Durante las obras de reforma de su casa en Sant Joan d'Alacant, en el momento de derribar un muro facturado con mortero de cal y arena de unos 80 centímetros de grosor, Vicente Ferrer Escrivá y sus dos compañeros de faena descubrieron un espacio hueco que escondía una olla de cocina. Al levantar la tapa para ver si contenía algo se llevaron una sorpresa mayúscula: allí había medio millar de monedas de oro y plata acuñadas por reyes españoles de los siglos XVIII y XIX. En un acto poco habitual de civismo, el propietario del inmueble, como ordenaba la ley, se desplazó hasta el ayuntamiento para informar sobre el hallazgo del conjunto numismático.
El Tesoro de Sant Joan d'Alacant, una localidad situada a ocho kilómetros de Alicante, salió a la luz en la mañana del 13 de abril de 1963, en el número 6 de la calle Colón. Llevaba 140 años oculto, camuflado de un posible pillaje de las tropas absolutistas y el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, que para aquel entonces —la segunda mitad de 1823—, asediaba con dureza la zona, último bastión de la España liberal. Su propietario era un jornalero apolítico de nombre Antonio Quereda Chápuli, que decidió poner a salvo sus ahorros ante el olor de la pólvora y los bramidos de los cañones.
Este conglomerado numismático, que se conserva y expone en la actualidad en el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), está compuesto por 15 monedas de oro y 486 de plata emitidas desde el reinado de Felipe V —el mejor representado cuantitativamente— hasta el de Fernando VII. Las más antiguas están datadas en el año 1708 y las más modernas son reales de a cuatro de 1823; casi siglo y medio de acuñaciones por el que discurren todos lo monarcas de la época, además de los citados: Luis I, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y José I. Incluso hay piezas con la efigie del archiduque Carlos, el rival del primer Borbón español durante la Guerra de Sucesión.
Además de la variedad, otra de las peculiaridades del tesoro que lo hacen "prácticamente único" es la elevada proporción de monedas de uso común para los intercambios cotidianos. "Los valores más representados son los reales de a 2, los reales de a 8 y los reales de a 1. Son monedas que tienen escaso valor (salvo los reales de a 8), e inusuales en atesoramientos porque resultan inapropiadas para el acopio de riqueza con la intención de esconderlas", escribe Julio J. Ramón Sánchez, arqueólogo y especialista del MARQ en numismática, en el artículo El tesoro de Sant Joan d’Alacant: historia del hallazgo y de su divulgación científica y social.
Todas esas características coinciden con el retrato socioeconómico que los expertos han podido realizar de su dueño y propietario de la casa —murió sin legar testamento y sin herederos directos— en el momento del ocultamiento. Este ha sido fechado en 1823 por el mínimo desgaste de las monedas emitidas en ese año y que fueron descubiertas en la olla. El sanjuanero lo escondió entre los muros de su hogar, pero falleció sin poder rescatarlo, sin confesarle su secreto a nadie.
Auténtica fortuna
Antonio Quereda Chápuli pertenecía, al menos por línea materna, a una familia acomodada de labradores de Sant Joan d'Alacant. Se sabe que en 1784 era el criado de un tal Crisostomo Peres, quien en su testamento le otorgó una casa en la localidad alicantina, concretamente en la calle del Carmen. Esa herencia le brindó al hombre una posición económica ventajosa que puede explicar su capacidad de ahorro. Dos décadas más tarde, a finales de 1803, ya desempeñando labores de jornalero, Quereda vendió este inmueble y compró el 7 de mayo del año siguiente el edificio en el que se descubriría el conjunto de monedas.
El lote hallado desvela que el jornalero recibía monedas de poco valor como retribución por sus servicios relacionados con un empleo concreto o esporádico y que era pagado de manera inmediata. Los expertos han cifrado la riqueza del tesoro en 5.948 reales de vellón, el metálico utilizado en la época, siendo las piezas más valiosas las acuñadas en el intervalo entre 1774-1813, cuando Antonio Quereda empezó a trabajar, recibió la herencia y realizó la venta y compra de las casas.
"Si tenemos en cuenta que en esa época en Alicante el secretario del Ayuntamiento cobraba un sueldo de entre 8.000 y 9.000 reales de vellón anuales, el alguacil entre 752 y 1.440 y el barrendero 451, la riqueza del tesoro de Antonio Quereda no representa una fortuna formidable pero tampoco es desdeñable si tenemos en cuenta su biografía y su contexto socioeconómico", explica Julio J. Ramón Sánchez. "La cantidad que escondió debió ser fruto de una paciente labor de ahorro y resultado de toda una vida de trabajo, y para él constituiría una auténtica fortuna". Es decir, esa suma de dinero le aseguraba la subsistencia y afrontar la vejez con cierta tranquilidad.
¿Pero qué motivo empujó a Antonio Quereda a horadar en un muro de su casa, que se veía nada más entrar, un espacio secreto en el que guardar sus ahorros? El ambiente de incertidumbre e inestabilidad: Alicante fue el último bastión liberal en ser sometido, el 6 de noviembre de 1823, por los Cien Mil Hijos de San Luis, el ejército francés que arrolló toda España para reinstaurar al absolutista Fernando VII en el trono. La localidad de Sant Joan d'Alacant estuvo casi hasta el final bajo el dominio de la plaza alicantina, con lo que seguramente fue sometida a una fuerte presión fiscal y a las confiscaciones para organizar la defensa.
Ni el jornalero ni ningún miembro de su familia, que se sepa, se enrolaron en luchas políticas. No hay evidencias de que Quereda estuviese a favor del régimen liberal ni de que aplaudiese a rabiar el regreso del rey felón. Decidió ocultar su fortuna ante posibles incautaciones de ambos bandos. No se lo dijo a nadie, confiando en que el peligro se pasaría en un puñado de semanas, pero una muerte inesperada —la hipótesis que defienden los investigadores— sepultó el Tesoro de Sant Joan d'Alacant durante un siglo y medio. Tardaría tres décadas más, desde 1963 a 1994, en ser expuesto como una joya más del patrimonio histórico español.
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