Para la mente de la sociedad moderna, pensar en el concepto de vampiro conduce inexorablemente a la figura del conde Drácula —quizás los más jóvenes recurran a la saga Crepúsculo, pero serán los menos—. La icónica novela de Bram Stoker, publicada en 1897, ha condicionado todas las creaciones culturales posteriores relacionadas con estos seres legendarios y su heterogéneo universo. Sin embargo, no fue el vampirismo un fenómeno moldeado en exclusiva por la imaginación del novelista irlandés: estas criaturas existían como objeto del pensamiento de la Ilustración en los contextos de la ciencia médica, la teología, el empirismo y la política.
Los primeros casos de vampiros surgieron a principios del siglo XVIII en el marco del folclore de Europa oriental, y no como meros chupasangres sobrenaturales, sino como "seres nocturnos que provocaban asfixia o como portadores de enfermedades contagiosas y fueron un fenómeno marcadamente físico: corpóreo, tangible, de carne y hueso y con unas necesidades dietéticas particulares". Así lo explica el escritor Nick Groom en su obra El vampiro (Desperta Ferro), donde analiza los orígenes de estas criaturas ficticias —aunque menos de los que nos imaginamos— y trama un novedoso viaje por su compleja historia.
"Los vampiros no suponen el regreso de demonios primordiales de la Antigüedad, sino que son criaturas de la Ilustración: su historia está arraigada en el enfoque empírico de la investigación científica que se desarrolló en el siglo XVIII, en la política europea y en las corrientes de pensamiento más recientes. En otras palabras, formaban parte del mundo moderno o, mejor dicho, la forma de estudiarlos fue sorprendentemente moderna", destaca el conocido con el apodo de "el Profesor Gótico".
La génesis del vampiro se encuentra en varios casos paranormales y bien documentados que se registraron en las fronteras del Imperio de los Habsburgo. En 1725, un oficial médico del Ejército imperial de nombre Frombald informó a sus comandantes en Viena de que los haiduques serbios habían exhumado un cadáver y le habían clavado una estaca antes de incinerarlo. Los relatos locales aseguraban que el fallecido se había levantado de la tumba para estrangular a las víctimas e infectarlas con una enfermedad que causaba la muerte en apenas un día.
El vampiro en cuestión se llamaba Peter Plogojowitz, un campesino de la zona que supuestamente, tras llevar diez semanas bajo tierra, había resucitado y estrangulado a nueve personas en ocho días en la actual aldea de Kisiljevo, en Serbia. Según los informes, había chupado la sangre de sus víctimas. Dos funcionarios locales se desplazaron hasta la zona para analizar el extraño suceso y señalaron diversas anomalías en los restos mortales del hombre tras exhumarlo.
"En primer lugar, no detecté el más mínimo olor característico de los muertos y el cuerpo, excepto la nariz, que estaba un poco caída, se encontraba completamente fresco", reportó uno de ellos. "El pelo y la barba —incluso las uñas, nacidas bajo las viejas que se le habían caído— le habían crecido; la piel antigua, algo blanquecina, se había desprendido y bajo ella había nacido piel nueva y fresca (...). No sin asombro, vi sangre fresca en su boca". En el momento de clavarle la estaca, el cadáver de Plogojowitz también emanó sangre del pecho perforado y las orejas.
La evolución
Un caso similar se registró en otra aldea serbia, la de Medwegya, cerca de Belgrado, en 1727. El antiguo soldado Arnold Paole, fallecido en un accidente cuando conducía su carro de heno, se alzó de su sepultura cuarenta días después y acabó con la vida de cuatro personas. Aunque aparecía de noche, se dice que podía atravesar puertas y ventanas cerradas con llave. Según los testimonios de la época, cuando lo exhumaron "encontraron que estaba entero e intacto y la sangre fresca fluía de sus ojos, nariz, boca y oídos (...) Cuando le clavaron una estaca en el corazón, emitió un grito feroz y la sangre manó a borbotones".
Ante otra oleada de casos parecidos acontecidos en 1731, las autoridades enviaron a un equipo médico para conducir una investigación. El director era el epidemiólogo Glaser y estaba apoyado por el cirujano militar Johann Flückinger y dos médicos, Isaac Siedel y Johann Friederich Baumgartner. "La gente afirma también que todos los asesinados por vampiros terminarán por convertirse en uno. Por esa razón, las cuatro personas mencionadas recibieron un trato similar [fueron decapitados y luego incinerados]. Ha de añadirse que Arnold Paole no solo atacó a personas, sino también al ganado y le chupó la sangre. Como la gente comió la gente de ese ganado, aparecieron varios vampiros", recogieron los expertos.
Por si eso fuera poco, Flückinger descubrió que una de las víctimas tenía un hematoma en el lado derecho del cuello: "Una marca azulada, inyectada de sangre, de largo de un dedo". No era lo que hoy en día nos imaginamos como el mordisco del vampiro con sus afilados colmillos, sino las marcas del estrangulamiento. Estas noticias corrieron como la pólvora por toda Europa y se abrió un profundo debate sobre esta "plaga sobrenatural", en palabras de Glaser.
A partir de aquí, la obra de Nick Groom, una propuesta bastante diferente a los que acostumbra Desperta Ferro, pero muy a tener en cuenta si ha logrado hacerse un hueco en su exquisito catálogo, emprende una minuciosa reconstrucción de la influencia de estas criaturas punteras del terror en todos los aspectos de la sociedad, desde la política —los cronistas consideraron al principio estos relatos como "una alegoría de la opresión imperial", a través de un extraño acto resistencia del pueblo— hasta la religión y si eran una encarnación o no del diablo.
El ensayo recoge los esfuerzos científicos por explicar estos sucesos paranormales -varios médicos aseguraron que las extrañas conductas estaban relacionadas con los efectos de drogas como el opio o del veneno que asaltaba el cerebro-, el culto de lo gótico al vampirismo y las mistificaciones durante el Romanticismo, su salto a la literatura en el siglo XIX y, cómo no, la influencia de la obra maestra Dácula en su legado actual. Como dato curioso, Groom apenas dedica un párrafo a la figura de Vlad Tepes, el empalador de Valaquia del siglo XV que asaba a los niños y se los daba de comer a sus madre y del que supuestamente bebe la novela de Stoker.