Los aviones de la Luftwaffe aterrizaron en Alderney, la isla del Canal de la Mancha situada más al norte, el 2 de julio de 1940. Fue un golpe propagandístico y militar más en favor de los nazis: tras su exitosa campaña en Francia y lograr la retirada de las fuerzas aliadas del continente a través de Dunquerke, la conquista de este a priori insignificante reducto de tierra se revelaba en el último escollo antes de lanzarse a la invasión de Gran Bretaña.
Además de ser fortificada concienzudamente —la isla quedó integrada en el Muro Atlántico, la muralla defensiva de Hitler—, en Alderney se construyeron hasta cinco campos de trabajos forzosos. El más terrible de estos recintos fue el de Sylt, erigido en agosto de 1942 por un centenar de reclusos, y que entre 1943 y 1944 se convirtió en un campo de concentración gobernado por las SS que albergó a unos mil presos políticos, sobre todo de Europa del Este.
Las atrocidades, como en cualquier otro campo, formaban parte de la rutina de los guardas nazis: palizas, asesinatos a sangre fría, ataques con los perros... Pero si algún preso moría, el doctor de Sylt emitía un certificado en el que normalmente se refería a un "fallo cardíaco" o a "problemas de circulación". Cuando la II Guerra Mundial comenzó a decantarse a favor de los aliados, las tropas alemanas desmantelaron y destruyeron el campo, tratando de borrar las evidencias de la masacre.
En 1945, ya en la posguerra, el Gobierno británico impulsó una investigación secreta que documentó la brutalidad, las terribles condiciones de trabajo y los asesinatos cometidos por los miembros de las SS en Sylt. Este informe, vertebrado a través de unas 3.000 entrevistas con supervivientes y testigos, se ocultó hasta 1981, cuando la prensa británica comenzó a difundir los rumores sobre un "campo de exterminio" en Alderney. Hubo que esperar hasta 2008 para que una placa recordase in situ a las víctimas.
Ahora, una investigación arqueológica dirigida por Caroline Sturdy Colls, del Centro de Arqueología de la Universidad de Staffordshire, ha confirmado las terribles condiciones de vida y de trabajo a las que fueron sometidos los prisioneros de Sylt y cómo evolucionó la organización del campo. El estudio, publicado en la revista Antiquity, ha dibujado la arquitectura del recinto, del que apenas perduran unos pequeños restos visibles en la superficie, con métodos no invasivos y técnicas de reconstrucción en 3D.
"La investigación destaca que, aunque en muchos aspectos parecía diferente, pues su forma estaba influenciada por el paisaje circundante, Sylt, a mediados de 1943, poseía muchas de las características físicas y rasgos operativos de otros campos de las SS en Europa", señala Sturdy. "Esto comulga con que Sylt formaba parte de la amplia red de campos de concentración nazis".
Lugar olvidado
Los arqueólogos han documentado hasta 32 elementos superficiales, como los restos de los estrechos barracones de los prisioneros —sus dimensiones eran como las de media cancha de baloncesto y ahí se hacinaban 150 reclusos—, las cocinas, los baños u otras estructuras pertenecientes al área de los guardias nazis, además de los pilares de las torres de vigilancia. Estos hallazgos, sumados a la recopilación de testimonios inéditos, han sacado a la luz también una segunda salida del campo de Sylt, hasta ahora desconocida.
Precisamente en las puertas fue donde se cometieron algunas de las mayores atrocidades: a un prisionero ruso, por ejemplo, lo colgaron de un poste de la entrada con un pequeño cartel en su pecho que justificaba el castigo: "Por robar pan". Otro de los testigos habló de una zona específica donde se ejecutaban los fusilamientos. En el campo de Sylt también se ha documentado un túnel que conducía a una pequeña habitación subterránea. Según los expertos, podría ser una especie de refugio para el comandante y sus oficiales en caso de sufrir un ataque aéreo.
Esta investigación, extendida a lo largo de una década, ha vertido luz sobre unos restos incómodos en suelo británico y unas atrocidades "física y metafóricamente enterradas": "Parte del argumento que ha surgido una y otra vez es que nada sobrevivió y que si vas allí hoy, no puedes hacerte una idea de los restos que quedan", ha explicado la arqueóloga a The Times. "Mucha gente no se da cuenta de que hay muchas evidencias debajo de la vegetación y del suelo, y piensan que no hay nada que proteger".
Afortunadamente, en 2017 el gobierno de la isla de Alderney declaró oficialmente los vestigios del campo de Sylt como un área de conservación, frenando la amenaza de eliminar el sitio por completo. El trabajo de los arqueólogos de recomponer la historia del horror perpetrado por los nazis se revela en el primer paso para la construcción de un memorial. Lo que allí —y en toda Europa— sucedió, no se puede olvidar.