El historiador Eduard Puigventós, autor del libro Ramón Mercader, el hombre del piolet, asegura que quedan todavía muchas lagunas por dilucidar sobre el asesinato de Trotsky, del que ahora se cumplen 80 años, entre ellas encontrar la documentación soviética sobre Mercader.
En una entrevista con Efe, Puigventós subraya que "faltan muchas cosas por aclarar", y la primera sería hallar la documentación que había sobre Ramón Mercader en los antiguos archivos soviéticos que permitiría saber "qué hizo en su paso por la URSS".
"No sabemos, por ejemplo, qué estuvo haciendo exactamente desde que desaparece en medio de la Guerra Civil española hasta que reaparece en París en el verano del 1938; o quién se hizo cargo exactamente de él durante sus años de prisión; si las operaciones para sacarlo de la cárcel mexicana de Lecumberri fracasaron o se abandonaron; o si realmente alguien hizo algo para envenenarlo al final de su vida".
En su libro, versión publicada de su tesis doctoral, Puigventós desmontaba algunas falsas creencias sobre el asesinato del revolucionario y aseguraba que Mercader, agente al servicio del NKVD soviético, "no fue reclutado con el objetivo de matar a Trotsky".
Para el historiador catalán, "Mercader no fue el elegido para matar a Trotsky, sino que asumió que no había ninguna alternativa, se sacrificó, dijo: ¡Ya lo haré yo!".
Puigventós sitúa al personaje de Ramón Mercader en el contexto de "una época de totalitarismo y confrontación bélica, en la que había una lucha para conseguir cierta hegemonía ideológica a escala mundial, no solo por la dicotomía fascismo-comunismo, sino también dentro de cada corriente política".
En el caso del comunismo, añade, "Stalin aprovechaba todos los resortes del poder y del estado soviético para apartar a sus posibles rivales y erigirse como líder máximo y supremo, que todo lo dirimía y que nadie le hiciera sombra, y a Trotsky, que era su principal competidor, hacía tiempo que lo había ido arrinconando".
La caída en desgracia de Trotsky comenzó primero con Stalin tomándole los cargos principales que ostentaba en el partido y en el organigrama gubernamental de la URSS; después sacándole los cargos menores; acusándolo de contrarrevolucionario y expulsándolo del partido".
Trotsky, continúa, fue "desterrado dentro de la Unión Soviética; exiliado al cabo de un tiempo; y finalmente convertido en chivo expiatorio de todos los males del país y en el más grande traidor a la causa, de forma que, llegados a este punto, y con los Procesos de Moscú en marcha, fue condenado a muerte en ausencia".
Para todo buen comunista, con ganas de contribuir a la causa, "eliminarle y seguir las directrices que emanaban desde Moscú era un deber, y aquí es donde entró Mercader, un joven absolutamente fanatizado y deseoso de contribuir a la construcción del hombre nuevo soviético que se pregonaba".
Considerado un traidor y un obstáculo para ese futuro esperanzador, y más en el contexto de la II Guerra Mundial, "Trotsky tenía que ser sacado de circulación".
Mucho se ha debatido sobre el arma utilizada en el asesinato, que incluso ha sido vista simbólicamente como "la unión de la hoz y el martillo comunistas", pero, para Puigventós, fue solo una casualidad: "Mercader tenía el piolet a mano y lo hizo recortar para poderlo entrar en casa de Trotsky sin ser detectado".
De hecho, continúa el historiador, "llevaba con él también una pistola y un cuchillo, pero la primera hubiera llamado la atención de los guardias que convivían con Trotsky y el segundo habría requerido mucha destreza por parte de Mercader y actuar rápido para no dar opción al revolucionario a defenderse".
De este modo, Mercader pensó que "con un golpe seco y fuerte con el piolet, podría matar a Trotsky y huir sin que se dieran cuenta. Ciertamente, el uso de esta herramienta convirtió este magnicidio en un icono mundial que transcendió a la historia".
Aunque siempre se había dicho que Caridad Mercader, "una estalinista convencida", fue quién persuadió a su hijo para cometer el asesinato y, de hecho, había sido ella quien lo había reclutado para los soviéticos, Puigventós recuerda que últimamente el escritor y filósofo Gregorio Luri, autor de una monografía sobre los Mercader, apunta hacia otra dirección, y "no está tan claro que fuera ella quien lo empujara a cometer el crimen".
En todo caso, "cuando falló el atentado de mayo de 1940 dirigido por el artista muralista David Alfaro Siqueiros, la persona más próxima en el entorno de Trotsky con capacidad para cometer el asesinato era Mercader, entonces haciéndose pasar por Frank Jackson; y Leonid Eitingon y Caridad eran los otros miembros del grupo".
Desde que Puigventós publicó su libro en 2015, pocos cambios se han producido sobre el relato o el contexto de la historia, y desde entonces han aparecido pocas publicaciones, entre ellas El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin, de Gregorio Luri, sobre Caridad del Río, que, "aporta muchos datos nuevos, sobre todo de testigos personales y de algunos documentos que le enviaron desde Rusia".
Fuera de esta aportación o de la reedición del libro de Martín Gabriel Barrón Cruz que trata, sobre todo, los aspectos judiciales del proceso a Mercader, "sólo han aparecido algunas noticias en los medios de comunicación", como cuando se expuso el piolet en Washington en un museo del espionaje, o el conocimiento de una nodriza de los Mercader.