Fue una conjura secreta de dimensiones monumentales, una operación de inteligencia ejecutada a la perfección a pesar de la vasta dificultad, "el acto de terror más horrendo y exitoso de la Historia Antigua". Así define la historiadora clásica Adrienne Mayor la masacre registrada en la primavera del año 88 a.C. en la provincia de Anatolia y las islas del Egeo. En tan solo un día, la conspiración orquestada por Mitrídates el Grande, rey del Ponto, culminó con el asesinato de al menos 80.000 romanos e itálicos, puede que hasta 150.000. "Las cifras son escalofriantes, es posible que algo exageradas, pero en ningún caso falsas", asegura la investigadora.
El terrible episodio lo desglosa Mayor en su monumental biografía sobre el enemigo más implacable al que se tuvo que enfrentar la Antigua Roma, Mitrídates el Grande (Desperta Ferro); un monarca que se creía una suerte de Alejandro Magno —era descendiente de la realeza persa— y la última resistencia de Oriente frente a la tiranía romana, lo que le impulsó a cometer verdaderos actos de terrorismo. Sin embargo, también fue un erudito patrón de las artes y las ciencias y un brillante estratega e investigador, un hombre convertido en leyenda por ingeniar un antídoto contra el veneno que hoy todavía se estudia.
El mortífero plan, ingeniado por el "Aníbal oriental" y los líderes de docenas de ciudades de toda Anatolia (la actual Turquía), consistía en masacrar a todos los itálicos —hombres, mujeres y niños— que habitaban en los territorios de la provincia romana de Asia, que se extendía desde el Egeo hasta la India. Los perpetradores del "verdadero genocidio", según la experta, fueron individuos de todas las clases, grupos étnicos y sectores económicos: indígenas anatolios, griegos y judíos que se rebelaron de forma sangrienta contra el duro gobierno de Roma y su corrupto sistema fiscal que les tenía asfixiados por las deudas.
Los acontecimientos de los meses anteriores —una serie de victorias de Mitrídates sobre las legiones romanas, que las había puesto en fuga hacia el oeste con sus partidarios— había provocado un escenario propicio para una operación de semejante calibre, preparada en apenas treinta días y mantenida en sumo secreto. Los refugiados itálicos se habían asentado en Éfeso, Adramitio, Cauno y otras grandes ciudades costeras. Al converger en unas pocas plazas, su vulnerabilidad se multiplicó: el rey del Ponto, en un solo golpe, se disponía a aniquilar la presencia romana en Asia Menor.
En cuanto aquel día de 88 a.C. amaneció, las masas derribaron las estatuas e inscripciones romanas erigidas en las plazas públicas. Todas sus propiedades fueron confiscadas y sus cadáveres arrojados a los perros y a los cuervos. Hasta la actualidad han sobrevivido crudos testimonios de las atrocidades en cinco ciudades. En Pérgamo, la capital de la provincia y centro cultural de Asia Menor, las familias itálicas buscaron cobijo en el templo de Asclepio —estos lugares eran espacios inviolables, según la tradición griega—, pero fueron aseteados a quemarropa.
En Adramitio, una localidad portuaria con astilleros, los colonos romanos fueron arrojados a las aguas oscuras y ahogados entre las olas. En la urbe cosmopolita de casi un cuarto de millón de habitantes de Éfeso, el Templo de Ártemis también fue profanado y todas las personas que allí se habían resguardado, asesinadas a sangre fría. Mientras tanto, en Cauno, los locales mataron primero a los niños ante la mirada de sus padres, continuando con las aterrorizadas mujeres. Los últimos en morir fueron los hombres, cuyos cuerpos quedaron amontonados sobre los de sus familias.
Las motivaciones
"Mitrídates, capaz de los actos más salvajes pero también de la compasión más galante, tenía una personalidad paradójica. Era un monarca persa que idealizaba la democracia ateniense y despreciaba a los romanos como bárbaros incivilizados", escribe Adrianne Mayor. El sueño del rey del Ponto no era otro que unificar las grandes culturas de Grecia y Oriente para frenan el imparable avance de las legiones y la República romana. El propio Cicerón reconocería que fue "el monarca más grande desde Alejandro" y el oponente más formidable con el que Roma se había tenido que enfrentar nunca.
Como señaló el historiado antiguo Apiano en su relato sobre las Guerras Mitridáticas, las atrocidades del año 88 a.C. evidenciaron hasta qué punto la República romana era detestada por sus políticas predatorias, especialmente la esclavitud. Los romanos demandaban una ingente mano de obra que chocaba con la fusión de tradiciones democráticas y monárquicas que imperaba en Anatolia. Para atisbar la dimensión del problema, cada aristócrata romano, por lo general, poseía varios centenares de esclavos. "Según las últimas estimaciones, en la Italia de la época habría 1,5 millones de esclavos, pero la proporción sería incluso mayor en la provincia romana de Asia", señala la investigadora.
¿Y cuáles fueron las motivaciones personales del rey asiático, quien añadiría a sus ejércitos unos seis mil esclavos liberados? "Mitrídates tenía que saber que Roma buscaría venganza, pero quizá creería que los problemas que aquejaban a los romanos en Italia [una guerra civil] retardarían su respuesta", baraja Mayor. "Posiblemente también anticipó el devastador colapso financiero que precipitaron las pérdidas romanas en Asia. El monarca pensaría que disponía de tiempo suficiente para asegurar su dominio sobre Grecia y conquistar Rodas, de modo que la guerra contra Roma pudiera librarse lejos de sus dominios en el Ponto y él pudiera concentrarse así en aplastar a las legiones silanas [del dictador Sila] en suelo griego".
Mitrídates, de quien se desconoce su paradero el día de la escabechina, no buscaba dinero —antes de la matanza ya era más rico que los legendarios Midas y Creso juntos—, sino que fueron dos motivos los motivos que le empujaron a la eliminación sumaria de todos los romanos, según la historiadora: eliminar cualquier posible aparición de un movimiento de resistencia en los puertos más cosmopolitas en forma de alianza entre los residentes itálicos y sus simpatizantes, así como asegurarse el compromiso de todas las urbes y territorios de Anatolia a su causa al hacerles partícipes de la matanza.
"La masacre del año 88 a.C. no tuvo parangón, ni siquiera en aquella época sangrienta", concluye Adrianne Mayor. "No se trató de una matanza desencadenada en una ciudad sitiada, ni fue fruto de la brutalidad desbocada de unos soldados excitados por la batalla. En ningún otro episodio de la Antigüedad nos encontramos a gente corriente asesinando a tantos civiles específicamente escogidos de una manera tan minuciosamente premeditada". Su protagonista fue Mitrídates el Grande, capaz de poner en jaque a las poderosas legiones de Sila, Lúculo o Pompeyo. El Senado, de hecho, le declaró el enemigo más peligroso de Roma.