Cuando hablamos de pederastia en la Iglesia, todos los caminos llevan a Roma. Es lo que Miguel Hurtado escribe en El manual del silencio, lo último publicado por Planeta. A lo largo de un siglo, las investigaciones internas del Vaticano sobre pederastia debían mantenerse en secreto. Miles de niños habían sufrido abusos durante décadas sin que la justicia pudiera reparar al completo el daño. "La Santa Sede había creado el problema y en su mano estaba solucionarlo".
Con la derogación del secreto pontificio por parte del Papa Francisco se ha dado un gran paso para el reconocimiento de las víctimas y la aplicación de la justicia para aquellos pederastas que habían sido protegidos todos estos años. Hasta el momento, ningún sumo pontífice se había atrevido a eliminar el secreto pontificio en los casos de abusos a menores por parte de miembros del clero. De hecho, tal y como narra Hurtado en su libro, califica a su predecesor, Benedicto XVI, como el "máximo capo de la mafia pederasta vaticana".
Y es que, si hay alguien que conoce a la perfección el funcionamiento de la estrategia católica para ocultar los casos de abuso sexual, ese es Miguel Hurtado. Tenía 16 años cuando un monje benedictino de la abadía de Montserrat abusó sexualmente de él. Andreu Soler había sido el responsable del grupo scout por 40 años y por aquel entonces era un hombre muy querido por la comunidad. El joven Hurtado se sentía confundido y no había descubierto su sexualidad todavía. "Era la España machista y homófoba de los noventa. Tu madre quiere llevarte al psiquiatra para curar tu posible homosexualidad, tu padre quiere llevarte de putas para que te conviertas en un hombre, y el rarito eres tú", escribe.
Estaban abusando de mí a los pies de la Moreneta, la virgen patrona de Cataluña. Si los padres no pueden enviar con tranquilidad a sus hijos a Montserrat, ¿adónde pueden mandarles?
El monje de 60 años era conocedor de la posible homosexualidad de Miguel y con el pretexto de "ayudarle a curarse", abusó sexualmente de él: "No entendía nada de lo que estaba pasando. Montserrat era un lugar venerable, tierra sagrada para los catalanes. Estaban abusando de mí a los pies de la Moreneta, la virgen patrona de Cataluña. En teoría era un lugar seguro para niños y adolescentes. Si los padres no pueden enviar con tranquilidad a sus hijos a Montserrat, ¿adónde pueden mandarles?".
Cuando Hurtado sufrió estos abusos se lo comunicó como pudo a los superiores del monje hasta en cuatro ocasiones —a dos abades distintos—. "La abadía, en vez de denunciar al pederasta a la justicia, intentar encontrar otras víctimas o sancionarle canónicamente, lo que decidió es trasladarlo a otro monasterio y silenciar los hechos", explica en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL. En 2019 no pudo aguantar más e hizo pública su propia historia. "A raíz de mi denuncia se destapó un escándalo. Resultó que Andreu era un depredador sexual, reconocido por la abadía de Monsterrat, y que había abusado de al menos 12 críos durante 30 años" añade a este periódico.
La ineficaz 'ley Rhodes'
Las secuelas de lo sucedido fueron realmente duras de afrontar. "Lo más dañino no es la parte sexual; es la traición. Quien se supone que te tiene que formar y cuidar es quien te está explotando sexualmente.", explica Hurtado. Su manera de superar los abusos fue "conociendo a gente buena"; un buen terapeuta, unos buenos jefes, y unos buenos amigos.
Llegó a la conclusión de que su historia no era un caso aislado. "Era un problema estructural y sintético. La jerarquía católica, en todo el mundo, ha utilizado el mismo manual para encubrir este tipo de delitos", comenta. Es por ello que Miguel Hurtado ha decidido escribir El manual del silencio. "Me resultaba interesante, a través de un relato personal, ayudar a iluminar los mecanismos institucionales que se han utilizado para silenciar estos crímenes y garantizar la impunidad de los delincuentes. Hay veces que una historia personal llega más que un ensayo o un libro periodístico de denuncia", considera.
El libro, a la venta desde el 18 de febrero, coincide con la medida legislativa de protección a la infancia bautizada como ley Rhodes —en honor al pianista James Rhodes—. Decía Pablo Iglesias que esta ley no solo debe proteger "a los niños y niñas de este país, sino que debe ser una referencia mundial en la protección de la infancia y la adolescencia y convertirse en uno de los elementos de definan la acción de este Gobierno".
Sin embargo, el libro no se ha publicado para apoyar la medida del gobierno, sino para criticarla. "Las víctimas estamos muy disconformes con partes de esta ley. La reforma de los plazos de prescripción es una chapuza, no va a servir de nada. El libro es para poner presión mediática y y política".
Con la medida del gobierno progresista, el plazo de prescripción se ha prolongado. Ahora, comienza a partir de los 30 años de edad de la víctima. Es decir, a partir de dicha edad tiene entre 5 y 15 años para que el abusador pueda ser condenado, un tiempo que Hurtado considera aún insuficiente. "Las víctimas necesitan más años. Muchas veces necesitan huir del entorno familiar donde han sufrido los abusos y necesitan una independencia económica". Asimismo, otros deciden pasar por los tribunales una vez tienen hijos, pues rememoran con ellos lo sucedido en su infancia. Además, explica, "los estudios más rigurosos dicen que la media de edad de denuncia en este tipo de abusos son a los 44 años, por lo que la mayoría de casos estarían prescritos".
Su crítica hacia este "parche" de ley está avalada por gran parte de las víctimas. "Hemos hablado con el Ministerio de Justicia, con el PSOE y Unidas Podemos. No nos están escuchando y no están teniendo cuenta nuestras reivindicaciones", subraya. Temen que aprobar esta ley Rhodes sea insuficiente y que a medida que vayan saliendo nuevos casos vaya a tener que ser cambiada una vez más en el futuro.
Miguel Hurtado no cesa en su lucha por la total y completa reparación y no repetición de estos abusos sexuales. Como portavoz de la asociación Infancia Robada, una de las primeras de víctimas de abusos de la iglesia en España, continúa su labor como activista. "Conseguimos mucho apoyo social y hemos hecho dos actos de protesta en el parlamento", cuenta. De esta manera, pese a que su infancia fuera arrebatada por el monje Andreu Soler cuando tenía 16 años y desapareciera su fe hacia dios, encontró otra fe en el activismo social y la defensa de los derechos civiles.