En torno al año 25 a.C., durante la primera campaña de las guerras cántabras, las tropas romanas comandadas por Publio Carisio marcharon hacia el sector más meridional del territorio astur. Allí, antes de seguir avanzando hacia el norte, un contingente de una de sus tres legiones —el emperador Augusto envió un total de siete a Hispania para culminar la conquista de la Península Ibérica— debía eliminar la resistencia de un asentamiento de gran tamaño: el castro de Las Labradas, situado hoy en día en el municipio zamorano de Arrabalde.
Se asumía que el oppidum astur, rodeado por potentes murallas, había sido asediado en algún momento por el hallazgo en 1980 del tesoro de Arrabalde —un conjunto de medio centenar de brazaletes, colgantes, anillos y otras piezas de oro y plata de la segunda Edad del Hierro que fue ocultado bajo tierra—. Ahora, un equipo formado por arqueólogos del colectivo Agger, el proyecto de investigación Guerras Cántabras y la Junta de Castilla y León ha descubierto con técnicas de teledetección el emplazamiento de dos campamentos militares, un castrum y un castellum, desde donde los romanos prepararon y lanzaron el ataque.
"Es la primera vez que se encuentran evidencias de un asedio romano en territorio astur", destaca José Ángel Hierro Gárate, uno de los encargados del estudio. "Además, confirma que fue como todos: de proximidad, cercando el castro y asaltándolo; y que no se organizó desde Petavonium, un campamento estable posterior desde donde se controlaba el territorio y que servía de paso hacia las minas de oro del noroeste, que está a siete kilómetros del castro —en la localidad de Rosinos de Vidriales—, demasiado lejos para participar en un asedio". Y el hallazgo es también relevante porque ratifica definitivamente el contexto del ocultamiento de la colección de joyas desenterrada en Las Labradas.
El castro, habitado entre los siglos II y I a.C., era el más importante de los astures en territorio zamorano, con una superficie sobre una colina de cerca de cuarenta hectáreas. Estas dimensiones también son novedosas, el resultado de hallar con las imágenes LIDAR, que escanean el suelo, los restos de una muralla muy arrasada que conectaba la zona de Las Labradas con el recinto aledaño de El Marrón, situado un poco más al oeste y que se creía que era independiente. "Hemos demostrado que se trata de un solo castro: este segundo espacio puede que fuese una ampliación realizada inmediatamente antes o durante la misma guerra para acoger población de otros lugares que buscaba refugiarse del ataque romano", explica a este periódico el arqueólogo.
Además, la zona de El Marrón, en las faldas más susceptibles de ser atacadas, presenta una característica inaudita: un sistema de murallas dobles, con la interior en forma de semicírculo o de triángulo. "Es una solución defensiva conocida en el mundo Mediterráneo pero de la que al menos nosotros no conocíamos ningún otro ejemplo en la Península hasta la fecha", subraya Hierro, que ha realizado la investigación con E. Gutiérrez y R. Bolado, compañeros del colectivo Agger; E. Peralta, del proyecto Guerras Cántabras; y J. M. Vidal, de la Junta de Castilla y León.
"Esto nos indica que los astures se tomaron muchas molestias en fortificar el castro, que el ataque romano se produjo por esa zona y que sus conocimientos de poliorcética y de fortificación eran mucho más avanzados que la imagen que solemos tener —y trasladaron los romanos— de los pueblos peninsulares como unos bárbaros atrasados. Tenían una sofisticación militar", añade el experto.
Refugio de media legión
A expensas de realizar una prospección arqueológica que arroje más pistas sobre la batalla —seguramente participó alguna de las legiones comandadas por Publio Carisio, futuro legado del princeps Augusto en Lusitania y fundador de Mérida (Emerita Augusta): la Legio V Alaudae, la Legio VI Victrix y la Legio X Gemina—, los investigadores han podido reconstruir gracias a las herramientas de teledetección óptica la planta de los dos campamentos romanos, obras puramente de campaña militar.
El más cercano al castro astur, y también el más pequeño, de una hectárea de superficie, se sitúa sobre una cresta rocosa, justo enfrente de una de las murallas más orientales de la zona de El Marrón, a unos 200 metros. Tiene un cierre doble y los arqueólogos creen que se pudo haber utilizado para disparar con artillería de torsión, como escorpiones, catapultas o balistas.
El segundo, mucho más grande, de unas seis hectáreas y amoldado a la superficie escarpada del alto de La Mina, donde hoy en día sobresalen unos molinos de viento, tiene una característica inconfundible de los castra romanos de finales de la República y principios del Imperio: una puerta en clavícula. "Es un recinto irregular, que se adapta a las formas del terreno como otros levantados durante las guerras de conquista del norte y noroeste; no es el campamento romano de planta canónica rectangular, con las esquinas redondeadas y cuatro puertas", detalla José Ángel Hierro. Allí calculan que se pudieron alojar unos 3.000 soldados, es decir, media legión.
Los investigadores han documentado otras estructuras más misteriosas en la zona occidental pero que también pueden estar relacionadas con el asedio, como un gran caballón de tierra que sube hacia el castro, paralelo a lo que llaman "el camino de las vacas" y que hasta ahora se había interpretado como una canalización o algo relacionado con las minas. "Procesando los datos LIDAR y las imágenes aéreas se aprecia que podía ser un agger —un terraplén, una defensa de tierra— de aproximación desde abajo, desde el llano hacia las puertas del castro, para subir los romanos por ahí, con maquinaria o simplemente los soldados". El principal problema para seguir reconstruyendo esta historia es que el terreno está muy alterado por las repoblaciones de pinos y la construcción de pistas del parque eólico aledaño.
El dilema de Lancia
Los vestigios de los campamentos romanos han pasado totalmente desapercibidos hasta ahora, y eso que en la década de los 80, cuando se desenterró por casualidad el tesoro de Arrabalde, se registró una destacada actividad furtiva destinada a saquear el castro. En aquella época también se condujeron varias excavaciones arqueológicas, una de ellas dirigida por Germán Delibes de Castro, entonces catedrático de Prehistoria de la UCM e hijo de Miguel Delibes, todas frenadas por el ímpetu de los vecinos. De hecho, el escritor publicó una breve novela, El tesoro (1985), donde ficciona lo que le sucedió a su vástago: la desconfianza de los locales ante la aparición de unos hombres extraños que quieren robarles sus joyas.
El hallazgo de las estructuras de los invasores también reabre el debate sobre la localización de Lancia, la "ciudad más importante" de los astures, según el historiador Dion Casio, y la única que aparece mencionada en las fuentes latinas de la conquista. El historiador Floro narra que ahí fue donde los indígenas se resguardaron después de lanzar un ataque sorpresa fallido contra el ejército romano, acampado en la orilla del río Esla. Tras cercarla y conquistarla, las legiones tenían pensado saquearla, pero Publio Carisio lo evitó para "mejor [convertirla en] monumento de la victoria romana que destruida por el fuego".
La versión más extendida es que Lancia se corresponde con el yacimiento del municipio leonés de Villasabriego, pero otros investigadores han propuesto Las Labradas como su verdadera ubicación. José Ángel Hierro reclama un proyecto de campo con ganas y medios para tratar de aclarar este asunto: "Este castro es un yacimiento impresionante que, pese a haber sido muy saqueado, puede dar mucha información y aumentar su papel como dinamizador cultural de la zona". Los vestigios del Imperio romano de Augusto en la España vaciada.