Carlos IV quería un "amigo incorruptible" a su lado, un número dos que claudicara a cualquiera de sus órdenes y designios sin abrir la boca. Tras la caída en desgracia de los más independientes condes de Floridablanca y Aranda, el monarca descubrió a un hidalgo extremeño de veinticinco años con una gran capacidad de trabajo y astucia política: Manuel Godoy. Sin embargo, apenas tenía formación y experiencia para desempeñar un cargo tan relevante como el de primer ministro. Una decisión que generó un profundo malestar entre los nobles de España. Le apodaron el Choricero.
No obstante, la popularidad de Godoy se disparó con la Guerra del Rosellón, no por sus primeras estrategias bélicas, sino por el tratado que logró firmar con Francia el 22 de julio de 1795. Carlos IV le bautiza como el príncipe de la Paz. Al mismo tiempo, los rumores palaciegos sostenían que el único mérito del primer ministro radicaba en satisfacer los apetitos carnales de la reina María Luisa de Parma.
Godoy, que vivía en el Palacio del Marqués de Grimaldi, justo al lado del Palacio Real y construido entre los años 1779 y 1780 por el arquitecto Francisco Sabatini, fue también un gran coleccionista de arte. Los lienzos de Francisco de Goya le fascinaban, y por eso le encargó que retratase a su amante oficial, una joven de dieciséis años, huérfana de un artillero gaditano, llamada Pepita Tudó. Es la famosa maja, tanto vestida como desnuda -o al menos eso es lo que sostienen algunas teorías-.
La maja desnuda, según la descripción del cuadro en la web del Museo del Prado, es un ejemplo del estilo dieciochesco de Goya, anterior al cambio profundo que se produce en sus obras hacia 1797-98. Los expertos, en este sentido, proponen una datación entre 1795-96, en el momento de sus primeros contactos artísticos con Godoy, a pesar de que la primera mención esté fechada en noviembre de 1800. La hizo el grabador Pedro González de Sepúlveda a raíz de una visita que hizo al palacio del primer ministro acompañado del pintor e historiador Juan Agustín Ceán Bermúdez y del arquitecto Pedro de Arnal.
González de Sepúlveda indica que el lienzo, que sigue la tipología tradicional de la diosa Venus tendida sobre el lecho, colgaba en un "gavinete (sic) interior" junto con otras Venus. "Esa presencia en el palacio de Godoy parece documentarse asimismo en uno de los Ajipedobes, violentas caricaturas contra el Príncipe de la Paz, de principios del siglo XIX, en que este cuadro aparece como decoración de sobrepuerta en su gabinete de trabajo", se lee en la ficha de la pinacoteca.
Sobre esta misteriosa estancia del primer ministro, escribe el divulgador David Botello en su obra Follones, amoríos, sinrazones, enredos, trapicheos y otros tejemanejes del siglo XIX (Oberon): "Godoy tiene una sala íntima en su casa-palacio de Grimaldi, un gabinete secreto donde guarda su pequeña colección de cuadros subiditos de tono, las famosas pinturas de Venus. Las Venus suelen ser muchachas en culipatos. Por eso son pinturas para mayores de dieciocho años. Dos rombos. Tres equis".
En aquel gabinete cuelgan La escuela del amor de Corregio, una Venus de Tiziano o la famosa Venus del espejo de Velázquez. Un auténtico tesoro artístico. "Pues bien -continúa Botello-. Parece ser que, en esa sala íntima, las Majas de Goya forman el juguete erótico favorito de Godoy. Por lo que se ve, La maja vestida queda a la vista; mediante un ingenioso sistema de poleas, Godoy puede levantarla y, oh, delirio, dejar al descubierto La maja desnuda... Imagínate ahí, dale que te pego, toda la tarde, maja arriba, maja abajo, Godoy se olvida de los asuntos de Estados y piensa en su amada Pepita Tudó... ¡Menuda fiesta!".