El cruel destino quiso que Rafael Sanzio muriese de forma inesperada y prematura el mismo día de su 37 cumpleaños, el 6 de abril de 1520. Para entonces ya era un artista divino, uno de los nombres más sobresalientes del Renacimiento; el artífice de los espectaculares frescos de las Estancias vaticanas, como La escuela de Atenas, y de lienzos hipnotizantes como La Fornarina. Pero falleció sin ver culminado uno de sus proyectos más ambiciosos: la serie de tapices destinados a rivalizar en el interior de la Capilla Sixtina con la bóveda de Miguel Ángel —la pared de El juicio final se pintaría tras el saco de Roma—.
Los diez paños, que debían representar escenas de la vida de San Pedro y San Pablo tomadas de Los Hechos de los Apóstololes, fueron un encargo del papa León X en 1514 para colocar debajo de los frescos de Botticelli, Perugino, Ghirlandaio y otros maestros del Quattrocento. Rafael pintó los diez cartones a la acuarela y al temple —hoy se conservan en el Victoria and Albert Museum gracias a una genialidad de Rubens— y, a mediados de 1516, estos bocetos se enviaron a Bruselas para ser tejidos en la prestigiosa manufactura de Pieter van Aelst. Le pagaron mil ducados de oro, el mismo importe que cada una de las telas.
Los siete primeros tapices se expusieron en la capilla vaticana el 26 de diciembre de 1519. Su monumentalidad, las ilusiones de profundidad y la plasticidad de las figuras causaron una admiración gigantesca. Además de ser inmortalizados como la "piú bella cosa" del mundo, los paños de Rafael prendieron los deseos de los principales monarcas europeos: Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra encargaron nuevas reediciones de la serie para sus tesoros; también Felipe II, educado en las corrientes renacentistas, quiso hacerse con las composiciones rafaelescas y utilizarlas en los actos solemnes y litúrgicos de la corte hispánica en el Alcázar de Madrid.
La serie filipina, realizada en la manufactura de Jan van Tieghem y adquirida en Amberes por el todavía príncipe entre 1549 y 1555, fechas de sus dos viajes a los Países Bajos, se expone ahora al público por primera vez en el Palacio Real. La muestra Rafael en Palacio. Tapices para Felipe II, organizada por Patrimonio Nacional hasta el próximo abril, reúne nueve telas idénticas —la décima se descartó de las reediciones por su menor tamaño— a los que ingenió el célebre artista para la Capilla Sixtina. Los originales se mostraron el pasado mes de febrero y durante una semana en el sancta sanctorum del Vaticano, pero esta es la colección de mayor calidad entre las conservadas en la actualidad, por delante de la destinada a la basílica palatina de Mantua (Italia).
"Rafael no hizo más que esta serie de tapices y es totalmente excepcional. Marcó un antes y un después en el arte de la tapicería, donde introdujo el Renacimiento", destaca Concha Herrero Carretero, comisaria de la exposición, que supone el colofón a la celebración internacional del quinto aniversario de la muerte del "príncipe de los pintores". Las obras, que sobrevivieron al incendio del Alcázar en 1734, se han utilizado durante los últimos siglos para actos ceremoniales de la Corona Borbónica, pero nunca se habían podido contemplar de forma íntegra en su conjunto. Y la serie de Felipe II tiene todavía más valor descubriendo el aciago destino de sus homólogas: la de Francisco I fue reducida a cenizas durante la Revolución francesa y la de Enrique VIII, que acabó en Berlín, fue destruida durante los bombardeos aliados de 1945.
Seda y lana
La colección del rey Prudente, que se puede ver desde este viernes en el Palacio Real, engloba dos ciclos narrativos: uno de cuatro tapices dedicado a la figura de San Pedro, príncipe de los apóstoles y vicario de Cristo, que recoge varios de sus milagros y dos acciones registradas en el mar de Tiberíades, como La pesca milagrosa; y otro de cinco centrado en la misión de San Pablo como apóstol de los gentiles, que hablan de su conversión a gran predicador tras perseguir a los cristianos. En el último, La predicación de San Pablo en el areópago de Atenas, Rafael homenajeó a sus mecenas, el pontífice León X y el humanista y bibliotecario Janus Lascaris, incorporados entre los filósofos asistentes al debate.
A pesar de ser realizados con sedas y lanas —la serie princeps, la de la Capilla Sixtina, se hizo con hilos metálicos para resaltar la magnificencia y riqueza—, los tapiceros bruselenses lograron ricas y variadas calidades táctiles y cromáticas. Incluso esto ha favorecido su mejor conservación, como se aprecia en la comparación del brillo de la coraza del San Pablo militar romano: la plata, empleada en el original, se ha oxidado. Todas las obras, que tienen las cualidades de las mejores pinturas, arrojan matices sensacionales tanto a nivel paisajístico como sobre las figuras humanas y refuerzan la unicidad rafaelesca a lo grande: las telas oscilan entre los cinco y site metros de alto.
En algunos de los paños, como La curación del paralítico o La muerte de Ananías, se identifica a la perfección el lenguaje miguelangelesco que utilizó Rafael, con figuras grandilocuentes de músculos exageradamente definidos y voluminosos. "No había tanta rivalidad entre ellos como se dice", asegura Carmen García Frías, conservadora de Pintura de Patrimonio Nacional y experta en la obra y vida del autor de La escuela de Atenas. "Miguel Ángel fue un genio complicado, de difícil trato; y Rafael el gran asimilador de tendencias, un artista muy moderno, el pintor que más influencia va a dejar en la historia del arte".
Las novedosas y precursoras composiciones tuvieron un enorme protagonismo en el ceremonial cortesano del Alcázar madrileño. La Historia de los Apóstoles, que aparece citada por primera vez en el inventario post mortem de Felipe II, fue destinada a la Capilla Real como parte esencial de los rituales litúrgicos por su secuencia narrativa y su contenido doctrinal. Se salvó del fuego que consumió grandes joyas del patrimonio español y ha sobrevivido sin hacer demasiado ruido entre actos oficiales y los almacenes de Patrimonio Nacional. Ahora, al fin, los tapices se muestran en todo su esplendor.