Rembrandt, recalca que uno de los grandes atractivos de estas obras es que no hay reyes, sino "ciudadanos normales de clase media". En todos los lienzos del artista holandés sobresale la libertad de movimiento que confirió a sus modelos, inmortalizándoles en poses dinámicas que sugieren una interacción con el espectador y cualidades narrativas propias de la pintura histórica.
"Lo que hace únicos los retratos de Rembrandt es el tratamiento de la luz, el estudio minucioso de cómo va a colocar a sus modelos, la capacidad de crear una atmósfera del retratado y de su entorno", explica Mar Borobia. "También es llamativa su evolución hacia patrones de pincelada más abrupta, la acentuación de las sombras y el poco color que utiliza en los retratos de la última época".
Rembrandt se sumergió en la corriente retratística que dominaba Ámsterdam cumpliendo, al principio, con los designios que le presuponían sus clientes. Sin embargo, su virtud pictórica le hizo evolucionar hacia un estilo que los los propios funcionarios de la ciudad consideraban demasiado adusto para el programa de decoración del ayuntamiento. La exposición del Thyssen es soberbia para comprobar su destreza sobre el lienzo, su singular pincelada en comparación con la de sus colegas y porque es muy difícil ver tantos Rembrandts juntos que dialogan a través de sus personajes.