En el año 1095, el papa Urbano II pronunciaba su histórico discurso en el concilio de Clermont. En él convocaban a los cristianos para recuperar Jerusalén, la cual se encontraba bajo dominio musulmán. De esta manera, cuatro años después, partía la Primera Cruzada.
Desde entonces, muchas fueron las campañas realizadas por la cristiandad. Sin embargo, el motivo no siempre fue el de liberar Tierra Santa del yugo del islam. Durante los casi dos siglos que se llevaron a cabo las cruzadas, el ansia de poder, los intereses económicos y personales fueron el hilo conductor de muchas de estas guerras religiosas.
Luis IX de Francia fue el último monarca europeo que emprendió el camino de las cruzadas contra los musulmanes. El que fuera primo hermano de Fernando III el Santo, participó tanto en las llamadas Séptima y Octava Cruzada, las cuales resultaron ser todo un fracaso que incluso acabaron con la vida del rey francés.
Entre 1248 y 1254, tanto Luis como sus hombres decidieron atacar Egipto, logrando conquistar la ciudad de Damieta. No obstante, poco a poco, debido a un brote de peste, la crecida del Nilo y el contraataque enemigo, los franceses cayeron en manos de los mamelucos egipcios. Tal y como explica el historiador Juanjo Sánchez Arreseigor en Caos histórico: mitos, engaños y falacias (Actas), fueron los propios templarios quienes adelantaron el dinero de su rescate, lo cual debilitaba poco a poco a una monarquía que debía cada vez más favores.
El desastre definitivo
El sueño de Luis IX no se desvaneció tras aquella derrota. Sus motivos religiosos y su férrea defensa del cristianismo sí eran el motor de las campañas contra los musulmanes. Para su siguiente cruzada, se alió con su hermano Carlos de Anjou, rey de Nápoles y Sicilia, quien le recomendó viajar a Túnez ya que el sultán Baibars tenía intención de convertirse al cristianismo.
Los intereses de su hermano por emprender una nueva cruzada eran plenamente económicos. Su propósito era acabar con la competencia de los mercaderes tunecinos del Mediterráneo.
Así, Luis IX, acompañado de sus tres hijos, de su hermano Carlos de Anjou y varios condes, reunió un importante ejército para acudir a las costas norafricanas. Él llegaría primero para esperar al contingente siciliano de Carlos. Allí, en cambio, descubrieron que el sultán no buscaba convertirse al cristianismo y comenzaron las octavas cruzadas. Pese a la poca resistencia que encontraron los franceses en un primer momento, el desenlace fue catastrófico.
En pleno verano en el Magreb, las fiebres, la disentería y demás epidemias se llevaron las vidas de la mayoría de los hombres de Luis IX. Según el historiador Fernand Destaing fue una fiebre tifoidea la que dejó fuera de combate al ejército cristiano. El 3 de agosto, Juan Tristán, hijo del rey, sucumbió a la enfermedad. El 25 de agosto de 1270, hace exactamente 750 años, el sueño de las cruzadas llegaban a su fin. El rey Luis IX también moría debido a las fiebres que habían azotado a sus filas.
Ni siquiera su hermano, que llegó al poco de fallecer el monarca, pudo recobrar el ánimo y la motivación de aquella campaña. La octava cruzada había sido un fracaso total. Carlos de Anjou prosiguió con la campaña iniciada por Luis, la cual pasó a llamarse Novena Cruzada aunque algunos historiadores tienden a agruparla en la anterior. De todos modos, tras el doble desastre de Luis IX de Francia, no se realizaron más expediciones.
El legado de Luis IX lo tomó su hijo Felipe el Audaz, quien firmó un tratado de paz con el sultán y volvió a Europa. No quiso saber nada más de aquel continente maldito para su familia.