En lo alto de la trinchera, el capitán del Tercio, provisto de una rodela y señalando con su espada al frente, alerta de la inminencia de la batalla. Los soldados que se abalanzan sobre el montículo de tierra fresca levantan sus picas aguardando la embestida enemiga. Van bien protegidos, con una coraza compuesta de peto y espaldar, y con distintos tipos de cascos: morriones, capacetes o borgoñotas, como la del sargento que aparece en primer plano sosteniendo una alabarda con su desnuda mano izquierda. El hombre a su espalda parece apurar el último rezo antes de entablar combate.
La imagen que ilustra este artículo, tan real como impactante, pudo haber sido tomada durante la Guerra de Flandes; solo que en aquella época las cámaras fotográficas eran una quimera. La postal militar es una recreación que narra un hecho de armas de los piqueros coseletes italianos —estos soldados ocupaban el segundo lugar tras los españoles en la jerarquía de la naciones que conformaban los Tercios—, una escena sombría que sumerge a quien la observa en ese paisaje regado de incertidumbre, de tensión, de la esencia pura de la guerra.
Su autor es el fotoperiodista Jordi Bru, un moderno pintor de batallas cuyo lienzo es la pantalla del ordenador y cuyos pinceles son los objetivos de su cámara —en palabras de Àlex Claramunt—, y una de las veintinueve creaciones que componen el espectacular volumen Los Tercios, el nuevo hito editorial de Desperta Ferro. La obra aborda el fenómeno del ejército que dominó durante siglo y medio los campos de batalla del mayor imperio de la Edad Moderna —el español—, centrándose tanto en los asedios y escaramuzas como en los momentos de juego y de descanso o de marcha por el Camino Español, de una forma inédita, como nunca se había visto. Además, las recreaciones van acompañados de unos estupendos textos contextualizadores de Claramunt, director de la revista Desperta Ferro Historia Moderna.
Bru, si tuviese que elegir uno de los montajes como su favorito, se queda con el de los piqueros italianos. "Es una foto super sencilla, pero me gusta por cómo están los soldados, por la actitud de todos ellos al ver lo que se les va a venir encima", explica. Los rostros de aquellos que se enfrentaron sin clemencia a las acometidas de los holandeses no debían de ser muy diferentes. Y también porque representa a la perfección —aunque solo sepa él la identidad de quién se esconde detrás de cada morrión— la multinacionalidad que caracterizó a los Tercios, integrados por soldados españoles, italianos, alemanes o valones.
Esos modelos de distintos países europeos son sus colegas, porque el fotoperiodista es una eminencia en el campo de la recreación histórica. En el evento de la Slag om Grolle, celebrado en Holanda —"¡los españoles somos las estrellas allí!", exclama—, la organización ya anuncia por megafonía que Jordi Bru, también con su morrión sobre la cabeza, estará sacando fotos en medio de las falsas refriegas. Y claro, todo el mundo quiere tener un hueco en sus retratos. "No quiero que la gente esté pendiente de mí, quiero espontaneidad. En medio de una lucha ves que alguien te está mirando de reojo con una cara de '¿me estará sacando a mí?', o choques cuerpo a cuerpo en los que la gente se empieza a insultar y a reír. Eso me fastidia las fotos", reconoce Bru entre risas.
Sus recreaciones son alucinantes: te empujan a la trinchera al lado de los lansquenetes alemanes o los soldados españoles; se respira el olor a pólvora de los arcabuces y mosquetes; son tan reales que hasta se palpa el miedo previo a la batalla en los rostros de los personajes o los alaridos de los piqueros cuando en sus cuerpos se ensarta una larga lanza enemiga en medio de las escalofriantes melés que formaban. Un viaje lo más real posible por la organización y los principales hechos de armas de la columna vertebral del poder de la monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII. Una lectura —o visionado— que te deja sin aliento, estremecedora, que arrebata cualquier idealista idea de ojalá ser partícipe en una de estas batallas.
"Se te quitan todas las ganas de enrolarte en una compañía de los Tercios al ver ese terrible choque de picas", asegura el fotógrafo en referencia a la imagen que ilustra la portada del libro, que recoge a la perfección el principal objetivo que buscan sus obras: "Mis fotos son mucho más inmersivas que el cuadro de una batalla, quiero que el espectador se sienta dentro. En este caso es uno de los piqueros que está en el otro bando". Y lo consigue con creces, transmitiendo una verdadera sensación de estar en Flandes en plena Guerra de los Ochenta Años o en Rocroi, contemplando la heroica derrota en 1643 del ejército hispánico al mando de Francisco de Melo.
A Bru le sorprende que sea precisamente esa batalla, una derrota, la hazaña más conocida de una heterogénea fuerza militar que lo ganó "casi todo". "Así somos los españoles, unos derrotistas. A mí me gusta centrarme en las victorias, y tenemos muchas, como las de Pavía (1525) o Breda (1625)", explica. ¿Y qué es lo que más le asombra de los hombres que formaron los Tercios? "Los valores que tenían: el del compañerismo y el del honor, que era lo único a lo que se podía agarrar un soldado en la vida", valora.
Las espectaculares composiciones de Bru son un amasijo de experiencias y pasiones: de joven le encantaban la historia bélica y la fotografía. Trabajó como fotoperiodista en la Guerra de los Balcanes —"allí no se reía ni Dios, ni en el frente ni en la retaguardia", dice en comparación con las recreaciones— y luego en la delegación de El Mundo en Barcelona; hasta que cambió de tarea y se centró en imágenes destinadas al márketing, jugando mucho con el Photoshop. En ese momento, contemplando también los cuadros de Augusto Ferrer-Dalmau o de José Cusachs, se adentró en el mundo de la recreación histórica.
"Uní mi experiencia en el fotoperiodismo y en la fotografía publicitaria con mi amor a la historia de España. Pero no fue como una diversión, sino un proyecto profesional, para sacarle un partido, me da igual si es en forma de libro o vender láminas", detalla Bru, que también ha hecho montajes sobre otros conflictos como las Guerras Napoleónicas, la Guerra Civil, las Guerras Carlistas o las Guerras Mundiales. Todo ello lo recrea con una rigurosa precisión histórica, consultando a historiadores sobre cómo sería el ataque de un determinado Tercio o las banderas que empuñarían, y con imágenes tomadas exclusivamente por sus cámaras.
Es un proceso sumamente laborioso, como da buena cuenta el montaje dedicado al milagro de Empel (1585), que le llevó dos años realizarlo. Bru, en esta escena, opta por reconstruir el momento en que los soldados españoles, después de quedar las aguas heladas, pasan a la ofensiva y atacan las embarcaciones holandesas. Tenía la idea en la cabeza y las fotografías de la acción de piqueros y arcabuceros, pero faltaba el paisaje: la solución la encontró en el puerto de Bermeo, donde hay un ballenero del siglo XVII convertido en un centro de interpretación. Lo capturó desde diferentes posiciones y lo incluyó en su recreación. El resultado, como todas, es espectacular.