Ricardo Corazón de León y el sultán Saladino fueron los dos grandes nombres propios de la Tercera Cruzada, desarrollada a finales del siglo XII. Su cruenta batalla religiosa por el dominio de Jerusalén y el Levante mediterráneo implicó a decenas de miles de hombres, movilizados desde los más recónditos lugares de los dominios cristianos y musulmanes. Una guerra santa plagada de épica, sangre e historias fascinantes, como la del caballero verde, un cruzado natural de la Península Ibérica, de enorme coraje y eficacia en el campo de batalla, que cabalgó con sus coloridas ropas y armadura en la vanguardia de algunas de las principales operaciones latinas.
Se llamaba Sancho Martín, y es el protagonista —real— de la última novela del escritor y periodista Javier Lorenzo, El caballero verde (Algaida), reconocida con el XIII Premio Logroño de Narrativa. Una ficción histórica con buenas dosis de aventura, romanticismo y también de humor que rescata el viaje a Tierra Santa de este misterioso caballero, cuyas epopeyas aparecen citadas en las crónicas cristianas y árabes pero del que apenas han sobrevivido informaciones verídicas. De hecho, no se conoce siquiera su lugar de nacimiento.
"Es uno más de los náufragos que están braceando en el océano de nuestra enorme historia", explica el autor, que regresa a las librerías tras un parón de casi una década. "Lo encuentro de forma circunstancial y me sorprende ver que un personaje anónimo, un español del que se ignora su origen, acaba convirtiéndose por méritos propios en una pieza importante de un evento tan monumental como las cruzadas, y que derrota a Saladino en dos ocasiones".
Estos dos episodios concretos son el sitio de Tiro, una plaza costera situada en Palestina, cerca de Acre, en 1187, justo después de que los sarracenos se hubiesen recuperado Jerusalén, y la defensa del condado de Trípoli, todavía más al norte, al año siguiente, otro de los bastiones latinos que el sultán tampoco pudo conquistar. Las cabalgadas del caballero verde y su cornamenta en el yelmo fascinaron a sus enemigos, y hasta al propio Saladino, que durante ese enfrentamiento lo invitó a su campamento y le tentó con grandes riquezas a cambio de luchar a su lado.
"Se dice que Saladino le ofreció incluso casarse con una de sus hijas, castillos, de todo, y él se negó, diciendo que había ido allí a combatir a musulmanes", apunta Lorenzo, que también se imagina a su personaje como un caballero curtido en la lucha contra los sarracenos de Al-Ándalus. "La gran ventaja que tenían guerreros cristianos de la Península era que llevaban siglos peleando contra los árabes. Cuando llegan al otro lado del Mediterráneo se encuentran con las mismas tácticas. Además de la experiencia, debía ser hombre de un valor temerario, muy ingenioso", esboza el escritor.
Traficante aragonés
En la novela, a Sancho Martín, cuya estela se pierde por completo tras retornar de Tierra Santa, le otorga la bandera de aragonés con el objetivo de narrar de fondo la unión del Reino de Aragón con el condado de Barcelona y el origen de Cataluña. "Era un territorio más propicio a novelar que el castellano. No quiero mandar mensajes, solo expongo hechos y los novelo", añade el también autor de El último soldurio, novela en la que ficcionaba la vida de Corocotta, un caudillo cántabro que se rebeló frente al poder romano.
Además del contexto político peninsular y de guerra santa, Javier Lorenzo trata el fenómeno de las reliquias convirtiendo a Sancho Martín en un traficante de partes de santos: "En aquella época había un tráfico descomunal, que movía mucho dinero. Era como un mercado persa. Cuando en la Cuarta Cruzada los latinos conquistan Constantinopla, la vacían de reliquias. Pero ya mucho antes había tal abundancia de piezas, falsas sobre todo, que la Iglesia en un concilio prohibió su comercio, y que solo podía considerarse como verdaderas aquellas que así dictaminara como tales".
Pero más allá de los carriles históricos por los que trascurre la novela, el escritor se muestra satisfecho con la vida que le ha brindado a Sancho Martín. "Lo importante es que creo que he construido un personaje vivo con el que la gente disfruta, alguien que palpita, que tiene sus miedos, imperfecto, que a veces es un canalla y otras está impregnado de nobleza, alguien con el que el lector se va a identificar y sorprender", asegura.
¿Y dónde está el límite entre historia y ficción? "La novela no tiene por qué ser fiel a los hechos, pero los hechos que se narren tienen que ser verídicos, exactos, lo más rigurosos posible, tanto lo que se refiere a vestimenta como a acontecimientos políticos o bélicos", cierra Lorenzo. "En la biografía del personaje es donde hay manga ancha y ahí está ya la capacidad del novelista. Es lo mismo que me pasó con Corocotta, del cual aparecen cuatro líneas del historiador Dion Casio. Eso es lo que conocemos, luego lo que se trata es de reflejar las costumbres de entonces, cómo se hablaba, lo que se comía, cómo se combatía... darle la verosimilitud suficiente para que el personaje y la historia que se cuentan sean creíbles y nos emocionen".