A finales del siglo I a.C., en el marco de las guerras cántabras, las legiones de Octavio Augusto, probablemente dirigidas por el emperador en persona desde un enorme campamento de campaña aledaño, asediaron y arrasaron Monte Bernorio (Pomar de Valdivia, Palencia), una de las ciudades fortificadas de la Edad del Hierro más importantes del cantábrico. Tras destruir sistemáticamente el oppidum, las tropas romanas construyeron en lo alto de la montaña un fuerte (castellum) que tendría una larga ocupación y continuaron con la conquista del norte peninsular.
Dos mil años más tarde, durante la Guerra Civil española, Monte Bernorio volvió a ser escenario del choque entre dos ejércitos que pugnaron ferozmente por hacerse con el control de una posición estratégica clave para dominar la zona y sus comunicaciones. Las puntas de flecha, los pilum, los bolaños de piedra y los proyectiles catapultarios romanos evolucionaron hacia un armamento más mortífero, como las balas de los fusiles Mauser o la metralla de la artillería y de las bombas arrojadas desde el aire por la aviación. Ambos episodios bélicos han sido reconstruidos gracias a la arqueología.
Desde 2004, los investigadores del Instituto Monte Bernorio de Estudios de la Antigüedad del Cantábrico (IMBEAC) han documentado el violento final del castro cántabro, excavado por primera vez a finales del siglo XIX. El problema es que ese desolador paisaje provocado por la maquinaria del Imperio romano no se ha mantenido intacto hasta la actualidad: ha tenido que enfrentarse al continuo expolio de los furtivos y a una nueva guerra que reutilizó y alteró el sitio en gran medida.
Precisamente el papel que desempeñó Monte Bernorio en la contienda civil española, abordado desde un punto de vista arqueológico y los hallazgos materiales, es el objeto de estudio de un nuevo artículo científico publicado en la revista International Journal of Historical Archaeology bajo el título de Conflict on the Northern Front: Archaeological Perspectives on the Spanish Civil War at Monte Bernorio, Palencia, Spain. Los firmantes son los investigadores del IMBEAC Jesús F. Torres-Martínez y Manuel Fernández-Götz, la arqueóloga Alicia Fernández-Tórtoles y el arqueólogo Antxoka Martínez-Velasco.
Punto estratégico
El Ejército republicano se hizo con el control de Monte Bernorio el 10 de octubre de 1936 y encargó su defensa al batallón Malumbres, un grupo de milicianos sin experiencia de combate y pobremente entrenado. Las tropas sublevadas, que conocían la importancia estratégica de la montaña para dominar el frente —durante la contienda fue visitada por varios generales, entre ellos Francisco Franco— y corregir los disparos de la artillería, lanzaron un contrataque y la reconquistaron en la neblinosa y fría mañana del día 16. Hasta el verano de 1937, cuando se rompió el Frente Norte, resistirían todas las acometidas enemigas.
Los soldados rebeldes, separados por unos 600 metros de las posiciones republicanas, tuvieron que construir toda la línea de trincheras y los búnkers —documentados también con fotografía aérea— amparados en la oscuridad de la noche para esquivar los ataques de la artillería y de la aviación republicana, que entonces disfrutaba de una aplastante superioridad. Este denso sistema defensivo protegía la ladera norte de Monte Bernorio —el asalto romano se había registrado por la vertiente sur— y se aprovechó del trazado y los vestigios de la muralla de la Edad del Hierro. Una guerra borrando de la historia las evidencias de otra. "Cuando excavamos el yacimiento, constantemente encontramos objetos de las dos épocas juntos", apuntan los investigadores.
En el extremo este del cerro, la parte más pronunciada y más expuesta al fuego republicano, los franquistas erigieron un búnker con una planta inusual en forma de espiral —y con las piedras de la muralla cántabra— que bautizaron con el nombre de "parapeto de la muerte" por motivos evidentes. El recluta E. García, del pueblo vecino de Néstar, dejó constancia de la dureza de los constantes intercambios de fuego y de las enormes dificultades para establecer cualquier defensa: "Durante el día pasábamos todo el tiempo en la trinchera, en silencio y sin movernos. Cada soldado estaba separado del siguiente por cuatro o cinco metros, así que apenas hablábamos. Si alguien levantaba la cabeza, nos disparaban de inmediato".
Los trabajos de investigación de Wifredo Román Ibáñez y otros historiadores sobre la Guerra Civil en la Montaña Palentina han sido de gran ayuda al equipo de arqueólogos para poder relacionar los distintos espacios identificados con los acontecimientos allí vividos.
Los investigadores del IMBEAC han hallado numerosos restos que testimonian el fuego recibido por los defensores de Monte Bernorio: cargadores para rifles de cerrojo tipo Mauser, cartuchos y balas; metralla de granadas de mano defensivas y ofensivas, especialmente del tipo Laffite; y metralla de proyectiles de artillería y bombas de aviación que causaron numerosas bajas, sobre todo durante los trabajos de fortificación. También se han documentado objetos que relatan la vida diaria y la dieta de los militares: restos de botas y correajes, tenedores modificados para llevar en las guerreras y latas que contenían sardinas, pimientos, algo de carne, leche condensada y otros alimentos procesados que se repartían con pan. Cuando las condiciones bélicas lo permitían, podían calentarse con algún guiso de garbanzos, alubias o lentejas.
Esas raciones, para las que había que hacer cola al aire libre, bajo la lluvia o el fuego enemigo, se preparaban en las cocinas, ubicadas en la retaguardia del monte —tiene una extensión total de 28 hectáreas—, junto a otras infraestructuras como las letrinas, los barracones de descanso y los almacenes de la munición. "Todas eran construcciones semisubterráneas que estaban conectadas por una línea de trincheras de servicio", detallan los investigadores en el estudio. Fueron levantadas con piedra y sacos de arena y con postes de madera sujetaban los techos de láminas de fibrocemento (uralita) cubiertos con tierra y tapines, piedras y más sacos de arena.
Explosión de municiones
Los dos edificios rectangulares para el descanso de la tropa, cuyos números oscilaron entre 160 y 300 combatientes, se situaron en las partes oeste y este de Monte Bernorio. Este último tenía tres accesos y conserva los restos de al menos una rudimentaria estufa así como varios soportes para las vigas verticales que sostenían el bajo techo —los testigos aseguran que para un hombre de estatura normal era difícil mantenerse erguido—. La posición franquista se abastecía de refuerzos y suministros gracias a una pista de tierra abierta en la ladera sur de la montaña y que conectaba con el pueblo de Villarén.
En el sector oeste de Monte Bernorio todavía es distinguible la intrincada línea de trincheras y un gran número de pequeños cobertizos, los "chamizos". Aquí levantaron los romanos el fuerte después de destruir el oppidum y una torre en el punto más alto. En la Guerra Civil se vació parcialmente el interior de los restos que se conservaban de esa antigua estructura para construir un pequeño pero robusto almacén en el que guardar la munición. A pesar de las protecciones, un proyectil republicano penetró en su interior, provocando la explosión de unos 11.000 cartuchos de fusil y granadas de mano. El suceso se saldó con un importante número de bajas.
"El trabajo arqueológico realizado durante los últimos años, junto al análisis de la documentación escrita, nos han permitido reconstruir no solo el 'gran cuadro' de los acontecimientos militares, sino también muchos aspectos diarios de la vida de los soldados de los dos bandos del conflicto", concluyen los investigadores. "Por lo tanto, la arqueología puede ayudar a proporcionar un enfoque más 'de abajo hacia arriba', conectando la macrohistoria de la guerra con la microhistoria de los combatientes en un sitio específico". Monte Bernorio, el yacimiento donde se funde el rastro de las legiones romanas de Augusto con la Guerra Civil.