Alrededor de la ciudadela fortificada de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia), una legión romana y sus tropas auxiliares construyeron un campamento principal con varios fortines unidos por líneas de circunvalación. Tras aislar por completo el asentamiento de los cántabros camáricos, de diecisiete hectáreas y ubicado en una altura dominante que controlaba las rutas naturales de paso, las fuerzas invasoras asaltaron el oppidum, lo arrasaron y establecieron allí una guarnición militar. Los niveles de incendio y las más de 600 cabezas de flechas y proyectiles documentados ofrecen una nítida evidencia de la batalla.
El asedio se registró entre los años 26 y 24 a.C., en una de las primeras campañas de las guerras cántabras, en las que participó el emperador Augusto, y constituye, según Eduardo Peralta Labrador, "un ejemplo clarificador de cuál fue el final violento de la cultura de los oppida cántabros a manos del ejército romano". El arqueólogo y un grupo de colaboradores han logrado desentrañar las rutas y la intrincada estrategia bélica que Roma lanzó sobre el norte peninsular para dominar al fin el conjunto de Hispania en base a una abrumadora cantidad de hallazgos y vestigios militares.
"Nos hemos tirado tres décadas recorriendo el monte y encontrando campamentos romanos. Estamos reconstruyendo no una campaña, sino toda una guerra intensísima, brutal", explica Peralta a este periódico. El experto, junto con Jorge Camino Mayor y Jesús Francisco Torres-Martínez, acaba de publicar un estudio en la revista Journal of Roman Archaeology en el que recogen las últimas investigaciones sobre esta contienda promovida por Augusto —en la que casi muere— con el objetivo de pacificar las fronteras conflictivas del Imperio romano y que se prolongó durante más de una década, entre 29 a.C. y la última sublevación indígena, registrada en 16 a.C.
Hasta ahora, a pesar de la falta de apoyo institucional, las zancadillas de parte de la comunidad académica y de los expolios de los furtivos, los arqueólogos han podido identificar más de sesenta campamentos militares romanos en una amplia zona que se extiende desde la parte oriental de Lugo, toda Asturias, el norte de Castilla y León y la actual Cantabria; es decir, entre los antiguos asentamientos de Lucus Augusti y Segisama (Olmillos de Sasamón, Burgos), que era el centro de operaciones de los conquistadores según las fuentes clásicas.
Uno de los rasgos definitorios del enfrentamiento entre romanos y cántabros-astures, unos pueblos con un sistema económico y una cultura militar muy desarrolladas, es que se trató de una guerra de montaña. Las legiones —integradas cada una por alrededor de 5.000 hombres— no solo tuvieron que adaptar sus refugios a la escarpada orografía del terreno, alterando en muchas ocasiones la planta rectangular canónica de esquinas redondeadas; también se vieron obligadas a levantar sus fortificaciones de campaña en los puertos de montaña, como los que se han localizado entre el Macizo de Fuentes Carrionas-Peña Prieta y el paso de montaña de Piedrasluengas, en la divisoria entre Liébana (Cantabria) y el norte de León y Palencia.
"Aquí un potente contingente de tres legiones y tropas auxiliares ocuparon todos los pasos de montaña y alturas de entrada al valle de Liébana", señala Eduardo Peralta. "Algunos de estos campamentos, como el de Castro Negro/Cohora (casi a 2.000 metros) y el de Robadorio (a 2.200m) son los que se encuentran a mayor altitud de Europa, salvo uno existente en Suiza a 2.300m. Es otro de los grandes descubrimientos que hemos hecho". En cuanto al abundante material militar identificado, destaca un proyectil catapultario de La Loma en forma de punta de hierro con tres asas que portaba un producto incendiario, conocido como malleolus, del que existen muy pocos ejemplos en el resto del Imperio romano.
Etapas de la conquista
Después de varias fallidas campañas de conquista en los años 29, 28 y 27 a.C., acabar con la resistencia de los llamados "pueblos del Norte" se convirtió en una prioridad en Roma. Augusto, antes de lanzarse a la expansión de las fronteras del Imperio en otras zonas, ordenó que se subyugase la totalidad de Hispania, para así controlar los puertos marítimos del Cantábrico y acceder a un tesoro inesperado: las minas de oro del noroeste peninsular, que explotarían durante décadas.
El emperador, en el año 26 a.C., dirigió en persona los ataques contra los grandes castros de los cántabros en el norte de Palencia y Burgos, mientras que su general Publio Carisio, futuro legado de Lusitania y fundador de Augusta Emerita (Mérida), trataba de someter a los astures del norte de Zamora y de León. Pero esta campaña se topó frente a una encarnizada resistencia indígena y Augusto se retiró enfermo y agotado a Tarraco. Según Suetonio, en una marcha nocturna bajo la tormenta, un rayo cayó al lado de la litera del princeps matando a uno de los esclavos que estaban a su lado, episodio que le marcaría para el resto de su vida.
Al año siguiente, el general Cayo Antistio Veto consiguió derrotar a los cántabros en la batalla campal de Bergida, asediarlos en el Mons Vindius, tomarles la ciudad fortificada de Aracillum y llegar a la costa desde el sur, a través de las alturas de los valles del Pas y del Besaya, apoyado por el desembarco simultáneo de otras fuerzas transportadas por una flota desde el Golfo de Aquitania. Carisio, por su parte, venció ante la coalición de astures junto al río Esla y se apoderó de la ciudad de Lancia (Villasabariego, León) y de otros enclaves atravesando el sistema montañoso, como han revelado los descubrimientos de varios campamentos entre León y Asturias en toda la línea de cumbres de La Carisa y La Mesa. A pesar de la aparente victoria romana, los indígenas se rebelaron en varias ocasiones —en 19 a.C. incluso tuvo que mediar Marco Vipsanio Agripa, el gran general de Augusto—.
La cronología de la conquista, que más o menos se ha podido reconstruir a pesar de la escasez de citas de las fuentes antiguas —sobre todo por la pérdida de la Historia de Roma de Tito Livio, historiador contemporáneo del emperador—, revela que la primera fase de la conquista del territorio de los pueblos del Norte consistió en el asedio y expugnación de sus grandes oppida, como La Loma, Ornedo (Valdeolea, Cantabria), Las Labradas (Arrabalde, Zamora) o Monte Bernorio (Pomar de Valdivia, Palencia).
Este último asentamiento, elevado sobre una gigantesca área fortificada de noventa hectáreas y habitado desde el siglo IX a.C., era una de las capitales de los cántabros y contaba con un complejo sistema defensivo. Los romanos lo asaltaron concentrando una gran cantidad de tropas en dos campamentos aledaños y lo tomaron por la fuerza. "Lo primero que encuentras cuando llegas a los niveles arqueológicos es tierra gris por la gran cantidad de cenizas que tiene: está todo quemado. Luego los romanos construyeron un fuerte aprovechando los restos de la muralla indígena y los despojos de las casas", explica Jesús Francisco Torres-Martínez, uno de los encargados de excavar esta posición que también fue epicentro de refriegas durante la Guerra Civil por su localización estratégica.
Interrogantes abiertos
Una de las cuestiones que quedan por resolver es si el castro de Bergida, mencionado en los textos de los historiadores romanos Floro y Paulo Orosio, se corresponde con Monte Bernorio. Estas fuentes narran que hubo una lucha campal a los pies de las murallas y los cántabros se retiraron derrotados al elevadísimo Monte Vindio. Los arqueólogos creen que en la llanura que hay delante del Bernorio se registró una batalla por las evidencias de cabezas de flecha, tachuelas de caliga (las sandalias claveteadas) o de cinturones documentados, pero tampoco descartan que el episodio pueda corresponderse con La Loma, situado un poco más al oeste y desde donde se abrió otra ruta más de avance hacia el norte.
Tradicionalmente y según se había documentado por fuentes numismáticas y epigráficas, en las guerras cántabras tomaron parte siete u ocho legiones, además de las alas de caballería y las cohortes auxiliares, pero los hallazgos en los últimos años de inscripciones de veteranos romanos asentados en las provincias de la Bética y Lusitania han abierto un nuevo panorama. "Todo apunta a que como mínimo se fueron incorporando a lo largo de la guerra unas nueve o diez legiones, lo que explica mejor la intensísima ocupación militar del territorio que nos han revelado todos los campamentos romanos de campaña distribuidos por la complicada orografía norteña", asegura Eduardo Peralta.
Pero el arqueólogo señala dos grandes misterios que la arqueología todavía debe resolver. El primero es ofrecer más evidencias sobre la campaña de Agripa en 19 a.C., que las fuentes describen como de gran dureza por el carácter infatigable de los nativos —estaban destinados a claudicar ante la poderosa maquinaria militar romana al no contar con relevos más allá de sus hijos— y el hartazgo y desmoralización de los legionarios tras tantos años de lucha. De esa etapa está documentado el importante asedio de los acantilados del Dulla (Sotoscueva y Valdeporres, Burgos) que ahora, lamenta Peralta, "está siendo saqueado por los furtivos por culpa de ciertos funcionarios de Patrimonio de la Junta de Castilla y León en Valladolid, que nos han puesto todas las trabas posibles para poder investigar tan importante y único conjunto arqueológico”.
El otro es la localización exacta del Monte Medulio, oppidum asediado en 22 a.C. por el legado Cayo Furnio tras la enésima sublevación indígena; un episodio que se saldó con un suicidio colectivo de los cántabros al ingerir veneno de tejo antes que arrodillarse nuevamente ante la invencible Roma. "El Monte Medulio —concluye Peralta— tiene que estar en algún punto de la vertiente costera del antiguo territorio de los cántabros, y sólo por medios arqueológicos y foto satélite se descubrirá algún día en alguna zona de montaña todavía inexplorada". La apasionante historia de las guerras cántabras aún no ha finalizado.