Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, 1948) ya ha perdido la cuenta de los libros que ha escrito. "Debo de llevar unos cien", dice mientras una sonrisa se le dibuja en el rostro. El último, "una novela ensayada o un ensayo novelado", presenta un título sugerente: La tentación del caudillo (Planeta), en el que reconstruye nueve meses clave que transcurren desde el fin de la Guerra Civil hasta la icónica reunión en Hendaya entre Franco y Hitler en octubre de 1940. El premiado divulgador aborda con su pícara prosa plagada de datos y curiosidades los secretos de un vertiginoso periodo que llevaron a España al borde de la II Guerra Mundial.
¿Cuál es el impulso de novelar este periodo tan concreto?
Es una idea muy varia. Por una parte, me interesan mucho las relaciones de España con Alemania durante el franquismo; por otra, ha surgido del hecho de que, cuando estaba haciendo mi investigación para uno de mis libros anteriores, el de La familia del Prado, al centrarme en el recorrido del estanque, de esa joya, descubrí cosas inéditas de que a la señora de Franco [Carmen Polo] le había interesado recuperarla. Y eso me ha servido para hacer el hilo argumental.
¿Qué sucedió realmente en el encuentro entre Hitler y Franco en Hendaya? ¿Cómo se mete Juan Eslava ahí?
Después de la caída de Francia, Franco concibe la idea de por qué no subirse al carro del vencedor —Inglaterra, después de lo de Dunkerque, tiene que estar a punto de capitular— para sacar algo en el reparto de la nueva Europa. El hombre concibe unos sueños imperiales con las reivindicaciones sobre el norte de África y cree que eso es factible: manda un enviado a Hitler, pero se encuentra con que este le desprecia olímpicamente. Como dijo Ribbentrop: "Vienen en auxilio del vencedor". No tiene sentido.
Pero eso ocurre en junio de 1940. Pasa el verano y en la batalla de Inglaterra más bien fracasa la Luftwaffe. Entonces Hitler piensa en el plan B: ahogar económicamente a Inglaterra para lo cual necesita cortarle los suministros que vienen de la India y de las colonias del Índico. Para eso necesita Gibraltar, para cortar el acceso al Mediterráneo. Necesita el auxilio de Franco, pero este no lo ve tan claro, ha cambiado de idea. Y por eso el führer provoca la reunión de Hendaya, para decirle que les interesa que entren en la guerra. Ese es el juego: al principio Franco está completamente entregado; luego, como buen gallego, se muestra más apartado del tema. Se produce ahí un forcejeo diplomático que se solventa cuando Hitler pasa a tener la cabeza en otro lado con la invasión de Rusia.
¿Hitler se sintió traicionado por Franco? Le había prestado tanta ayuda para ganar la Guerra Civil y no consiguió implicarle…
Absolutamente. En un documento precioso que son las conversación sobre la guerra y la paz, las conversaciones de sobremesa de Hitler, de vez en cuando se refiere a Franco como un traidor que se lo debe todo y que debería hacerle un monumento a sus [bombarderos] JU-52.
¿Se llevaban mal?
Hitler despreciaba a Franco, lo tenía por un mal militar, por un general chusquero… Durante la Guerra Civil, a Franco le interesó dilatar la victoria para ir limpiando lo que iba conquistando, para hacerse con el poder bien. Eso no lo entendían Hitler y Mussolini. Hay una entrevista de Franco con Roberto Cantalupo, el embajador italiano en España, en la que se lo dice claramente: no solo se trata de ganar la guerra, sino de hacer una limpieza de elementos marxistas.
Franco se hizo millonario en la Guerra Civil, después no le hizo falta ser corrupto: corrompió a los demás
Los nazis también le calificaron como "pequeño mequetrefe". Goebbels, por ejemplo, dijo que era "un cero".
Un absoluto desprecio. Además, sospechaban que era judío. Eso ya era el colmo.
Pese a todo, es asombroso que Franco lograse resistir cuatro décadas en el poder.
Tiene una explicación relativamente fácil: hacia el final de la II Guerra Mundial, los aliados, sobre todo Churchill y Roosevelt, empiezan a tener sospechas de que Stalin no va a soltar los territorios de Europa del Este que ha conquistado. Prevén que va a venir una guerra fría o caliente, quién sabe, con Rusia. Por lo tanto, Franco, un elemento absolutamente anticomunista, les interesa que se mantenga en el poder. España es crucial en la geoestrategia de Europa. En la reunión de Postdam, cuando los soviéticos hablan de acabar con el caudillo, los otros dicen que no hay que ir tan deprisa. Hay también dos cosas fundamentales: el concordato con la Santa Sede en 1953 y los acuerdos con EEUU. Franco, vergonzosamente, hace dejación de territorios de dominio nacional, que son las bases militares, pero se convierte en aliado de EEUU y estará en el poder hasta que estos quieran.
Teniendo en cuenta todos estos vaivenes y retratos de Franco, ¿cómo perfila Juan Eslava la figura del dictador?
Hay varias imágenes porque cuarenta años dan para mucho. Al principio hay una dictadura sangrienta, tiene en la cárcel a cientos de miles de personas y está fusilando a troche y moche. Los años 40 son terribles en ese sentido: elimina toda posible oposición. Después, a Franco —decían que tenía baraka, esa suerte— le viene divinamente, en los años 50, el hecho que Europa se está recuperando y necesita obreros. En España sobran obreros porque hay paro; entonces exporta mano de obra que trae divisa que hace falta para comprar petróleo.
Por otra parte, como España es barata y tiene mucho orden, es un sitio estupendo para veranear. Se produce un doble ingreso de divisas que provocan el despegue económico español cuando por fin abre los ojos y deja la cuestión económica, que ha llevado demencialmente hasta los años 50, a los tecnócratas del Opus. Luego él envejece y se queda como el abuelito. Se ha apartado de la política activa, sigue siendo el caudillo, de vez en cuando aparece en el NODO, pero se dedica a cazar. Aparece esa imagen más venerable, pero no nos descuidemos porque hasta el mismo año en que se muerte está matando a gente de la oposición. El abuelito es peligroso cuando alguien le lleva la contraria.
En los últimos años se ha destapado la faceta corrupta de Franco. Ahí están los estudios de Ángel Viñas…
Eso hay que matizarlo. En la guerra se enriqueció, se hizo millonario. Luego ya no necesitaba ser corrupto, lo que hizo fue corromper a los demás: todos los generales tenían sus apaños, él lo conocía. Dejaba que la gente robara, pero ya no le hacía falta: España era su finca. Y como ha demostrado Viñas, ya tenía una gran cantidad de millones de aquellas cuentas de ayuda al bando nacional.
En el libro hasta se cuela en la cama de Franco y de su mujer. ¿Era un matrimonio tan casto como relata?
Sí. Ella era una mujer rotundamente católica, educada en las monjas, y él era un hombre cuya sexualidad no estaba exacerbada. Digamos que el poder provoca una sensación tan fuerte que incluso deja las cuestiones sexuales casi en algo marginal. Incluso desde el principio: cuando sus compañeros se iban de putas en África, él se quedaba estudiando, no le interesaba mucho el tema. En las escenas de cama que hay hablan, tienen el pijama y el camisón abrochado hasta arriba… Son hogareños, es un matrimonio que se lleva bien, pero no hay entre ellos nada extraño.
¿De qué fuentes bebes para reconstruir estas escenas?
Tengo en cuenta el carácter de cada uno, algunas confesiones de la servidumbre del Palacio del Pardo. He estado allí, he visto el dormitorio, su despacho, me he basado en fotos, en las que siempre aparece rodeado de carpetas y que transmiten la imagen de que este hombre trabaja como un león…
Los políticos son los que agitan el fantasma de la Guerra Civil
Alguien que escribe de Historia, ¿hasta dónde debe ser fiel a los hechos históricos?
Creo que los hechos están ahí y la desnuda verdad hay que respetarla, pero después está la interpretación que el historiador hace de los hechos. La historia, por una parte, es una ciencia con todos sus procedimientos, pero por otra es un arte porque el historiador da su opinión. Solo hay que ver que muchas de ellas son enfrentadas, casi se puede decir que cada generación corrige a la anterior. Esto no son matemáticas. Yo he procurado ser fiel a la historia en el sentido de ser respetuoso con los personajes y darle a cada uno lo suyo, de retratarlos como eran o como deduzco que eran sin ser tendencioso en ningún momento. Es lo que procuro en todos mis libros.
¿Por qué todavía genera tanta crispación, ochenta años después, hablar de la Guerra Civil?
A estas alturas, los que perpetraron la Guerra Civil, los que asesinaron, o han muerto o tienen noventa y tantos años. La cosa más absurda del mundo es que los nietos de aquella generación nos estemos peleando a costa de lo que hicieron nuestros abuelos. Un nieto no es responsable de lo que hizo su abuelo. Como en todos los países, tiene que haber una izquierda y una derecha, la confrontación de dos tendencias, algo propio de la democracia. Pero es absolutamente absurdo estar siempre recurriendo a la Guerra Civil. Es una cosa que tenía que estar rebasada, pero de vez en cuando, por motivos políticos, se despierta el fantasma de la Guerra Civil, como para sacar a este señor [Franco] de donde estaba enterrado (y él no quiso enterrarse, lo quería hacer en el panteón familiar de El Pardo). Los políticos, con muy poco fuste, son los que agitan el fantasma de la Guerra Civil.
¿Por qué lo hacen?
Para aprovecharse, para satanizar al adversario. Qué culpa tienes de lo que hizo tu abuelo. Todo esto surgió de la estupidez del presidente Zapatero de que a su abuelo lo habían represaliado… Ahí otra vez desenterramos la Guerra Civil. Hablando de memoria histórica, me parece muy bien que la gente que está enterrada en una cuneta como si fuera un perro se recupere y se entierre dignamente. Eso por supuesto. Ahora bien, hacer de eso un elemento de combate en la política actual me parece tendencioso. También me parece mal que se destruyan las reliquias del franquismo. Esto que dicen ahora de que el Valle de los Caídos hay que volarlo o de que hay que destruir las estatuas de Franco… Hombre, al dictador no lo vas a tener en una plaza, pero todo eso son recuerdos de una época de España que hay que conservar para el estudio.
¿Pero cómo se resuelven todas estas disputas?
Falta que los políticos dejen de hacer ruido con esos temas, porque la gente lo tenía más que olvidado. Todo esto es una herida sangrante que hay que dejar que se cierre. Debe ser motivo de estudio para los historiadores y de conocimiento para la gente que estudia Historia, pero nunca un motivo de confrontación política como lo está siendo.
Dice Almudena Grandes que la Guerra Civil hay que contarla de forma maniquea. ¿Qué opina usted?
El maniqueismo siempre es negativo. En mi libro estás viendo este que está fusilando a todo el que encuentra y lo malo del otro. El malo ya sabemos que no puede ser bueno, y eso es darle la razón a un bando por completo y satanizar a otro.
¿Hay que ser equidistante o esa no es la palabra?
Hay que ser justo: prestar oído a las dos versiones y conjuntarlas. Equidistancia quiere decir que no te mojas. Hay que mojarse históricamente sobre cómo ocurrieron las cosas. Eso que ocurrió entonces no tiene por qué afectar al presente, hay que poner ahí una barrera, somos otra gente.