Ludwig van Beethoven, uno de los mayores compositores de todos los tiempos, fue también un genio errático, con una vida desordenada y de profundos baches; un hombre marcado por un tormento irresoluble. Así se lo confesó a sus dos hermanos en una carta redactada en 1802 y que no se hallaría hasta después de su muerte: "Debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, me atenaza enseguida una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado".
El músico alemán, nacido en Bronn hace exactamente 250 años, el 16 de diciembre de 1770 —se presupone esa fecha, ya que fue bautizado el día 17, aunque no se sabe con exactitud—, temblaba por una sordera que llevaba varios años agravándose. "Cómo admitir la debilidad de un sentido que tiene para mí un valor mucho más alto que para cualquier otro, un sentido que yo había poseído en la más alta perfección no igualada por ninguno de mis colegas (...) Tales circunstancias me han llevado al borde de la desesperación, y en más de una ocasión he pensado en poner fin a mi vida", reconoció.
Así se registraron situaciones tragicómicas, como la del concierto de 1824 en el Teatro Imperial de Viena. Beethoven, que llevaba más de una década sin subirse a un escenario, presentaba ante lo más selecto y culto de la sociedad austriaca su Novena Sinfonía, un canto a la fraternidad universal. Al final de la pieza, la ovación fue atronadora, pero el compositor, de espaldas al público, siguió gesticulando en dirección a los músicos. Tuvo que aparecer una solista para darle la vuelta y hacerle ver el éxito de su última obra maestra.
Beethoven, un hijo de la Europa convulsa de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas, no solo se consagró durante su carrera como sucesor de Hayden y Mozart —su padre, un músico y cantante con problemas con el alcohol quería que Ludwig siguiese sus pasos—, sino que innovó y revolucionó todos los géneros musicales en los que se adentró. Se instaló en Viena, la capital del Imperio austrohúngaro, en 1792, y rápidamente sus dotes al piano y como escritor de partituras le propulsaron a la fama internacional. Pronto sería alabado como el mayor compositor vivo de todo el continente.
Sin embargo, eso no fue sinónimo de tranquilidad en la vida de Beethoven. Laura Tunbridge, profesora de música de la Universidad de Oxford y autora Beethoven: A Life in 9 Pieces, la última biografía sobre el compositor, cuenta que en los 35 años que residió en Viena, vivió en más de 60 apartamentos diferentes. Una inseguridad constante que también se palpa en las relaciones que el genio tuvo con otros artistas y mecenas, con quienes se peleaba y a quienes trataba de forma irascible, incluso aunque fuesen sus seguidores más leales.
Otro de los episodios más oscuros de la biografía del autor de Fidelio es la batalla legal por hacerse con la tutoría de su sobrino Karl tras la muerte de su hermano Kaspar en 1815. Tardaría cinco años en lograr la custodia, y entremedias mantendría una terrible guerra con su cuñada, a quien llegaría a acusar públicamente de ser una prostituta, según relata Tunbridge en su obra.
Enfermo perpetuo
Beethoven fue un genio trágico, amordazado por numerosos dolores y patologías, que falleció sin poder escuchar su música. "Estoy (...) casi constantemente enfermo", se quejaba en 1813. Padeció jaquecas de forma habitual, dolencias pulmonares, reumatismo, gota, pérdida de visión, neumonía, ictericia, diarrea crónica, cólicos, ascitis y así hasta que en 1827, aquejado de falta de higiene, una cirrosis hepática lo empujó a la tumba. El forense que le realizó la autopsia descubrió un abdomen inflamado y un hígado renegrido, posibles efectos de un exceso de alcohol.
Pero lo que le afectó profundamente fue la citada sordera, una incapacidad cuyos efectos y ataduras se multiplican en el caso de un músico. El oído de Beethoven registró un continuo declive auditivo a lo largo de sus últimas tres décadas. Se dice que al final de su vida podía discernir todavía algún sonido, pero al menos desde 1818 ya le costaba enormemente distinguir lo que decía la gente, y empezó a pedir que se dirigieran a él a través de preguntas y comentarios escritos.
Los audífonos eran algo impensable a principios del siglo XIX, pero sí se habían ingeniado otros utensilios que permitieron a Beethoven sentir con mayor intensidad las vibraciones de los instrumentos cuando los tocaba y alcanzar una sensación más física de su música. Uno de estos objetos fue una trompetilla que se colgaba de la cabeza y, apoyada en el piano, le transmitía esos sonidos trémulos.
La sordera convirtió a Beethoven en una persona malhumorada y de difícil trato, pero de esa privación en la capacidad de escuchar las notas y las palabras también brotó la solemnidad de su música. Incluso su mejor e irrepetible música.