La figura de Benito Mussolini da mucho que hablar todavía a día de hoy. El precursor del fascismo llegó a tener incontables amantes a lo largo de su vida y era adicto al sexo violento. Cuando su virilidad se vio mermada por su incontinencia, recurrió a un afrodisíaco, precursor de la Viagra, ofrecido por Hitler.
No sería la primera sustancia que tomaría el dictador italiano. Su vida privada destacaba por ser de lo más inusual. Tal y como explicaba a EL ESPAÑOL Leo Bassi, una de sus amantes, Margherita Sarfatti, era la encargada de llevar cocaína al duce para sus discursos públicos. Este 28 de abril se cumplen 75 años de la muerte del italiano, un hombre que inició un peligroso rumbo ultraderechista que quedó en nada tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial.
Su expresión de máxima virilidad como líder fascista contrastaba con su complejo por su sobrepeso y su vida llena de altibajos. El sexo no era más que otra exposición de fuerza y dominación que tanto quería demostrar de forma instintiva.
Durante más de una década, militó en orientaciones marxistas para luego volverse intervencionista y combatiente y después fascista libertario. Realmente, Mussolini se había empapado más de personalidades como Nietzsche o el teórico del sindicalismo revolucionario Georges Sorel por encima del propio Marx. En 1919, lejos de las posturas socialistas que en su juventud había apoyado, se presentó a las elecciones italianas con la recién creada agrupación Fasci italiani di combattimento. El intento por tomar el poder fue todo un fracaso. Solo en Milán los socialistas obtuvieron 170.000 votos frente a los casi 5.000 de los fascistas. El periódico Avanti! publicaría tras los resultados, en los que Mussolini no consiguió ni un escaño, una pieza irónica donde afirmaban que "había sido descubierto en una alcantarilla de la ciudad el cadáver en putrefacción de un suicida: Benito Mussolini".
No sería hasta octubre de 1922 cuando, una vez tomado varios edificios gubernamentales y realizada la marcha sobre Roma, el italiano conseguiría su primer propósito cumplido. Poco a poco eliminaría a la oposición y se alzaría como líder de toda Italia. A partir de entonces, Mussolini buscaría devolver a Italia la grandeza equiparándola a la gloria de la Antigua Roma.
El miedo a una guerra
Mussolini inició una serie de campañas expansionistas que sirvieron como propaganda para consolidar un régimen fuerte y victorioso. De esta manera, Abisinia (actual Etiopía), Libia, Eritrea o Albania en suelo europeo, se integraron al Imperio colonial italiano. De todos modos, estos territorios no eran grandes potencias ricas en materias primas.
Sin embargo, las acciones del duce sirvieron para que los estados europeos comenzaran a desconfiar del líder fascista. "¡Menudo puerco es este Mussolini!", llegó a escribir Winston Churchill en una de sus cartas a su esposa. Pese a las constantes provocaciones de la Italia fascista a la Sociedad de Naciones y su acercamiento al Tercer Reich, el duce se mostraba cauto, pues sabía que su país no era tan fuerte como aparentaba.
El Pacto de Acero entre ambos países comprometía a Italia a apoyar a Alemania en todas las cuestiones que concernían a la política exterior —incluida la guerra— pero Galeazzo Ciano, ministro italiano de Asuntos Exteriores, se aseguró de que los alemanes prometieran que "no planeaban hacer nada de forma inmediata, y mucho menos llevar a cabo un ataque inminente contra Polonia". Así lo explica el historiador James Holland en su libro El auge de Alemania, la Segunda Guerra Mundial en Occidente 1939-1941 (Ático de los libros).
En uno de los momentos más dolorosos de mi vida, tengo que informarle de que Italia no está lista para la guerra
Era evidente que Italia no podía competir con los demás países europeos ni económicamente ni militarmente. En todo momento, el rey Víctor Manuel trató de persuadir al duce para que no aceptara la guerra, en caso de ofensiva germana. "En uno de los momentos más dolorosos de mi vida, tengo que informarle de que Italia no está lista para la guerra", comunicó Mussolini a Hitler cuando este último le introdujo la idea de una posible guerra en Europa.
El catedrático Thomas Childers explica en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica) que cuando Hitler preguntó qué suministros necesitaba Mussolini, "descubrió que las necesidades de Italia eran tan exorbitantes que, simplemente, no podían ser atendidas". En lugar de ello, el führer le pidió al duce que tan solo aparentara prepararse para una guerra. "La apariencia de la solidaridad fascista era importante para Hitler", relata Childers.
No obstante, cuando Ciano se reunió con Hitler entendió que los alemanes estaban dispuestos a entrar en guerra sin importar los intereses de los italianos. Indignado, volvió a Roma y se presentó inmediatamente en el Palazzo Venezia ante Mussolini para manifestarle lo sucedido. "Nos han traicionado y mentido. Ahora nos están arrastrando a una aventura que no queríamos y que podría comprometer al régimen y a todo el país. El pueblo italiano se estremecerá de horror", exclamó. Incluso se atrevió a recomendar al duce que abandonara el Pacto de Acero y evitar apoyar a la Alemania nazi.
Casi ocurrió el milagro que podría haber cambiado el destino de millones de personas. En un principio, Mussolini se mostró de acuerdo con no apoyar a Hitler pero al final cambió de idea y dijo que "el honor obligaba a Italia a marchar junto a Alemania". Los fracasos que Mussolini había conseguido evitar desde su juventud volverían a relucir.
Ridículo en el campo de batalla
El 10 de junio de 1940, desde el balcón del Palazzo Venezia, la Italia fascista declaró la guerra a las Fuerzas Aliadas. Justo en ese instante, Churchill se encontraba durmiendo la siesta. Al despertarse, tal y como relata Andrew Roberts en Churchill: la biografía (Crítica), la más extensa escrita hasta el momento, gruñó que la gente que acostumbraba a ir a Italia para ver ruinas no iba a "tener que llegar ya hasta Nápoles o Pompeya".
Lo cierto es que el apoyo italiano a la Alemania nazi fue más bien un inconveniente para Hitler que una suma a sus conquistas. Los italianos fueron incapaces de hacerse fuertes en el Mediterráneo, el mar que por derecho histórico tanto proclamaban como suyo. Las batallas de Punta Stilo y Cabo Teulada evidenciaron la insuficiencia técnica de la flota italiana y en la batalla de Matapan obligaron a los italianos a doblegarse ante los británicos.
La ofensiva en 1941 para controlar Grecia fue otro "fiasco" debido a la "mala planificación de Mussolini", escribe Childers. "En abril las fuerzas alemanas fueron al rescate de Mussolini (...) Era a segunda vez que el Reich se veía obligado a socorrer al imprudente duce, pues ya había enviado tropas al norte de África para rescatarlo de su guerra en el desierto con los británicos".
En 1943 la guerra se decantaba en favor de los Aliados. Habían desembarcado en el sur de Italia en septiembre. Mussolini fue depuesto por el rey Victor Manuel y por su propio consejo fascista y, aunque Hitler lo colocaría como jefe de un Estado fascista títere en el norte de Italia, esta vez Alemania no contaba con los hombres suficientes para hacer frente a los Aliados.
La caída del duce era cuestión de tiempo. Decidió huir, hacia el norte y sin destino concreto, disfrazado de soldado en un convoy alemán hasta que unos partisanos italianos dieron con él y optaron por fusilarle. "Las armas fallaron en el primer intento, y Mussolini, según el comandante del pelotón de ejecución, se estremeció de miedo, «ese miedo animal que manifiesta uno ante lo inevitable»", narra Álvaro Lozano en Mussolini y el fascismo italiano (Marcial Pons).
Al día siguiente, los restos de Mussolini y de su amante Clara Petacci fueron colgados boca abajo en un tejado de la plaza de Loreto de Milán. El lugar no había sido elegido al azar, pues la mañana del 10 de agosto de 1944 los alemanes habían ordenado el fusilamiento de 15 partisanos en ese lugar. El cadáver de Mussolini, tras pasar el día colgado, fue traslada do al Istituto di Medicina Legale de la Universidad de Milán. Allí fue limpiado y medido. Mussolini pesaba, muerto, 62 kilos, y medía 1,66 metros.
Aquel fue el punto y final de un dictador lleno de complejos y dudas internas que trató por todos los medios devolver la grandeza a una Italia. Un intento que se quedaría en nada, pues en el instante en que no recibió ningún tipo de ayuda volvió a fracasar.