A principios de septiembre de 1191, en los últimos compases de la Tercera Cruzada, el ejército cristiano de Ricardo Corazón de León, que contaba entonces con unos quince mil hombres, marchaba por la costa de Israel hacia el sur. Después de la exitosa toma de Acre, el objetivo era alcanzar la ciudad de Jaffa para lanzar desde ahí el ansiado ataque sobre Jerusalén, que el sultán Saladino había reconquistado para el islam en 1187. El día siete, en las llanuras de Arsuf, se registró una atípica batalla a campo abierto entre ambos contingentes, decantándose a favor del rey inglés y sus cruzados. Fue su última gran victoria en Tierra Santa.
Ahora, Rafael Lewis, arqueólogo de la Universidad de Haifa, asegura haber encontrado el lugar del enfrentamiento en una zona a las afueras de la localidad de Herzliya, al norte de Tel-Aviv. Valiéndose de fuentes históricas primarias, evidencias arqueológicas y estudios medioambientales y del paisaje, el experto ha sido capaz de identificar el escenario de uno de los hechos más famosos de la Tercera Cruzada, una hipótesis refrendada por hallazgos como cabezas de flechas, piezas de armadura y restos de herraduras de caballos que han sido datados en esa época, entre finales del siglo XII y comienzos del XIII.
La batalla de Arsuf se enmarca dentro de la operación de avance de las fuerzas cristianas por el Levante mediterráneo en dirección al sur. Abastecidos por su flanco derecho, el que daba al mar, por los barcos procedentes del puerto de Acre, el monarca inglés ingenió una formación que mantuviese prietas y ordenadas las filas durante las jornadas de marcha —bajo un calor infernal: las horas de sol han sido otro de los factores analizados por Lewis— para que no se registraran fisuras por las escaramuzas de los guerreros musulmanes.
Ambrosio, uno de los cruzados que fue testigo de aquel día, describió los hechos en un poema épico redactado seis años después, a su vuelta a Occidente. Según su versión, el choque, un día de gloria de dimensiones homéricas, fue deliberadamente buscado por Ricardo Corazón de León como desafío a Saladino, su gran némesis. No obstante, una carta escrita por el rey inglés en persona una semana después de la refriega sugiere que el objetivo principal en aquel momento era mantener el ejército intacto hasta llegar a los huertos de Arsuf, esquivando cualquier empresa bélica.
En esta segunda versión hace especial hincapié el historiador Thomas Asbridge en su obra Las cruzadas (Ático de los Libros): "La máxima prioridad de Ricardo en esta fase de la cruzada era llegar a Jaffa, ya que desde esa plaza tendría la posibilidad de amenazar las de Ascalón y Jerusalén. Tratar de entablar un combate decisivo con Saladino cuando el sultán no solo se hallaba al frente de una fuerza militar de igual tamaño que la suya —o incluso superior—, sino que podía elegir el terreno más favorable para el acontecimiento, habría sido algo así como jugarse íntegramente el destino de la guerra santa a una partida de dados".
El contraataque
Habiendo preparado o no a sus cruzados para desencadenar o resistir una ofensiva enemiga, lo cierto es que el combate estaba destinado a registrarse por la encrucijada a la que se enfrentaba Saladino: la dominación islámica de Palestina corría serio riesgo ante el imparable avance cristiano. Las crónicas musulmanas recogen que "ese día [el sultán estaba] totalmente decidido a obligar al enemigo a librar una batalla campal". En el transcurso de aquella mañana del 7 de septiembre de 1191, el muyahidín lanzó a todos sus efectivos sobre los francos, que trataban de continuar la marcha sin romper las líneas.
"Ni en lo más crudo del invierno vimos caer jamás una cortina de lluvia, nieve o pedrisco tan nutrida como el diluvio de dardos que se abatía sobre nosotros y mataba a nuestras monturas", recordaría más tarde uno de los guerreros europeos. Según describe Asbridge, a pesar de las súplicas lanzadas por sus hombres para emprender un contraataque, el rey inglés se mantuvo firme en la estrategia de alcanzar las ruinas de Jaffa. Pero sin previo aviso, dos caballeros de la retaguardia, el mariscal de los hospitalarios y Balduino de Carew, rompieron la formación y cargaron contra los sarracenos.
Invocando a pleno pulmón el nombre de San Jorge, su chispa prendió en el flanco izquierdo y en el contingente central, liderados por Enrique de Champaña, Jacobo de Avesnes, que hallaría la muerte, y el conde Roberto de Leicester. En ese momento crítico, aunque es posible que rechazara el choque directo, Ricardo Corazón de León "clavó las espuelas a su corcel y, tras ponerlo al galope, partió como el dardo de una ballesta", según una crónica cristiana, arrastrando al resto de sus fuerzas. La carnicería desatada se resolvió con una humillante derrota para Saladino.
"La rápida, decidida y valiente respuesta de Ricardo Corazón de León sí que evitó el desastre y, así, logró en último término una victoria que no por nacida del oportunismo resultaba menos tonificante para la moral del ejército", resume Thomas Asbridge. "El hecho determinante es que Ricardo ejerciera el mando implicándose activamente en la situación y adaptándose a ella". Pero a partir de entonces, el monarca inglés dio muestras de vacilación, escribe el historiador. Nunca llegaría a culminar su principal objetivo: recuperar Jerusalén.