Enrique IV, el Impotente. Así, acompañado de esa etiqueta, ha quedado grabado en los libros de Historia el nombre de este monarca castellano del siglo XV, que a su muerte entregaría el trono a su hermanastra Isabel la Católica. Un reinado convulso resumido en un calificativo burlesco, que se mofa de su ridícula virilidad. Todos los otros logros reseñables de su biografía quedan ensombrecidos por una supuesta incapacidad reproductora. Es la sentencia de una época en la que casi primaba más engendrar un heredero —varón, por supuesto— que salir victorioso del campo de batalla.
El debate sobre la salud, la orientación sexual y su pésimo rendimiento en el lecho conyugal ha enzarzado a los historiadores durante siglos porque fue decisivo en el devenir político de Castilla: Enrique IV murió legando oficialmente solo una hija, Juana la Beltraneja —que los rumores palaciegos atribuyen a una relación adúltera de la reina—, sin ningún descendiente macho, lo que provocó un conflicto sucesorio. Y de ahí la necesidad de resolver un enigma que sacudiría la estabilidad del reino.
Los chismorreos sobre la impotencia del rey los propagaron los cronistas de la época, como Alonso de Palencia, quien refiere los rechazos de Enrique IV a su segunda esposa, Juana de Portugal. También dice que el monarca "desde su niñez había manifestado señales de su futura impotencia" y que la reina "no halló en el matrimonio el menor goce". Historiadores posteriores, como el padre Mariana, rebatieron estas apreciaciones señalando que eran fruto de la maquinaria propagandística de los futuros Reyes Católicos.
En 1930, el médico Gregorio Marañón se sumó a la discusión realizando un análisis retrospectivo de las patologías de Enrique IV —ampliado con la exhumación del cadáver en 1946— combinando sus conocimientos médicos con sus dotes de cirujano del pasado. Su diagnóstico deja pocas dudas al respecto: "Que el Rey era impotente, por lo menos de un modo parcial, como lo son los tímidos sexuales, no puede dudarse", escribió. "La opinión popular era unánimemente favorable al diagnóstico, como lo demuestran los chistes y los juicios acerbos que corrieron el día de boda; las coplas de los ingeniosos callejeros y, finalmente, las impresiones recogidas por los viajeros".
Ahora, un estudio realizado por los investigadores Fernando Serrano Larráyoz y Manuel Francisco Carrillo Rodríguez, de la Universidad de Alcalá, bajo el título de Acerca de las enfermedades de Enrique IV de Castilla: el recetario del doctor Gómez García de Salamanca, ofrece una nueva perspectiva sobre las patologías que asaltaron al rey y la fiabilidad de los diagnósticos que se le han realizado. Y la principal conclusión es que el monarca castellano no era tan impotente como lo han pintado.
Relaciones sexuales
Esta nueva evaluación se desprende del análisis de un documento en el que los expertos apenas habían reparado: el recetario del doctor Gómez García de Salamanca, vinculado a la realeza castellana, que se conserva en la Real Academia de la Historia con el título de Reçeptas que fizo el doctor Gómez para el muy alto e muy esclareçido rey don Enrrique el Quarto. En él se recogen un total de 71 remedios para tratar las nutridas dolencias del monarca: de cabeza, oído, muelas, estómago o extremidades inferiores —padecía de pie valgo—, además de referencias a ciertos síntomas de la gota, las almorranas, la sarna, las paperas o las llagas dolorosas. También padecía cierto prognatismo mandibular y presentaba unas manos y piernas desproporcionadas con las dimensiones del tronco.
Son padecimientos que también se encuentran mencionados en las cuentas del boticario real Ferrán López, la fuente más precisa sobre la salud de Enrique IV, en las que anotó los medicamentos suministrados al rey y su corte entre 1462 y 1464. Datos concretos contra los rumores que desplegaron los cronistas con sus plumas. "El recetario de Gómez García refleja los diagnósticos, dentro de los paradigmas de la época, de un médico que trataba personalmente al rey y nos permite identificar, por tanto, las enfermedades conocidas en la época que le afectaron", explica Fernando Serrano a este periódico por correo electrónico.
Las molestias estomacales, como el mal de ijada o la gota e incluso algunos de sus síntomas, como la retención de la orina o molestias en los riñones, podrían tener su origen en los excesos alimentarios del monarca glosados por los cronistas —"Su comer más fue desorden que glotiana, por dende su conplisyón antiguamente se corronpió, y ansí padesçía más de la yjada y a tienpos dolor de muelas; nunca jamás bevió vyno", escribe Sánchez Martín—. Pero las hipotéticas inhibiciones sexuales, aseguran los autores del estudio, son "divagaciones que no pueden ser demostradas".
Su conclusión es que este recetario "hace dudoso algún diagnóstico de los basados en las crónicas. En concreto, la receta para tratar las 'llagas vergonçosas' parece excluir definitivamente la inhibición sexual que se le ha atribuido hasta hace poco tiempo al monarca castellano". "Las llagas vergonzosas corresponden, de modo inespecífico, a diversas enfermedades de transmisión sexual", añade Fernando Serrano en referencia a las relaciones con "mujeres sucias", es decir, prostitutas. "Por tanto, su presencia apunta claramente a la existencia de relaciones sexuales e incluso una cierta promiscuidad".
La homosexualidad
Según Gregorio Marañón, era posible reconocer durante la juventud del rey cierto carácter "esquizoide con timidez sexual" y una relativa impotencia, "engendrada sobre condiciones orgánicas y exacerbada por influjos psicológicos". Todo esto se deduce del primer matrimonio infructuoso de Enrique IV, a los quince años, en 1440, con su prima Blanca de Navarra. El enlace sería anulado después de que ambos cónyuges declarasen bajo juramento que no había sido consumado —y eso que según algunas crónicas el monarca recurrió a todo tipo de brebajes y oraciones para librarse de un supuesto hechizo y tener éxito en "la cópula carnal"—.
El diagnóstico de Marañón se apoyó fundamentalmente en la lectura de estos textos, a pesar de tener acceso al cadáver. "El examen de los restos del rey es muy superficial, por un lado, y el propio Marañón no le concede especial relevancia", detalla el investigador de la Universidad de Alcalá. "Por otra parte, el análisis de los restos no puede aportar ningún tipo de información directa sobre la impotencia del rey, sino a lo sumo poder identificar alguna patología que pudiese hacer plausible esa impotencia".
Además, el médico también describió morfológicamente a Enrique IV como un "eunucoide con reacción acromegálica", aceptando los argumentos cronísticos que indicaban la orientación homosexual del rey. Por ejemplo, Alonso de Palencia, glosando el fracaso nupcial con Blanca de Navarra, asegura que "empezaron a circular atrevidos cantares y coplas de palaciegos ridiculizando la frustrada consumación del matrimonio y aludiendo a la mayor facilidad que don Enrique encontraba en sus impúdicas relaciones con sus cómplices" varones.
Teniendo en cuenta los cuantiosos enemigos que tuvieron tanto el rey como su hija Juana la Beltraneja, ¿qué grado de responsabilidad de esta suerte de leyenda negra cabe atribuirles a las fuentes favorables a la causa isabelina? "Creemos que la mejor respuesta a esta pregunta es formular otra pregunta: ¿Qué beneficios le podía reportar a Isabel I de Castilla la difusión de las supuestas incapacidades de Enrique IV? La legitimación en el trono sin lugar a dudas", sentencia Fernando Serrano.