Pierre Paris, profesor de Arqueología y de Historia del Arte de la Universidad de Burdeos, había cerrado la compra "soñada". Tras varios años de viajes profesionales por España estudiando sus reliquias patrimoniales, en agosto de 1897 recibió el aviso del hallazgo de un exquisito busto ibérico en el yacimiento de La Alcudia. La pieza, que él mismo bautizó como la Dama de Elche —los ilicitanos la llamaron al principio Reina Mora—, había sido descubierta el día 4 de forma casual por un muchacho durante unas labores agrícolas. El 30 del mismo mes, la famosa escultura emprendía su ruta hacia el Museo del Louvre tras cerrarse su venta por 4.000 francos, que al cambio de aquella fecha se tradujeron en 5.200 pesetas.
Cuando el arqueólogo galo, pertrechado con paquetes de algodón hidrófilo y cajones de madera, se presentó esa misma jornada en la casa del doctor Manuel Campello, propietario de los terrenos donde se encontró el busto, el notable médico ilicitano se quedó asombrado, pensativo y pesaroso por el desenlace de la operación. Tan magnos preparativos delataban el gran valor de la pieza, "la obra indígena más bella encontrada en España", según Paris. "¿Acepta usted?", se supone que le dijo el francés; a lo que Campello respondió, tratando de sacudirse algún gramo de responsabilidad: "Es muy poco, pero si mi mujer consiente...".
Se refería a Asunción Ibarra, hija de Aureliano Ibarra, director de extensas excavaciones en los yacimientos de La Alcudia y Algorós y quien le habría legado una colección de antigüedades con una misión: venderla al Museo Arqueológico Nacional. Una comisión de la institución estatal tasó en 1891 el material arqueológico en 7.500 pesetas, que debían abonarse en seis plazos trimestrales. Pero cuando se descubrió la Dama de Elche, el MAN seguía sin cumplir el contrato estipulado. Y Pierre París llamó a la puerta del doctor Campello con el metálico sonándole en el bolsillo.
Un dinero, que por cierto, tuvo que hacer piruetas para reunir, como relata Rafael Ramos Fernández, arqueólogo y miembro de la Real Academia de la Historia, en su libro recién publicado La Dama de Elche: hallazgo, arqueología e historia (Almuzara). El Louvre no disponía en ese momento de los 4.000 francos. Paris tuvo que pedirle un préstamo a su padre mientras el Departamento de Antigüedades Orientales del museo iniciaba gestiones para encontrar a un particular que asumiese el desembolso y la posterior donación, que finalmente correría a cargo del banquero Noël Bardac. Todo en poco más de una semana para que el doctor Campello no cambiase de opinión.
La salida del busto, que había estado expuesta en el balcón de la casa del médico, conmocionó al pueblo ilicitano y a una España que se recuperaba del asesinato de Cánovas del Castillo y que se estremecía por las noticias sobre la Guerra de Cuba. Uno de los que mejor reflejaron este abatimiento fue otro Ibarra, Pedro Ibarra Ruiz, arqueólogo y archivero municipal de Elche. "¿Acaso porque un hombre no tenga afición a estas cosas no se le puede impedir, en nombre de la cultura pública, en nombre de la historia patria, cuya hermosa página debe ilustrar un día, no se le puede impedir el que venda éste al extranjero?", se lamentaría más tarde.
Curiosamente, este hombre había sido el informante de Pierre Paris, el que le había notificado el descubrimiento de la Dama de Elche. Pero Ibarra Ruiz escribió a otros académicos españoles y extranjeros y a instituciones como la Real Academia de la Historia, a quien envió una misiva fechada el 10 de agosto. Le contestaron que su "carta y la fotografía del objeto descubierto han pasado a examen de la Comisión de Antigüedades de este Cuerpo literario". Una respuesta firmada el 4 de octubre de 1897 (!), cuando la joya ibérica ya estaba en Francia. Las vacaciones se habían alargado demasiado...
El regreso
El libro de Rafael Ramos, uno de los grandes expertos en la Dama de Elche, sobre la que se han publicado numerosos estudios, recoge todas las interpretaciones y significados posibles de la escultura, fechada entre los últimos años del siglo V a.C. y principios del IV a.C. y elaborada en piedra procedente de las canteras de la zona ilicitana. El busto o herma, al que en una fase previa a la Segunda Guerra Púnica se le practicó un vaciado dorsal en el que fueron depositados los restos cremados de un difunto, convirtiéndose en estatua-urna, representa, según el arqueólogo, "la ambigüedad, es la propia diosa en el cuerpo físico de su sacerdotisa, es una mujer y, al mismo tiempo, es la divinidad".
El pasado 8 de febrero se cumplieron ocho décadas del regreso de la Dama de Elche a España. Fue un hito propagandístico para la dictadura ejecutado a través de un "intercambio" con Francia, aunque se trató más bien de una argucia del Gobierno de Franco aprovechándose de la débil posición del país vecino provocada por la II Guerra Mundial y la ocupación nazi. El desenlace de esas "negociaciones", por las que también volvieron la Inmaculada de Murillo o las coronas visigodas de Guarrazar, desembocó en la ruptura de las relaciones institucionales del Museo del Louvre con el Estado español hasta 1965, como relatan Lucía Martínez y Cédric Druat en su obra El retorno de la Dama de Elche (Alianza).
Una de las claves del proceso se encuentra en la Casa de Velázquez, fundada precisamente por Pierre Paris en 1920. La institución francesa, situada en pleno frente de la Ciudad Universitaria, quedó destruida por la Guerra Civil. "Francia estaba obligada a hacer concesiones a España como medio de obtener autorización del Gobierno español para reedificar y volver a ocupar" el edificio, apunta Rafael Ramos. Y el Louvre poseía una gran colección de piezas arqueológicas hispanas, muchas adquiridas de forma legal: a través de compras, donaciones o excavaciones permitidas por las autoridades.
La reunión en la que se encarriló la operación tuvo lugar el 12 de octubre de 1940 en el propio museo parisino. Los delegados españoles —entre los que se encontraba José María Sert, agregado en la embajada en París y uno de los participantes en la salida de los cuadros del Museo del Prado— propuso el intercambio de la Dama de Elche, la Inmaculada y los tesoros de Guarrazar por una copia del Retrato de doña Mariana de Austria de Velázquez, una pintura de El Greco y la tienda de campaña de Francisco I, la llamada tienda del paño de oro, incautada por las tropas de Carlos V en la batalla de Pavía (1525), expuesta en la Real Armería y que para Francia era un patrimonio histórico de primer nivel.
El mariscal Pétain, antiguo embajador galo en Madrid, jugó un papel fundamental en esas comunicaciones, que se agilizaron de forma vertiginosa. La obra de Murillo, de hecho, llegó a la capital española antes del 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. "La explicación para aquella precipitación" del Gobierno de Vichy, señala Rafael Ramos, se debía a la necesidad de "agradecer a Franco su neutralidad en la guerra y lograr del Gobierno español la necesaria autorización para poder restaurar y recuperar la Casa de Velázquez".
La Dama de Elche, que había sido resguardada en el castillo de Chèverny, al sur de París, tras el estallido de la contienda mundial, salió hacia Montauban el 1 de diciembre. El regreso a España se ponía en marcha. El 27 de junio de 1941 se exhibió oficialmente en el Museo del Prado —el busto no ingresó en el Museo Arqueológico Nacional, donde se puede ver en la actualidad, hasta 1971—. Se trataba de una "conquista nacional y arqueológica", en palabras del escritor falangista Ernesto Giménez Caballero.
Ese mismo día se firmó el acta de las obras de arte que España entregaba a Francia en función de la reciprocidad del intercambio: la copia del citado Velázquez —"¡Pero que los españoles me perdonen! Yo elegí para el Louvre la mejor", presumió absurdamente un conservador del museo parisino—, uno de los retratos de Antonio de Covarrubias pintado por El Greco, la tapicería realizada sobre cartones de Goya La riña en la Venta Nueva y 19 dibujos del siglo XVI de Antonio Carón. La tienda de Francisco I, la única demanda gala, no se atendió.
La paradoja de esta historia es que ambos países, en ese trayecto de ida y vuelta de la Dama de Elche, estipularon leyes de protección del patrimonio artístico y arqueológico. La venta de la escultura íbera prohibió la exportación de antigüedades en España y embrionó la Ley de Excavaciones Arqueológicas, aunque no sería aprobada hasta el 1 de marzo de 1912 por Real Decreto. En Francia surgieron la Ley de 23 de junio de 1941 que impedía la exportación de obras de arte y la Ley de 27 de septiembre del mismo año que regulaba las excavaciones arqueológicas. Un episodio más que refleja la politización del arte a lo largo de la historia.