En la mañana gris del 8 de noviembre de 1936, con las ráfagas de ametralladora sonando ya a varios centenares de metros, entre las cuestas del Parque del Oeste, la Gran Vía estalló en gritos y palmas al contemplar una larga procesión de hombres de acentos extranjeros, uniformes de pana caquis y gorras cuarteleras marrones. Era la primera columna de voluntarios antifascistas extranjeros que había llegado a Madrid, "la primera brigada de lo que se convertiría en el ejército más verdaderamente internacional que el mundo haya visto desde las cruzadas", escribió el periodista neozelandés Geoffrey Cox.
Llegaban en un momento caótico, con la ciudad en manos del general Miaja después de la huida silenciosa del Gobierno republicano a Valencia, y decisivo: las tropas de Franco amenazaban con romper la línea del frente y propinar un golpe decisivo al transcurso de la guerra. Esa versión inicial de la XI Brigada Internacional, comandada por el general austrohúngaro Emilio Kléber, veterano del Ejército Rojo, estaba formada por unos 2.100 soldados cuya principal cualificación era la convicción idealista de que estaban haciendo lo correcto: oponerse al fascismo con las armas. Como sucedería a lo largo de toda la contienda, fueron enviados a la Ciudad Universitaria y a la Casa de Campo como fuerza de choque, a matar o morir.
Ese fue el primer contacto bélico de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española, el episodio inicial de una historia compleja, épica y plagada de experiencias traumáticas individuales; la unión de unos hombres —y también mujeres—, unos 35.000 en total y procedentes de más de sesenta países, en torno al sacrificio por unos ideales: el antifascismo, que no el comunismo. Sus batallas y peripecias acabarían siendo romantizada por los Hemingway, Malraux, Gellhorn y compañía; unas aventuras que han generado una auténtica avalancha de obras, más de 3.000.
Pero ninguna tan ambiciosa como la del periodista e historiador británico Giles Tremlett: Las Brigadas Internacionales. Fascismo, libertad y la Guerra Civil española, que acaba de ser publicada por Debate. "La historia completa de las Brigadas que se echaba en falta", en palabras de Paul Preston. Una ambiciosa investigación, escrita con un estilo vibrante y cargada de jugosas anécdotas y testimonios, que ha podido utilizar el archivo de las Brigadas en Moscú de forma ilimitada, y que arroja una panorámica equilibrada y profunda sobre el papel y los entresijos de los voluntarios extranjeros que combatieron a las órdenes de la Segunda República.
"Hay una tendencia de verles o como santos, que no lo fueron, o como diablos estalinistas, que tampoco. 35.000 personas dan para mucho. Es muy interesante hablar de este tema porque según qué audiencia tienes una reacción totalmente opuesta", resume Giles Tremlett, biógrafo de personajes como Catalina de Aragón o Isabel la Católica, en una conversación con este periódico. "¿Eran todos estalinistas? No. ¿Era el 50% de ellos comunistas? Sí. ¿Fue la Komintern muy importante en la organización de las Brigadas? Sí. Tenemos que intentar hacer una interpretación del conjunto que no es fácil".
Fue un ejército en extremo homogéneo, como una suerte de Frente Popular en las trincheras: había izquierdistas de todo tipo, centristas, demócratas conservadores, católicos, protestantes, ateos, judíos practicantes o no, musulmanes e incluso agnósticos. Una auténtica torre de Babel procedente de lugares tan lejanos como Siria, Turquía, Abisinia o Asia: ahí está la aventura del médico chino indonesio Tio Oen Bik. También resulta fascinante la de Oliver Law, el primer negro que estuvo al mando de estadounidenses blancos en combate.
Y toda esa diversidad la narra Tremlett con una lograda maestría y sin perder de vista el drama humano —"murieron uno de cada cinco y creo que es una estimación conservadora", dice— ni dejarse cegar por el idealismo. "El estalinismo puro y duro existió dentro de las Brigadas, pero para mí no las define", incide el historiador, citando los casos de Wilhelm Zaisser, alias general Gómez y fundador de la Stasi, y Erich Mielke, director durante tres décadas de la policía política de la RDA. Entre los brigadistas hubo además cobardes, psicópatas y violadores. "No se han mirado las veces que los propios brigadistas mataban a sus prisioneros. Esto a mí me escandaliza mucho más que su disciplina interna, aunque también es cierto que a ellos, cuando les cogían, les fusilaban sin más porque esa era la norma", añade.
Vencedores, no vencidos
¿Qué novedades ofrecen los documentos de la Komintern a la historia de los voluntarios extranjeros? "Diría que la historia grande no cambia tanto pero hay ciertas cosas que sí", responde Tremlett. "Hay más influencia del Ejército Rojo dentro de las propias filas de las Brigadas de lo que pensábamos. También vemos hasta qué punto los servicios de inteligencia militar de las Brigadas, sobre todo en Barcelona, espían a Orwell y los del POUM". También recoge una nota que revela que Hemingway desempeñó un papel protagonista en una misión tras las líneas enemigas para intentar provocar una rebelión en cierto pueblo que no se menciona. "Era muy fanfarrón, pero no creo que fuera tan fantasioso. Hay alguna verdad en ello", valora el historiador.
Tremlett aborda en su libro un fenómeno bastante desconocido: el hecho de que las Brigadas Internacionales, a pesar de su idílico nombre, estaban integradas en su mayoría por combatientes españoles —de hecho superaban numéricamente a los voluntarios extranjeros—, sobre todo en los batallones de primera línea. "Esto hace falta investigarlo y escribirlo porque no se ha hecho", lamenta. Otros interrogantes que le han quedado por resolver son las identidades de algunos asesores soviéticos, las verdaderas relaciones entre los brigadistas y los mandos superiores del Ejército republicano y descubrir más historias de los guerrilleros que por ejemplo inspiraron parte de la novela Por quien doblan las campanas.
En la introducción también lanza una reflexión llamativa: no está de acuerdo en que se incluya a los brigadistas entre los vencidos. "Hay tres guerras en las que están metidos: la Guerra Civil española, que pierden claramente; la de convencer al mundo de que es inevitable luchar con las armas al fascismo, que es lo que ven ellos en España y la que ganan cuando Hitler invade Polonia; y la tercera es contra el fascismo global: todos pelean en la II Guerra Mundial, que se gana en 1945. De tres ganan dos, los que sobreviven, claro", explica el historiador nacido en Plymouth, Inglaterra, autor también de España ante sus fantasmas.
El libro aterriza con el proyecto en ciernes de la nueva Ley de Memoria Democrática, que en su borrador incluye un artículo por el que se concederá la nacionalidad española a los brigadistas internacionales y a sus descendientes, aunque esto todavía no está claro. Tremlett recuerda que esta medida ya la aprobó el Congreso de los Diputados en 1996. De 286 votos, 284 fueron a favor y los otros dos abstenciones. Hasta el PP apoyó la propuesta. Un consenso que en 2020, espoleado por las tensiones guerracivilistas, sería imposible. Un último reconocimiento, en cualquier caso, del que solo serían testigos los dos últimos brigadistas vivos, los hermanos Almudéver, Josep y Vicent.