Enfundado en telas negras, de porte adusto, siniestro, maniático, y personalidad intransigente, adalid de un catolicismo radical, déspota libertino... y hasta parricida. Esta es una imagen prototípica de Felipe II, un cuadro harto negativo aireado por sus principales enemigos —Guillermo de Orange, Isabel I de Inglaterra o Antonio Pérez, el secretario que le traicionó—, pero que todavía pervive en la actualidad —solo hace falta ver la película Elizabeth: la edad de oro—. Una visión reduccionista, negrolegendaria, para una figura histórica "abismal", rebosante de contradicciones y juzgada por dos corrientes antagónicas, como así la define Enrique Martínez Ruiz.
El catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense propone un análisis innovador y original de la vida, obra y legado del monarca español en una nueva biografía: Felipe II. Hombre, rey, mito (La Esfera de los Libros). Una obra extensa y muy documentada que, como ya se sugiere desde el título, diferencia tres facetas del rey Prudente: la de una persona de su tiempo, la de gobernante de la Monarquía Hispánica y la que moldeó la propaganda política —a favor y en contra— tanto en el siglo XVI como después de su muerte.
Lo explica el autor así: "Por un lado tenemos su dimensión como hombre, un príncipe del Renacimiento que adquiere una formación extraordinaria. Luego está su labor como rey, que tiene que dirigir lo que fue el imperio más grande del mundo hasta entonces conocido, que abarcaba cuatro continentes y tres océanos. Por último, como consecuencia de ese despliegue territorial enorme, eso suscitó rivalidades, oposiciones y rechazo a una monarquía tan grande y empezaron los ataques tanto a la distribución territorial del imperio como a la misma figura del monarca y a los españoles".
Tres fases, señala, que se corresponden con una sucesión cronológica. Primero la década de 1549-1559, donde el príncipe viaja por Europa, descubre la arquitectura renacentista, danza, contrae matrimonio —primero con su prima María Manuela de Portugal y luego con María Tudor, reina de Inglaterra— y ve un esplendor que hasta entonces, desde Castilla, solo podía atisbar a través de su padre, Carlos V. Entre 1565 y 1575 se forja como rey, gesta los ejes de su política y combate la sublevación flamenca y el avance del islam. La fase final, con dinámica propia, consiste en la mitificación del monarca a partir de 1592 y hasta que muere en 1598.
Medio siglo de guerra omnipresente y de continua mutación. Un abismo que separa a un hombre que se oscurece por la muerte que se propaga a su alrededor —enviudó hasta en cuatro ocasiones y perdió a su primogénito y heredero de la Corona, el príncipe don Carlos en extrañas circunstancias—. "Lo califiqué de abismal porque en su figura encontramos unos extremos que están muy distantes entre sí", explica Martínez Ruiz. "La frialdad que supone el tener que encarcelar a su sucesor, que le estaba amargando la existencia con su rareza y excentricidades; y sin embargo, luego con sus hijas, particularmente con Isabel Clara Eugenia, su gran fortaleza en los años finales, tiene una gran delicadeza".
Al experto en historia militar y autor, entre otras obras, de Los soldados del rey (Actas), lo que más le ha sorprendido de Felipe II es su capacidad de trabajo. "Se quejaba en muchas ocasiones en sus cartas de que no podía más, que sus ojos se le cerraban por el sueño. Estaba plenamente imbuido de su responsabilidad como gobernante. Aunque eso también se utilizó en su contra: se hablaba de que ese afán por revisar documentos era consecuencia de su timidez, de que no quería relacionarse con la gente y, sobre todo, de su desconfianza hacia otras personas", expone.
Leyenda negra y áurea
En la tercera parte de la biografía, Enrique Martínez Ruiz desglosa cómo se instalaron todos los mitos que sobreviven —al menos en buena parte del imaginario popular— en torno a Felipe II. Para ello dedica un buen número de páginas a la génesis de la leyenda negra, a los retratos (exagerados) que hicieron sus rivales de él —anticristo, demonio del sur, exterminador de indios— y de las prácticas de la Inquisición y también al intento de dulcificar y loar su legado en el que incurrieron tras su muerte figuras como Cristóbal Pérez de Herrera, Lorenzo van der Hammen y Baltasar Porreño, quienes le dibujaron como la cúspide de la defensa de unos valores católicos imperecederos, pero cuyas obras no encontraron igual distribución que la sesgada Apología de Guillermo de Orange.
"A Felipe II se le sigue considerando, incluso entre nosotros los españoles, como un rey intransigente, siniestro, con una aureola de poco humano... Esa visión tiene mucho arraigo en la mentalidad popular que se debe al desconocimiento del personaje", valora el historiador, que señala la evidente victoria de la leyenda negra y apologética sobre la que él denomina como áurea y la incapacidad propagandística española. "A Felipe II, como elemento vertebral de su acción de gobierno, la neutralización de ese tipo de argumentos no entraba en sus prioridades. Fueron precisamente los defensores del rey, ya a posteriori, los que empezaron a destacar una serie de cualidades que estaban en contra de las afirmaciones que se habían hecho", explica en este sentido.
Martínez Ruiz, que no comulga con el calificativo empleado por Geoffrey Parker, otro de los recientes biógrafos de Felipe II, de "rey Imprudente" —"imprudentes fueron otras personas que le rodeaban, como don Juan de Austria— desmiente totalmente los rumores de que el monarca pudiese haber asesinado a su primogénito y, en relación con la mal llamada Armada Invencible de 1588, uno de los principales acontecimientos de su reinado, asegura que es "otra de las trampas en las que hemos caído": "La victoria de los ingleses no fue tan concluyente como se viene diciendo. La flota inglesa continuó tres meses más en estado alerta temiendo que los barcos que habían sobrevivido lanzaran un nuevo ataque. Pero es que la continuación de esa campaña, lo que ahora se llama la Contraarmada inglesa, fue un fracaso más estrepitoso que el que había tenido la Gran Armada filipina".
—Si tuviese delante a Felipe II, ¿qué le preguntaría, qué le gustaría resolver?
—Le haría preguntas sobre su persona y su gobierno. Ahí es donde está la clave. Qué pensaba en determinados momentos para actuar como lo hizo, como con el príncipe don Carlos y luego con Felipe III: por qué, él que había recibido una formación como príncipe extraordinaria, no se preocupó de darle la misma preparación, y eso que le constaba que su hijo no tenía la inclinación al trabajo y por el gobierno que tenía él. Era consciente porque a Cristóbal de Moura, su confidente, en los últimos años, le dijo: "Me lo van a gobernar". Y efectivamente, Felipe III depositó toda la responsabilidad del gobierno en el duque de Lerma. Sería interesante saber si estaba desanimado al ver la poca capacidad que tenía y lo dejó por imposible o si el amor de padre le hacía pensar que alguna vez iba a reaccionar. También qué ideas trataba de llevar a cabo que no pudo conseguir.
—¿Es el mejor rey que ha tenido España?
—Soy enemigo de los absolutos. Lo que pretendo con este libro es dar una panorámica lo más amplia posible de lo que fue el rey. Y si para mi fue una figura abismal, quiero que el lector tenga elementos de juicio suficientes para sacar sus conclusiones. Que fue una figura muy singular, muy especial y muy importante en la historia de España no lo puede negar nadie.