"¡Aquí no estáis en vuestra casa!". Es el grito que muchos españoles como Manuel Martínez Vázquez tuvieron que soportar cuando, vencidos y decaídos por el triunfo del franquismo en España, se vieron obligados a huir a Francia. En España se enfrentaban a ser castigados y en el país vecino no se les recibía con los brazos abiertos. Algunos pudieron rehacer su vida de manera precaria y otros directamente fueron enviados a campos de trabajo supervisados por el gobierno francés. Al fin y al cabo eran los supervivientes de un ejército derrotado. La España exiliada no era bienvenida en el resto de Europa.
En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y tanto franceses como exiliados españoles, marginados hasta el momento, se vieron obligados a cambiar sus vidas. Algunos empuñaron las armas para combatir el fascismo una vez más; otros sirvieron como mano de obra en una Francia necesitada. Fue el caso del asturiano Manuel Martínez Vázquez, quien ingenuamente pensaba que una vez lejos de España había escapado de la guerra.
Manuel había nacido en Navia en 1910, al oeste del Principado de Asturias. Era uno de los tantos miles de españoles de tendencia republicana que tuvieron que buscarse un futuro en el viejo continente, pese a la hegemonía de Adolf Hitler. El hecho es que Manuel terminó trabajando en Berlín, en plena Alemania nazi.
Como tantos otros de sus paisanos, muchos procedentes de España y otros desde la Francia colaboracionista, suplieron las carencias de mano de obra alemana. Tal y como explica el historiador alemán Hartmut Heine, tras su llegada a Alemania, la mayoría de los trabajadores fueron alojados en campamentos, aunque algunos residieron en casas alquiladas.
Los 'berlineses'
El último año de guerra era abiertamente sabido que el Tercer Reich acabaría sucumbiendo. Según los informes de las autoridades alemanas, existía un temor generalizado de que "las ciudades y aldeas pequeñas pronto se convirtieran en blancos de los bombardeos del terror". En la primavera de 1945, ese miedo se convertiría en una cruda realidad y Berlín no estaría exenta de los ataques de los Aliados.
Escribe el historiador Thomas Childers en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica) que en abril de 1945 Berlín era una ciudad de mujeres, ancianos y niños. Pero entre tanto alemán se encontraban algunos de los españoles que habían decidido permanecer en la capital alemana. Quienes sí habían regresado a España fueron los diplomáticos franquistas. Vidal y Saura, nacido en Cartagena y de tendencia liberal, había sido elegido por Francisco Franco para ocupar el puesto de embajador e iniciar un distanciamiento respecto al filonazismo franquista. Entre otras cosas, decidió retirar la División Azul del frente ruso.
A medida que el Ejército Rojo avanzaba, se marchó junto a los demás diplomáticos a Berna (Suiza). Sin embargo, debido a un infarto, falleció el 28 de abril —dos días antes de la muerte de Hitler—. De esta manera, la embajada española en Berlín quedó completamente vacía durante varias semanas.
A Emilio Vilaró le correspondió el honor de izar la bandera soviética y la de la España republicana en el balcón de la embajada española
En medio de las balas y el cruce de ofensivas entre soviéticos y nazis, un grupo de 44 trabajadores españoles que seguía en Berlín tomó la embajada franquista. Entre ellos se encontraba Manuel. "No queriendo estar inactivos se apoderaron de la Embajada (abandonada a la sazón) y allí, en su balconada principal, enarbolaron la bandera roja y la tricolor, para recibir con todos los honores al Ejército ocupante", narraba Torcuato Luca de Tena este histórico acontecimiento en Embajador en el infierno.
El escritor José Luis Caballero menciona en su obra La caída de Berlín a Emilio Vilaró Ustrell, un español que formaba parte del Ejército Rojo, como responsable de izar ambas banderas. "A él le correspondió el honor de izar la bandera soviética y la de la España republicana en el balcón de la embajada española en el barrio de Tiergarten".
En ese momento, los soviéticos dieron con el grupo de españoles. Si bien al principio el encuentro no iba a ser más que una mera anécdota, las autoridades rusas rodearon repentinamente el edificio. "La decepción no pudo ser mayor: fueron capturados por las tropas soviéticas y enviados a los campos de concentración sin atender a explicaciones", relata el historiador Carlos Caballero Jurado en La División Azul: de 1941 a la actualidad (Esfera de los Libros).
Lo más probable es que los comunistas confundieran a los españoles con los verdaderos embajadores. También podría darse el caso de que los relacionaran con algunos de los españoles de la División Azul que todavía permanecían bajo las órdenes del Tercer Reich y que defendieron Berlín hasta el final.
Comenzaron los interrogatorios y pese a la insistencia de los republicanos de que eran aliados y debían volver a París, los soviético no cambiaron de parecer. "Qué graciosos son estos rusos; lo que pasa es que no entendíamos su sentido del humor", llegó a decir uno de los que ocuparon la embajada tras ser subidos a un vagón. Al segundo día de viaje comprendieron que París no estaba tan lejos de Berlín. Les llevaban a Moscú.
En un país sin pájaros
Una vez terminada la guerra, muchos de los franceses, quienes habían convivido con los españoles exiliados hasta que tuvieron que marcharse a Alemania, presionaron a su gobierno para liberarlos de los grilletes de la Unión Soviética. En su momento, la prensa comunista española y soviética cargó contra quienes habían denunciado la detención y traslado de republicanos a la URSS, pues se suponía que allí solo había "criminales de guerra fascistas".
Los datos y las cifras de los españoles en campos de concentración rusos son inexactos. La mayoría de los nombres, a su vez, desconocidos. Tampoco se sabe adónde fue enviado concretamente el asturiano Manuel, pues muchos de los grupos eran divididos y trasladados a diferentes puntos del gélido y vasto territorio ruso. "¿Qué se puede esperar de un país que no tiene ni flores ni pájaros?", escribía el capitán Palacios sobre Rusia.
Y es que gracias a las memorias del capitán Teodoro Palacios Cueto, capturado tras la batalla de Krasni Bor, se conoce el paradero de unos pocos. Los primeros meses que los divisionarios azules permanecieron en el campo de Oranque vieron llegar extenuados y con síntomas de haber sufrido mucho a un grupo de nuevos presos, con la novedad de que venían acompañados por muchas mujeres con niños pequeños. Pero lo más insólito era que hablaban español.
"¡Viva España!", gritó el alférez José del Castillo, el cual fue respondido con un silencio incómodo: eran españoles republicanos. Concretamente, los republicanos que habían visto izar la tricolor y la bandera comunista en la embajada berlinesa apenas un mes antes. "En este campamento ingresaron como diplomáticos enemigos y como diplomáticos enemigos fueron trasladados meses más tarde a Oranque, donde les encontramos", comentó Palacios.
De los 44 españoles que ocuparon la embajada en Berlín, el capitán de la División Azul recordaba a Luis Bravo, boxeador, nacionalizado en Francia; un santanderino llamado Ignacio y a una mujer, Amparo Fernández, de unos treinta y dos años, "morena de facciones muy correctas", viuda de un chófer alemán que murió durante un bombardeo. Allí, curiosamente, supieron finalmente convivir las dos ideologías que años atrás habían provocado la Guerra Civil. En la década de los cincuenta, la mayoría de los españoles regresó a España independientemente de sus creencias políticas. El silencio que mantuvieron los republicanos a su llegada a Moscú es ahora el silencio de sus nombres; de sus identidades. Eran republicanos apresados por los comunistas y olvidados por el tiempo.