El 20 de septiembre de 1920, hace exactamente cien años, se alistó en la Legión, llamada entonces Tercio de Extranjeros, el primer voluntario, Carlos Expresati de la Vega. Aunque sirve esta fecha como efeméride de la fundación del cuerpo de tropas con vocación de élite, destinado a participar en las operaciones bélicas más importantes y en los combates de mayor dureza, su historia comenzó a gestarse meses antes. En enero y a través de un Real Decreto, se encomendó al entonces teniente coronel José Millán-Astray la misión de crear una unidad militar deseada por los africanistas para aumentar la capacidad operativa de las fuerzas españolas en el Protectorado de Marruecos.
Nacía inspirándose en el modelo cercano de la Légion Étrangère francesa y con el objetivo de ser un contingente profesionalizado guiado por la obediencia total, la férrea disciplina y un valor innegociable. Una fuerza de choque que combatiese heroicamente en primera línea, tal y como entendía la guerra la mayoría de oficiales del norte de África —entre ellos, el futuro dictador Francisco Franco—. El Tercio admitía hombres de entre 18 y 40 años, españoles y foráneos, como indicaba su nombre. Sin embargo, su fundador tenía un leitmotiv significativo: "Un extranjero vale dos soldados, uno español que ahorra y otro extranjero que se incorpora".
Fue Millán-Astray el encargado de armar los "corazones" de los legionarios ante las durísimas condiciones medioambientales y de salubridad que les esperaban en la última etapa de la Guerra del Rif (1921-1927). Para crear un grupo cohesionado y con la valentía por bandera, el militar africanista y veterano de Filipinas enunció el "credo legionario", doce normas de comportamiento cuya finalidad era homogeneizar la pertenencia de grupo. "Se buscaba que el legionario fuese única y exclusivamente eso: un feroz soldado con una visión maniquea del mundo —muy útil en la guerra— al servicio de la patria —vía sus oficiales—", escribe Daniel Macías Fernández, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Cantabria, en Cien años de la Legión, 1920-2020 (Desperta Ferro), una estupenda y concisa obra en la que varios expertos en Historia Militar desgranan la evolución, encrucijadas y motivaciones de este cuerpo de élite.
Ese espíritu belicista del Tercio de Extranjeros estuvo inspirado en el bushido, las normas de los samuráis que priorizaban valores como la lealtad, la rectitud o el honor. Además, Millán-Astray incidió en el misticismo de la muerte para imbuir de bravura a sus soldados. El lema de la unidad constituye una clara evidencia de dicha mentalidad: "Legionarios, a luchar; legionarios, a morir". "La retórica discursiva legionaria integraba un lenguaje religioso con un belicismo filosófico que tenía en el desarrollo de una cultura mortuoria una de sus máximas para reforzar su identidad grupal y atemorizar al enemigo; lo dicho se hacía patente en las referencias al bautismo de fuego, el sacrificio, el holocausto de sí mismos por un bien mayor", analiza Macías Fernández.
También en el pasado, en los gloriosos tiempos del Imperio español, hallaron los mandos legionarios un espejo en el que comparar su espíritu: el de los Tercios de Flandes —de ahí el nombre originario de la Legión— y de los conquistadores de América, caracterizados por su austeridad y dureza. En las gestas de aquellas agrupaciones militares, "la vieja infantería española, [cuyos soldados] pasearon triunfantes por el mundo", descubrió Millán-Astray una vinculación indiscutible. Inculcada la teoría, había que demostrar ese esprit de corps en el campo de batalla.
Operaciones militares
El libro editado por Desperta Ferro, el primer volumen de su colección Cuadernos de Historia Militar, está divido en ocho capítulos que cubren distintas etapas: la fundación, las campañas en Marruecos, los sucesos de la Segunda República, la Guerra Civil, las actuaciones de posguerra, la descolonización, la Transición y las actuales misiones internacionales —otra interesante propuesta editorial para este aniversario es Cien años de la Legión española (La Esfera de los Libros), del periodista Gustavo Morales y el historiador Luis E. Togores (partícipe de ambas obras), que recorre la historia del cuerpo de forma mucho más visual, a través de quinientas fotografías—.
Organizado originalmente en banderas —cada una de ellas equivalía a un batallón y estaba compuesta por dos compañías de fusiles, otra de ametralladora y una cuarta de depósito e instrucción—, su fama comenzó a dispararse a raíz del exitoso socorro a Melilla en julio de 1921. En total, el Tercio de Extranjeros participó durante la Guerra de Marruecos en 845 hechos de armas, lo que le brindó numerosas medallas tanto colectivas como militares, con un coste de 2.000 vidas. Para Franco, según escribió en las páginas de la Revista de tropas coloniales, el ejemplo de las unidades de la Legión constituía "el modelo de las modernas fuerzas de Infantería".
Los legionarios fueron requeridos en varias ocasiones por la Segunda República para garantizar el orden. Primero en la intentona golpista de agosto de 1932 —cuenta Eduardo González Calleja, profesor de la Universidad Carlos III, que las tropas desembarcadas en Cádiz, faltas de información, lanzaron vivas a Sanjurjo al llegar a la ciudad— y luego en la revolución de Asturias de octubre de 1934, donde desplegaron una brutal represión. Así lo narraba el legionario Manuel García Alegre: "Todos los días cogíamos unos cuatrocientos prisioneros, y en el acto los pasábamos a cuchillo. Toda la capital está bombardeada. Seguramente el gobierno lo ocultará".
El Tercio desempeñó un papel fundamental en la sublevación militar de 1936, tanto a nivel organizativo como en los primeros compases del alzamiento. Durante la guerra, los legionarios siguieron haciendo gala de su intensa disciplina en todo momento. En cuanto a su participación en acciones bélicas, el historiador Roberto Muñoz Bolaños señala dos fases diferenciadas: una primera entre julio y noviembre de 1936, atemorizando al enemigo y abriendo terreno para capturar Madrid; y una segunda hasta el término de la contienda, marcada por batallas más masivas como Brunete, Teruel o la campaña de Aragón. Las unidades de la Legión, en total, participaron en 3.042 acciones, con un saldo de 7.645 muertos.
A lo largo de la posguerra, el cuerpo de élite sufriría una reorganización interna con una reducción de sus efectivos a la mitad, que se dedicaron a controlar la colonia de Marruecos o a la lucha contra los maquis. Además, algunos legionarios acabaron enrolándose en la División Azul, los voluntarios que lucharon en el frente oriental de la II Guerra Mundial al lado de los nazis. Desde 1945 hasta 1975, la Legión participó en conflictos como la Guerra de Ifni-Sáhara, hasta que se abandonó la última colonia con el fin de la dictadura y la llegada de la democracia. En la Transición, en antiguo Tercio dejó de ser una fuerza que guarecía las posesiones españolas del norte de África.
Desde 1992 y tras pasar por un periodo de modernización, la Legión ha tomado un nuevo rumbo, participando con éxito en operaciones en el exterior como las guerras de los Balcanes, Irak o Afganistán, y volviendo a África para garantizar la estabilidad en países como el Congo o Malí. Pero quizá el episodio más famoso de este periodo sea la Operación Romeo-Sierra o cómo un equipo de 75 legionarios del 2º Tercio recuperó el islote del Perejil, que había sido tomado por seis soldados marroquíes, clavando la bandera española en lo alto de "la piedra". Un siglo que saluda a nuevos retos.