Para el historiador Rufino de Aquilea, contemporáneo a los hechos, la batalla de Adrianópolis, el 9 de agosto de 378, fue "el inicio del terror para el Imperio romano", el primero de una catarata de acontecimientos que desembocaría en el saqueo de Roma perpetrado por el caudillo godo Alarico en el año 410. La mayor potencia militar del mundo no solo perdió a 25.000 hombres en su enfrentamiento contra una enorme alianza de bárbaros; también a su emperador oriental, Valente, quemado vivo tras refugiarse en una granja cercana al campo de batalla.
Casi dos décadas más tarde, en 394, romanos y godos luchaban en el mismo bando. Teodosio el Grande, augusto de origen hispano, había logrado recomponer el ejército y derrotar a los bárbaros en varias ocasiones. Estos, también agotados por la larga guerra, accedieron a firmar con el emperador un foedus, un tratado de paz, una alianza. Pero lejos de cesar las contiendas, en el seno del imperio estalló una nueva guerra civil, provocada por el general Magno Máximo y avivada por el magistri militum Arbogastes.
Teodosio, al mando de un poderoso contingente de 100.000 hombres, derrotó definitivamente a los usurpadores en la batalla del río Frígido, entre el 5 y 6 de septiembre del citado año. Aunque tuvo que derramar mucha sangre, especialmente la de sus aliados: de los 20.000 federados godos que lanzó contra las líneas enemigas, murió el 50%. Una auténtica carnicería presenciada en directo por el propio Alarico. Una dramática escena que nunca iba a olvidar.
"Los godos, mercenarios que luchaban por Roma, se sintieron tratados como carne de lanza. Los romanos los usaron conscientes de que daba igual lo que pasara: si morían, no había nada que lamentar; si triunfaban, la victoria final era para Teodosio. Ese rencor que se genera en Alarico y en sus hombres es para mí el momento que explica el nacimiento de los visigodos, que son una realidad compleja: muchos pueblos diferentes pero unidos en torno a un caudillo resentido con Roma por esa batalla", explica José Soto Chica.
En su nueva obra, Los visigodos. Hijos de un dios furioso (Desperta Ferro), el historiador medieval y exmilitar profesional realiza una monumental labor de investigación que cubre desde los orígenes de los godos en Escandinavia hasta su llegada a la Península Ibérica y posterior colapso. Un libro vibrante, plagado de detalles y eruditas reflexiones, que evidencia una historia mucho más enrevesada, llena de matices, sobre la forja de ese Reino de Toledo y su punto álgido de esplendor entre los siglos VI y VII.
Este imprescindible ensayo es una suerte de despiece del también magnífico Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura, un volumen en el que Soto Chica se adentraba en una época crucial: la transición de la Antigüedad a la Edad Medida, cómo desde un mundo mediterráneo bajo la égida de Roma aparece uno nuevo con tres espacios de civilización —el islámico, el occidente romano-germánico y el oriental—. Ahora ha puesto el foco en desentrañar ese mismo proceso histórico en la Península Ibérica, en el tránsito de la Hispania tardorromana a un Medievo marcado por la división entre Al-Ándalus y los reinos cristianos.
"Creo que es la primera vez que se cuenta en detalle y de una forma diferente el proceso de creación de los visigodos de dónde vienen y cómo fueron antes de asentarse en la Península", explica el autor a este periódico. "Me parece fundamental comprender que no eran ese pueblo homogéneo, germánico, que aparecía en nuestros libros escolares. Fue un pueblo muy complejo, mestizo, y que cuando llega a España ya tiene tras de sí un largo proceso de romanización".
"El otro aspecto que considero novedoso", añade Soto Chica, "es el enfoque de cómo los visigodos realmente condicionaron no solo a los reinos del norte el reino de Asturias, a partir del siglo IX, adapta o manipula esa época y la convierte en su fuerza de propaganda para justificar su expansión, sino también a Al-Ándalus: la mayoría de la población y la nobleza visigodas se intergró en Al-Ándalus. Fue un proceso de integración, no amanecieron un día musulmanes y gentes islámicas y de lengua árabe".
Es de resaltar el manejo que hace Soto Chica de las fuentes, especialmente las primarias, y cómo las analiza y enfrenta, cómo discute opiniones historiográficas extendidas y propone nuevas hipótesis. Una labor de orfebrería que se dificulta enormemente por sus circunstancias personales: el doctor en Historia medieval es ciego, perdió la vista —y una pierna— en 1996, cuando llevaba dos años en el Ejército, durante unas maniobras con explosivos. Se recuperó y comenzó a estudiar Historia con calificaciones excelentes. Gracias al programa Jaws puede escuchar todo lo que se vería en la pantalla de un ordenador, desde archivos digitales a documentos y libros escaneados.
Potencia y derrumbe
Hijos del antiguo dios de la guerra Guton, "el furioso", los godos desafiaron durante más de dos siglos el poder del Imperio romano. El relato de esas batallas a lo largo de la frontera del Danubio constituye uno de los pasajes más fascinantes de la obra de José Soto Chica, donde se desvela una importante paradoja: "Lo curioso de los visigodos es que siendo un factor fundamental en la destrucción de Roma, quieren ser romanos y van a ser los transmisores de su cultura y su idea política en Occidente, particularmente en España", destaca el historiador.
Contra la versión resumida de que este pueblo de origen bárbaro llegó a la Península Ibérica de la mano de Ataúlfo en el año 415, el investigador propone un proceso mucho más largo: "Hispania era el lugar donde servían con las armas al Imperio romano, pero estaban instalados al sur de Francia, en la actual zona de Burdeos". Presionados por los francos, los visigodos comenzaron a instalarse al otro lado de los Pirineos a partir de 497. La migración masiva, sin embargo, se registró después de su derrota en la batalla de Vouillé (507).
A mediados del siglo VI, la situación de los visigodos era crítica: mientras las tropas bizantinas desembarcaban en el sureste de la costa Mediterránea, su reino se descomponía. Parecía que iban a seguir el mismo destino que los ostrogodos de Italia o los vándalos de África del Norte, pero entonces emergió Leovigildo. "Su caso nos enseña que el hombre en sí, como ser particular e individual, puede cambiar el destino de un reino", señala Soto Chica. "Tenía una energía brutal, era despiadado y un genio militar. La combinación de esos tres factores hizo que recogiera un reino en un estado muy débil y lo convirtiera en la primera potencia del mundo occidental".
Ya convertidos al cristianismo, paso que dio Recaredo, el hijo de Leovigildo, el Regnum gothorum se convirtió a principios del siglo VII en el más poderoso, culto y rico de Europa, según el autor de Los visigodos. "Hacemos muy poco hincapié en esto y es sorprendente. Mientras en la Francia merovingia o en la Inglaterra anglosajona, fuera del ámbito eclesiástico, era muy difícil encontrar a un rey, general o político que supiera leer o escribir, aquí Sisebuto, por ejemplo, uno de los monarcas, escribía poemas en perfecto latín clásico, hacía estudios astronómicos y tenía una cultura enciclopédica".
"Aquí se escribe la primera enciclopedia de la historia", continúa Soto Chica en relación a las Etimologías de San Isidoro de Sevilla. "Son un compendio de todo el saber del mundo antiguo y con ello se educó Europa a lo largo de mil años. Aquí se inicia el primer renacimiento de la cultura europea. Siempre hablamos del renacimiento carolingio, pero se nos olvida que este se apoyó sobre el visigodo del siglo VII".
¿Pero cómo un reino tan poderoso pudo caer de una manera tan fulgurante? "A partir de 680, las cosechas y la economía colapsaron por la bajada de la temperatura en tres grados y el descenso de la pluviosidad; repareció con mucha fuerza la peste bubónica, que se llevó a un tercio de la población entre ese año y 711; y se desató una división política interna espantosa: los visigodos estaban en una guerra civil en el momento en que los musulmanes comienzan sus incursiones por el sur", cierra Soto Chica. "División interna, cambio climático y pandemia. Y si a eso le sumas un imperio en expansión poderoso, vibrante, como era el califato omeya, pues estaba todo servido para un desastre".