El 30 de enero de 1933 Adolf Hitler se convertía en canciller de una Alemania que buscaba romper con el pasado. Aquella noche, la celebración de los nacionalsocialistas se prolongó hasta la madrugada. Columnas de hombres de las SA recorrían las calles de cada ciudad y cada pueblo. Desde aquel día, banderas con esvásticas ondeaban en edificios públicos de toda Alemania.
Aquel símbolo, que se representa con una cruz cuyos brazos están doblados en ángulo recto y en sentido dextrógiro, se extendió por todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. El emblema asociado al odio y a la guerra se encontraba en cada rincón del Tercer Reich. La esvástica era admirada en Alemania y temida en el resto de países. En una cultura política donde predominaba lo impreso, el partido nazi imprimió folletos, postales, pancartas y distribuyó brazaletes y banderolas con la esvástica. Tal y como escribe el historiador Thomas Childers en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica), el contenido de estos reclamos nazis se basaba en un rudimentario sistema de investigación de marketing que, para la época, no tenía precedentes en cuanto a su sofisticación.
Un nuevo libro publicado por la editorial Alianza y escrito por el profesor de la Universidad del País Vasco Jesús Casquete analiza cómo los nazis utilizaron la propaganda para acceder al poder y mantenerse en el mismo. En El culto a los mártires nazis, Casquete menciona cómo Hitler buscaba un símbolo efectivo, el cual pudiera transformarse "en el primer estímulo para el interés de un movimiento". Para el führer, las banderas y estandartes eran medios indispensables para el dominio de la masa.
La esvástica nazi hizo su primera aparición en 1920 en una jornada del Partido Nacionalsocialista celebrada en Salzburgo. Aquel símbolo no lo habían inventado los alemanes, sino que ya existía en otros pueblos como el hindú y el nepalí. Sin embargo, a partir de entonces pasó a formar parte de una formación que lo utilizaría para crímenes de lesa humanidad.
El color rojo, blanco y negro
La esvástica ya había sido empleada por los Cascos Libres y otros grupos de extrema derecha en Alemania. No obstante, los nazis se apropiaron de ella y añadieron los tres colores principales que tiene la bandera: el rojo, el blanco y el negro.
El primero de ellos tenía un significado claro. Buscaban atraer al votante obrero. En su juventud, Hitler se vio realmente fascinado por el movimiento obrero y su simbología. En Berlín presenció una manifestación socialdemócrata con "un mar de banderas rojas, brazaletes rojos y flores rojas que daban a la concentración, con una participación estimada en 120.000 personas, una apariencia exterior en verdad imponente".
De esta forma, el uso del rojo se convirtió en un arma de doble filo. Aparte de seducir a algunos obreros, provocaba a otros muchos que veían cómo una ideología fascista se apropiaba del color izquierdista. "Nuestra calle siempre ha tenido banderas. Rojas. No como otras, que han robado su rojo", espetaban los comunistas y socialdemócratas.
La combinación del blanco y el negro, por otra parte, calmaría a los estratos más conservadores y derechistas ya que formaban parte de los colores imperiales. "Cualquier coetáneo habría sabido relacionar la elección de Hitler de esos colores con la bandera imperial, atribuida a Bismarck, quien habría combinado en ella los colores negro y blanco de la bandera prusiana con el blanco y rojo de las ciudades hanseáticas", narra Casquete.
Así se fundó una de las banderas más conocidas del mundo y que tanta sangre derramó entre los años 1939 y 1945. Para ellos siempre fue mucho más que un tejido. Tal y como escribió el sociólogo Émile Durkheim, "el soldado que cae defendiendo su bandera con seguridad no cree haberse sacrificado por un trozo de tela". El 8 de mayo el Tercer Reich cayó, y junto a él todo el aparato político que ensalzaba la bandera del horror.