Uno es más sincero cuando sabe que no tiene a nadie que le escuche. Hasta el mismísimo Adolf Hitler, que no tenía pelos en la lengua, se veía cohibido con tantos políticos alrededor y tanta diplomacia que ejercer con los embajadores de sus respectivos países aliados. Los hechos y discursos públicos del führer son más que conocidos; sus pensamientos y opiniones más personales no tanto.
Ahora, la editorial Crítica publica Las conversaciones privadas de Hitler, un extenso libro que recoge las ideas, opiniones y consideraciones del dictador alemán sobre todo tipo de cuestiones en un entorno de confianza. Dichos textos, que ya fueron publicados en España en 1954, habían sido recopilados por orden e iniciativa de Martin Bormann, jefe de la Cancillería del partido y desde mayo de 1941 secretario del führer. No obstante, a España llegaron con alrededor de 100 páginas censuradas debido a las duras palabras de Hitler respecto a España y a Francisco Franco.
Su valor histórico es innegable, puesto que, a diferencia del diario de Goebbels, estas palabras disponibles finalmente en castellano, no tenían la intención de hacerse públicas. "Debemos ir directamente a las expresiones personales de Hitler: no ciertamente a sus discursos y cartas, sino a sus conversaciones privadas. Estas charlas, como los libros de notas, revelan la mente de un hombre de forma más clara e íntima que ninguna expresión formal, y siempre que podemos disponer de ellas las encontramos con gran valor", considera el historiador británico Hugh Trevor-Roper.
La primera vez que "España" aparece en estas conversaciones data del 11 de noviembre de 1941. En una charla que tuvo lugar la tarde, el alemán planteaba que la religión cristiana tenía demasiado peso en la vida de las personas y criticaba a sus homólogos ideológicos por dejar a la Iglesia entrometerse demasiado en asuntos políticos. "Un sistema metafísico concebido por el cristianismo y basado en nociones pasadas de moda no corresponde al nivel de los conocimientos modernos. En Italia y España todo esto terminará mal. Se degollarán unos a otros", opinaba.
"Franco no tiene personalidad"
Hitler siempre consideró que la intromisión de la Iglesia en España fue un error. "La situación española está evolucionando de modo lamentable. Evidentemente, Franco no tiene personalidad para enfrentarse a los problemas políticos del país", afirmaba contundentemente el führer. Y es que, según decía el dictador alemán, España lo tuvo mucho más fácil que la Alemania nazi o la Italia fascista para llegar al poder: "Nosotros dos no solo nos tuvimos que apoderar del Estado, sino que además hubimos de poner a las Fuerzas Armadas de nuestra parte". Creía que la verdadera tragedia de España fue la muerte del general Mola: "Ese era el verdadero cerebro, el verdadero jefe. Franco llegó a lo más alto como Poncio Pilatos en el credo".
Asimismo, las condecoraciones y homenajes cristianos crispaban la ya alterada personalidad de Hitler. Al enterarse de que habían concedido honores a Fuencisla, patrona de Segovia, por el milagro realizado en la Guerra Civil, donde 3.000 soldados sublevados consiguieron frenar a 15.000 republicanos, comentó que en caso de poder viajar por Europa nunca iría a España: "Tengo las más serias dudas de que de este tipo de absurdos pueda salir algo bueno".
Si en 1936 no hubiera decidido enviarle mi primer avión Junker, Franco nunca hubiera sobrevivido
La Alemania nazi había ayudado a Franco en la contienda y sentía que su apoyo no había estado lo suficientemente agradecido. "Si en 1936 no hubiera decidido enviarle mi primer avión Junker, Franco nunca hubiera sobrevivido. ¡Y ahora se atribuye su salvación a santa Isabel! ¡Isabel la Católica, la mayor ramera de la historia!", exclamó Hitler enfurecido.
Tal y como aparece en sus conversaciones, este tipo de comentarios eran recurrentes en la vida diaria del nacionalsocialista. "La gente habla de una intervención de los cielos que decidió la Guerra Civil a favor de Franco; quizá sea así, pero el resultado no lo decidió una intervención de la señora llamada Madre De Dios, a quien se ha honrado recientemente con el bastón de mariscal, sino a la intervención del alemán Von Richtofen y de las bombas lanzadas desde los cielos por sus escuadrones", ironizaba.
De hecho, pensaba que de alguna manera el cristianismo generaría una segunda revuelta en España. "No se puede llegar a concebir cuánta crueldad, ignominia y mendicidad ha supuesto la intromisión del cristianismo en nuestro mundo", apuntaba. Instaba a que la Falange tomara el control y expulsara a los cristianos más fanáticos del régimen. "Si estallase una nueva guerra civil, no me sorprendería ver a los falangistas obligados a hacer causa común con los rojos para liberarse de la escoria clerical-monárquica".
El respeto de Hitler por los rojos españoles
Es probablemente el punto más polémico y sorprendente de sus reflexiones. Todo comenzó cuando supo que los españoles exiliados y de ideología izquierdista que trabajaban para ganarse la vida en la organización Todt, dedicada a la ingeniería y construcción de infraestructuras tanto civiles como militares, tenían una disciplina "de primera". "Cuantos más podamos reclutar, mejor", decía.
Y es que el ingeniero al mando de la organización, Fritz Todt, le explicó que los "rojos españoles" no eran rojos en el sentido que entendían los alemanes. "Se consideran a sí mismos revolucionarios por derecho propio. Y se han distinguido grandemente como trabajadores aplicados y diestros".
Sobre el bando nacional, al que había apoyado y con el que tenía semejanzas ideológicas, no lo respetaba tanto como parecía. El almirante Canaris ya le había adelantado al führer que le desilusionaría conocer a Franco; que no era un héroe, sino un "insignificante". A su vez, la imagen que tenían los dirigentes nazis de los nacionales no era nada positiva. A menudo le llegaban a Hitler palabras de desprecio sobre los soldados que habían ganado la Guerra Civil: "la guardia de honor española era deplorable, y sus fusiles estaban tan oxidados que debían de ser prácticamente inútiles".
La "raza" española
De todos los soldados de Franco solo respetaba y admiraba, a la vez que le sorprendían, los combatientes de la División Azul. Entre ellos, Agustín Muñoz Grandes era uno de los divisionarios a los que según él condecoraría con la Cruz de Hierro con hojas de roble y brillantes.
"Los españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno. No tengo idea de seres más impávidos. Apenas se protegen. Desafían la muerte. Lo que sé es que los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles como vecinos de sector", describía Hitler la participación de la División Azul en el frente oriental.
Por lo general, los españoles eran un pueblo que difícilmente Hitler podía encasillar. Sus opiniones están llenas de contradicciones. "De sangre gótica, franca y mora", decía que del español puede hablarse como de un "anarquista valiente". Gracias a Crítica, se reeditan estas conversaciones que cambian drásticamente la realidad diplomática de dos países que se apoyaron mutuamente.