Una pequeña colección de textos antiguos sitúa frente a la costa atlántica de Hispania el archipiélago de las Casitérides, un topónimo que hacía referencia a unas islas ricas y codiciadas en todo el Mediterráneo por sus reservas de estaño. Así lo testimonian las obras de Diodoro de Sicilia, Estrabón, Plinio el Viejo, Pomponio Mela, Claudio Ptolomeo o Cayo Julio Solino. Sin embargo, en la actualidad, la identificación tradicionalmente más aceptada para esta abundante región metalífera son las Sorlingas (islas Scilly), en Reino Unido.
Fue el historiador inglés William Candem el artífice de la reinterpretación de las fuentes grecolatinas y de la reubicación de las Casitérides. En su monumental obra Britannia, publicada en 1586, propuso por primera vez que las Islas Sorlingas tenían que ser el archipiélago frecuentado por los comerciantes fenicios del sur de la Península Ibérica. Aunque los eruditos gallegos José Cornide y Manuel Ignacio Pérez Quintero desmontaron sus argumentos a finales del siglo XVIII, la de Candem sigue siendo la versión predominante.
Y eso que la ciencia tampoco encontró pruebas que respaldasen su hipótesis. Entre 1899 y 1902, el arqueólogo George Bonsor condujo una serie de excavaciones en el archipiélago británico con el objetivo de sacar a la luz materiales que confirmasen la presencia fenicia. Su equipo no halló nada en este sentido. "Pero esta versión jamás trascendió", asegura Eduardo Ferrer Albelda, catedrático de Arqueología de la Universidad de Sevilla. "A partir del siglo XVI, desde la obra de Candem, hay una apropiación del topónimo por orgullo patrio y el prestigio que proporcionaba la aparición del actual Reino Unido en las fuentes grecolatinas".
Ahora, el proyecto La ruta de las Estrímnides. Comercio mediterráneo e interculturalidad en el noroeste de Iberia, dirigido por Ferrer Albelda y Juan Jesús Martín del Río, ha intentado resolver este debate histórico. La manipulación nacionalista realizada por los ingleses en un momento que coincidía con la creación de los estados modernos ha sido derribada por la arqueología: el estudio de los materiales cerámicos fenicio-púnicos que en las últimas décadas se han hallado en los castros gallegos de las zonas costeras evidencia el comercio entre las comunidades del suroeste y el noroeste peninsular a lo largo de la segunda mitad del I milenio a.C.
Es decir, que los comerciantes fenicios no solo surcaron el Atlántico hacia el norte, sino que lo hicieron con un claro objetivo: aprovisionarse de estaño en las famosas Casitérides, un archipiélago citado por primera vez por Heródoto y que los expertos han podido ubicar gracias a los testimonios arqueológicos documentados en el sur de Galicia, concretamente las Rías Baixas, y el norte de Portugal. "Creemos que el topónimo procede del conocimiento, directo o indirecto, por parte de los griegos de época arcaica (siglos VII-VI a.C.), de la riqueza metalífera de esta zona geográfica", la más pródiga de Europa, explica Eduardo Ferrer Albelda.
Tres fases comerciales
Los objetivos principales del proyecto eran analizar los artefactos mediterráneos descubiertos en los castros de Galicia —su origen, cronología y función— y determinar las relaciones entre fenicios y castreños desde antes de la conquista romana. Una ruta atlántica, señala el especialista en la cultura púnica, "que estuvo activa desde la segunda mitad del milenio I a.C. hasta el siglo I d.C. y que tuvo a la antigua Gadir (Cádiz) desempeñando un papel fundamental".
El estudio de estos materiales "raros" de origen fenicio-púnico hallados en castros "atípicos", como los de A Lanzada, Punta do Muiño de Vento o Toralla, todos en la provincia de Pontevedra —la investigación se amplió a más de una decena de asentamientos, también en la provincia de A Coruña—, ha permitido a los expertos establecer tres fases diferenciadas en este comercio atlántico.
La primera se extendió desde fines de siglo V hasta mediados del siglo III a.C. "Es una etapa de reestructuración de la economía y expansión del comercio gaditano hacia la periferia atlántica, tanto hacia el norte como el sur. Está fundamentada en la búsqueda de metales, sobre todo estaño, y porque los mercados de Gadir en el Mediterráneo central se cierran por el poder de Cartago", explica Ferrer Albelda. Según los registros arqueológicos y materiales cerámicos, los productos que demandaron los castreños eran vino de calidad, salazones de pescado, especialmente atún, aceite o perfumes.
¿Era el vino un producto desconocido hasta ese momento para las sociedades prerromanas del noroeste? "Probablemente el vino era conocido ya (de vid cultivada o de vid silvestre), pero ahora es cuando llegan vinos de calidad y la vajilla que los acompaña, y se convierten en productos de lujo consumidos por las élites castreñas. Sólo se dispersan por los castros costeros hasta el siglo II a.C., pero en época romana penetran hasta el interior por capilaridad, y llegan a los sitios más recónditos en época imperial", responde el catedrático de Arqueología.
Desde mediados del siglo II a.C. hasta mediados del I. a.C., la segunda fase, Gadir siguió como principal interlocutor con las comunidades castreñas, aunque los materiales desenterrados proceden de zonas más lejanas, como la Península Itálica, y transportaban, por ejemplo, buenos vinos procedentes de Campania. En la última etapa, que va de mediados del siglo I a.C. hasta época altoimperial, el comercio se vuelve a provincializar. "Aparecen productos béticos y lusitanos, del interior de la campiña de Cádiz y el valle del Guadalquivir: ánforas de aceite, algunas vajillas y terra sigillata", añade Ferrer Albelda.
La influencia de los fenicios sobre los locales del noroeste peninsular, que adoptaron vajillas mediterráneas, también la confirman las excavaciones en la zona de las Rías Baixas y la bahía de A Coruña de varios santuarios betílicos, espacios constructivos destinados al intercambio y al culto. Su ubicación en sitios muy concretos y con facilidad de atraque, como islas o pequeñas penínsulas, pudo transmitir, según creen los investigadores, la imagen de un archipiélago pródigo en estaño a los fenicios y, directa o indirectamente, a los griegos, y de ahí saltó a las fuentes romanas. La historia errante de las Casitérides parece despojarse ahora de la distorsión del inglés William Candem.