El mayor legado que dejó Luis II (o Ludwig II) a los alemanes fue una de las construcciones más famosas del país. Romántico empedernido, ordenó la edificación de hermosos castillos que sin duda eran y son dignos de admirar. El de Neuschwanstein es el más conocido de todos.
Su pasión por el movimiento del Romanticismo también le llevó a ser una persona alejada del mundo real, introvertido y ajeno a la realidad de su país. Solía cenar acompañado de estatuas de monarcas anteriores porque no le gustaba comer con personas y representaba escenas de las óperas románticas de Richard Wagner con su fiel amigo Paul Maximilian Lamoral de Thurn und Taxis.
Ambos cabalgaban juntos y leían poesía en voz alta y pronto se empezó a especular sobre su posible homosexualidad. Su amigo terminó apartándose de él y Luis inició una nueva relación de amistad con su prima Isabel de Baviera, más conocida como Sissi.
Era aficionada a la equitación y amante de los animales —llegó a tener en palacio todo tipo de especies exóticas—. Conocía, al igual que su primo, los clásicos griegos. No obstante, había algo que les diferenciaba. A Luis II le interesaba la política.
Sexo y guerra
Pese a que pudiera parecer contradictorio, el aparentemente débil monarca estaba interesado en el arte de la guerra. Su interés por el nostálgico pasado le empujó a intentar unificar los estados alemanes y desde que fuera coronado rey de Baviera a los 18 años trató de gobernar con tintes absolutistas.
Mediante una alianza con Austria, se enfrentó Prusia en lo que sería conocido como la guerra de las Siete Semanas. Sin embargo, desde el principio de la contienda Prusia jugaba con ventaja y la alianza de Hannover, Austria, Baviera y Sajonia, entre muchos, fue incapaz de derrotar a una Prusia comandada por Otto von Bismarck.
Esta derrota militar de Luis II en 1866 acompañaría a la sensación de derrota personal con la que lidió toda su vida. Y es que el monarca, pese a ser homosexual, sera un ferviente católico. De hecho, en sus diarios personales trataba sus angustias y pensamientos acerca de este dilema que le alejaba de dios.
De su atracción por los hombres y sus amoríos poco se sabe, ya que estos diarios se extraviaron durante la Segunda Guerra Mundial. De todos modos, todavía existen copias de escritos hechos antes de la guerra y a día de hoy sabemos que mantuvo relaciones con la estrella de teatro húngara Josef Kainz o el principal caballerizo de la casa real, Richard Hornig.
Asimismo, el psiquiatra y escritor Heinz Häfner asegura en su libro Ein König wird beseitigt: Ludwig II von Bayern (Un rey es liquidado: Luis II de Baviera) que Luis II se acostaba con sus propios soldados. Utilizaba su posición como rey para tales episodios sexuales recurrentes, y si los soldados se negaban por algún casual, este les obligaba en contra de su voluntad.
La afirmación de Häfner resulta polémica entre los historiadores y fanáticos de la monarquía bávara. "El rey era demasiado católico para abusar de sus subordinados", respondía en su momento el presidente de una asociación monárquica alemana.
Häfner, por su parte, se mantiene firme y alega que hay cartas que el rey ordenó prender fuego -y que nunca se quemaron- que evidencian sus palabras. Así, el rey vivió sus últimos años de vida recluido en sus castillos, utilizando su poder para satisfacer sus deseos sexuales, los mismos que posteriormente le quitaban el sueño.
Falleció el 13 de junio de 1886, después de que los médicos afirmaran que estaba incapacitado para reinar. Aquel último atardecer dio un paseo por el lago de Starnberg, donde se adentró para quitarse la vida y morir ahogado. Fue así como pudo terminar con sus tormentos.