"Al fin y al cabo, Adolf Hitler también ganó las elecciones democráticamente". Es una de las frases hechas que más calado tienen en el lenguaje político de nuestro país. Uno puede oírla en la barra de un bar o en boca de algunos intelectuales. "No obstante, como una vez dijo el también nazi Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi, "una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad".
"Es casi como una muletilla", explica a EL ESPAÑOL Andrés Piqueras, profesor de Sociología en la Universidad Jaume I, quien considera que la afirmación de que Hitler ganó las elecciones democráticamente es empleada mayoritariamente por la derecha y la extrema derecha para desprestigiar la victoria electoral de la izquierda. Su ascenso, dentro de los mecanismos legales, no estuvo acompañado de métodos democráticos.
Tras el fallido golpe de estado de Hitler en el año 1923, por el que fue declarado culpable de un delito de alta traición, el alemán tenía claro que para conseguir el poder debía hacerlo desde la legalidad. El ascenso del líder nacionalsocialista culminó con la muerte de Paul von Hindenburg, Presidente de Alemania, ya que Hitler aprovechó la ausencia del recién fallecido para asumir, además de su cancillería, la presidencia de Alemania.
Sin embargo, este ascenso progresivo, en el que utilizó los procesos electorales para llegar a su meta, no gozaron en ningún momento de la ejemplaridad democrática de los demás partidos que componían la República de Weimar. La República de Weimar se había constituido como la primera en decretar por primera vez en la historia de la humanidad los "derechos sociales del hombre". Esto significaba una serie de normas impulsadas principalmente por los socialdemócratas que influirían en las posteriores constituciones europeas, como es el caso de la constitución de la Segunda República.
Actos terroristas
Un desequilibrado Tratado de Versalles, la crisis económica de 1929 —lo cual provocó que más de un tercio de la población activa alemana quedara en paro— y los efectos de la hiperinflación dieron rienda suelta a la aparición de populismos en época de paz. Desde 1932, las campañas nazis se basaban en criticar no solo al gobierno, como cualquier otra oposición, sino a deslegitimar la validez de la República de Weimar para poder solventar los problemas de la nación.
"El sistema existente era una estafa, gritaban los nazis, y los partidos eran las marionetas de los grupos de presión, en particular, las grandes empresas y los grandes sindicatos. Los principales partidos habían vendido al granjero, al tendero y al trabajador a las grandes corporaciones y a los corruptos jefes sindicales", describe Thomas Childers en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica). "¿Qué había traído esta democracia sino una cadena ininterrumpida de desastres económicos, luchas sociales y una opresión internacional humillante?", se preguntaba Hitler.
Hitler y Goebbels entendieron que la escenografía, así como las charlas multitudinarias en las que los ponentes se hacían de rogar en su tardía aparición, eran clave. "Incluso las confrontaciones diarias y la violencia parecían formar parte del guion", considera Childers. Mientras se intentaba llegar al poder por la vía democrática, las calles eran un campo de batalla. Los discursos de campaña estaban destinados a provocar. Los izquierdistas locales aparecían en pleno evento nacionalsocialista para cantar canciones comunistas y burlarse de los oradores nazis. "Comenzaba la pelea, se rompían vidrieras y también cabezas". Tal y como cuenta el catedrático por la Universidad de Pensilvania, entre 1930 y 1933, los enfrentamientos se convirtieron en "rituales obligados".
La violencia era cada vez más evidente con el paso del tiempo. La manifestación más visible del nacionalsocialismo para los ciudadanos alemanes eran las actividades omnipresentes de las SA. Repartían folletos y recaudaban dinero para diferentes actividades pero también organizaban batallas campales con comunistas y socialdemócratas además de hostigar de manera regular los comercios y vecinos judíos. "Que los cuchillos se hundan en el cuerpo del judío, la sangre debe fluir en torrentes y caguémonos en la libertad de esta república judía", decía una de sus populares canciones.
A partir de mayo de 1932 tuvieron lugar frecuentes actos de terrorismo de las organizaciones paramilitares nazis. Heinrich Brüning, canciller por aquel entonces, llegó a prohibir —por un tiempo— las SA y las SS debido a estos actos delictivos. Pero en julio se dio el ascenso más espectacular de la historia política moderna. Un hombre con un extravagante bigote y un acento austríaco marcado obtuvo el 38,8% de los votos cuando 4 años antes apenas había atraído al 3% del electorado. Por otro lado, las izquierdas seguían siendo fuertes. Los socialdemócratas y comunistas juntos tenían 34,7% de los votos.
Hitler no se conformaba con ningún puesto que no fuera el de canciller y las trifulcas proseguían en las calles —el 9 de agosto de 1932 el recién nombrado canciller Franz Von Papen endureció loas condenas por asesinato político tras los ataques a judíos, polacos y demás enemigos de los nazis—, así como su exponencial éxito electoral.
Nuestros enemigos internos nunca vieron adónde íbamos, ni que nuestro juramento de lealtad no era sino un truco
A finales de 1932 el partido nacionalsocialista se había bloqueado. Hitler había llegado al umbral del poder pero no era capaz de cruzar la puerta. El partido socialdemócrata y el llamado Zentrum se mantuvieron como firmes defensores de la Constitución democrática y las instituciones, y los nazis comenzaron a perder apoyo en diferentes elecciones regionales y locales. "En el futuro no debe haber elecciones en las que perdamos ni un solo voto", llegó a afirmar Goebbels tras la derrota catastrófica en Turingia, donde habían caído casi un 40%. Por lo tanto, el historiador Childers declara que fue "una monstruosa ironía histórica" que Adolf Hitler llegara al poder en el momento en que su popularidad estaba en retroceso.
El 30 de enero de 1933 fue la fecha en la que Hindenburg nombró a Hitler canciller tras meses de reuniones secretas del nacionalsocialista con diferentes políticos cercanos a Hindenburg y banqueros y magnates económicos como Thyssen o Schroeder. "En la llegada de Hitler a la cancillería del Reich se combinan los medios legales (aunque los nazis no se recataban de anunciar que luego no respetarían la legalidad) con la presión ejercida a través de paradas militares, grandes concentraciones y acciones callejeras violentas", escribe el historiador español especializado en la Edad Contemporánea Ángel Bahamonde. Goebbels reconoció en un informe redactado en 1940 que sus "enemigos internos" nunca vieron adónde iban, ni que su "juramento de lealtad no era sino un truco".
Incendio del Reichstag
Hitler ya era canciller pero su poder no era ilimitado. El 22 de febrero de 1933, alegando que la amenaza comunista era tan terrible que la policía carecía de los hombres necesarios para enfrentarse a la situación, Hermann Göring, ministro de Hitler, anunció la creación de una fuerza policial auxiliar compuesta por "voluntarios", es decir, simpatizantes nazis. "Estos voluntarios eran los mismos matones que durante años habían chocado con la policía, habían librado batallas campales con los comunistas, habían cometido asesinatos e incendios, y hostigado a ciudadanos comunes en las calles. Ahora ellos eran la ley", narra Childers.
El miedo, que venía manifestándose desde las elecciones de 1932, se había transformado en terror. En este ambiente Hitler convocó las primeras y últimas elecciones como canciller para el 5 de marzo de 1933. Así, el 27 de febrero, poco antes de las votaciones, el edificio del Reichstag fue incendiado. Un joven comunista neerlandés de 24 años, albañil desempleado, admitió haber cometido el incendio.
Pese a que el oficial de policía negara que fuera un acto organizado por y perpetrado por los comunistas para derrocar el gobierno, los nazis ya tenían a quién culpar. "El pueblo alemán ha sido blando durante mucho tiempo. Todo dirigente comunista debe ser fusilado. Todos los diputados comunistas deben ser ahorcados esta misma noche. Todos los amigos de los comunistas deben ser encerrados. ¡Y eso también vale para los socialdemócratas!", gritó el canciller en un arrebato de ira.
La prensa comunista fue reprimida y los periódicos socialdemócratas fueron prohibidos hasta dos semanas después de las elecciones. Ningún partido que no fuera el nazi realizó campaña alguna y numerosos dirigentes políticos fueron detenidos —toda la bancada comunista del Reischstag estaba en la cárcel—. Tal y como explica Thomas Childers, las bandas de camisas pardas vagaban por las ciudades golpeando puertas y exigiendo el voto y en algunas localidades los nazis controlaban por completo las votaciones: "Muchas personas se sintieron tan amenazadas, tan temerosas de que los nazis escucharan sus llamadas telefónicas, leyeran su correo o abrieran sus papeletas que obedecieron sin quejarse".
Resulta llamativo que pese a toda la intimidación, las detenciones de opositores y purgas en instituciones públicas, los nazis no consiguieran el resultado que ansiaban. Obtuvieron 17 millones de votos, pero los socialdemócratas y comunistas juntos llegaban a los 11 millones. De hecho, resalta el historiador que Hitler sintió cierta decepción de los resultados al tener que seguir dependiendo de los conservadores.
Todo terminaría cuando el fallecimiento de Hindenburg permitió al canciller unificar su puesto con el de la presidencia e iniciar una deriva totalitaria sin precedentes. Dentro de sus manipulaciones electorales, intimidaciones y evidentes manifestaciones que prueban la llegada de Hitler al poder de manera poco libre pese a que se celebraran elecciones, destaca la resistencia de una oposición notable que Hitler tuvo que eliminar de forma dictatorial.