La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520 ocurrió la primera y única derrota de las tropas Hernán Cortés a manos del ejército mexica en México-Tenochtitlán. La leyenda cuenta que esa fue la Noche Triste en la que el conquistador lloró el aciago resultado frente a un árbol, un añejo ahuehuete ubicado en la calzada a Tacuba, en la Ciudad de México.
Lo que a menudo se obvia es que tanto en aquella derrota como en la victoria posterior —el 13 de agosto de 1521 tomaron Tenochtitlán definitivamente—, es la presencia de aliados nativos en las campañas de los españoles. Cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo y desplegaron su poderío por las tierras americanas, se presupone que fue su ventaja armamentística y técnica la que consiguió someter a los cientos de miles de habitantes que poblaban América. La realidad fue otra totalmente distinta. Para derrotar al poderoso Imperio azteca los españoles tuvieron que recurrir a distintos pueblos indígenas, que fueron claves en la victoria de los europeos.
¿Fue realmente solo el pequeño grupo de valientes españoles el que triunfó en su heroica lucha frente a la superioridad de sus enemigos? ¿No hubo también otros factores decisivos? Esta misma cuestión es la que se pregunta Stefan Rinke en su reciente obra, Conquistadores y aztecas. Cortés y la conquista de México (Edaf). Doctor en Historia por la Universidad Católica de Eiochtätt, explica en su ensayo que los españoles no solo se sirvieron de la ayuda de algunos indígenas, sino que también tenían aliados que pertenecían a diferentes grupos étnicos que perseguían y trataban de lograr sus propios objetivos.
Cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, las distintas ciudades estado luchaban entre ellas por la hegemonía del territorio. Los hombres de Carlos V no terminaron con aquella dinámica precolombina, sino que formaron parte de ella. "Dado que los españoles recurrieron a las mismas estrategias, los indígenas pudieron aceptarlas porque estaban familiarizados con tales procedimientos", narra el autor.
Llegan a Tenochtitlán
El primer contacto entre Hernán Cortés y Moctezuma, tlatoani de los mexicas, se dio en la entrada del primero en la capital del Imperio azteca. Grandes construcciones se elevaban hacia el cielo y los europeos observaban atónitos aquella enorme urbe. Sin embargo, no estaban solos. "Cortés y sus oficiales de más alta graduación cerraban a caballo el grupo de los españoles. Los últimos en aparecer fueron los aliados indígenas, algunos de los cuales iban armados, otros cargados o tirando de los cañones, y lanzaban salvajes gritos de guerra", relata Rinke.
Cortés y sus hombres habían entendido las luchas internas entre los pueblos americanos, y negociaron con ellos para tejer alianzas y poder enfrentarse a enemigos superiores. De hecho, gracias a los tlaxcaltecas y sus advertencias, conocieron de primera mano las amenazas de los aztecas. Este grupo, que acompañó a los conquistadores hasta Tenochtitlán, tenía su propia autonomía y forma de proceder. En un conflicto interno entre españoles, que dio lugar a una lucha entre el ejército de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez, los tlaxcaltecas se negaron a apoyar al extremeño porque no deseaban luchar contra españoles.
Permanecieron, junto a la guarnición que se mantuvo en Tenochtitlán, a la espera de la llegada de Cortés. Allí instigaron a los europeos a estar alerta, puesto que creían que los mexicas tratarían de sublevarse para sacrificarlos a través de sus rituales. Según el historiador Fernando de Alva Ixtlilxóchit, los aliados americanos buscaban difundir este rumor entre los europeos para que diera comienzo la batalla.
Lo cierto es que el levantamiento azteca era inminente, y aunque el conquistador llegó a tiempo, después de saldar sus cuentas con Narváez, fueron derrotados por primera y última vez. En resumen, pese a la ayuda de los tlaxcaltecas, los mexicas eran superiores: "A los españoles les parecía que por cada guerrero azteca que caía había dos nuevos en el campo de batalla".
En la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520 se fraguó la huida de la ciudad. Improvisaron un puente inestable sobre uno de los canales y cundió el caos. Mientras los aztecas atacaban por todas partes, en el bando de Cortés aquello era un sálvese quien pueda. "Muchos españoles se ahogaron arrastrados por el peso del oro. Los tlaxcaltecas, que habían asumido el ingrato papel de retaguardia, fueron aniquilados casi por completo", asegura Stefan Rinke. Murieron cientos de españoles y miles de aliados nativos.
Conquista final
Ante esta debacle, que sumió a Hernán Cortés en una breve depresión, todo indicaba que los españoles no podrían tumbar al Imperio azteca. En su retirada se encontraron con el pueblo de los tepanecas, quienes no dudaron en ayudar a los españoles malheridos, haciendo caso omiso al llamamiento de los mexicas para aniquilarlos por completo.
Había que prepararse para retomar Tenochtitlán y tras haber descansado gracias al buen hacer de los nativos, se organizaron para la batalla final. Los tlaxcaltecas querían asimismo vengar a sus caídos, por lo que invitaron a los españoles a descansar en sus tierras. "Los supervivientes sabían muy bien que sin la ayuda de los tlaxcaltecas no tenían nada que hacer", escribe el doctor en Historia.
Poco a poco, Cortés y sus hombres recuperaron la fe en la victoria definitiva y lograron alianzas con distintas ciudades mesoamericanas. Para diciembre de 1520, había 40 jinetes, 550 infantes, entre ellos 80 ballesteros y arcabuces, 10 cañones pequeños y alrededor de 10.000 guerreros indígenas, principalmente de Tlaxcala, pero también de Huexotzinco, Cholula y Tepeyac. Así, en agosto de 1521, la eterna Tenochtitlán sucumbió.
"Suponiendo que los españoles hubieran perdido alrededor de la mitad de sus soldados desde su llegada a Mesoamérica, sus bajas quizás llegaran a los mil hombres. Sin duda fue una gran pérdida, pero palidece en comparación con los miles y miles de guerreros y civiles indígenas que dejaron la vida en los campos de batalla junto a los europeos", concluye Stefan Rinke.
El autor opina que en agosto de 1521 los verdaderos triunfadores fueron los indígenas y no los españoles. Los primeros se encontraban ante un nuevo orden sin el Imperio azteca; los segundos tan solo habían ocupado una urbe en ruinas. Sería con el paso del tiempo y la llegada de más españoles con intención de explotar los recursos americanos lo que inclinaría la balanza a favor de unos conquistadores insaciables.