La ciudad de Toledo aún guarda tras los históricos monumentos de su corazón arquitectónico los recuerdos de la revolución comunera. De igual manera lo hacen Salamanca, Palencia y demás núcleos urbanos donde triunfó la revuelta. Pero es en esta urbe manchega, antigua capital visigoda y cuna de una civilización de tres creencias, donde el escritor Lorenzo Silva presenta su nuevo libro: Castellano (Destino).
Recibe una horda de periodistas bajo un sol de mayo que parece haber venido para quedarse. Toledo irradia calor y pasado. El escritor de La flaqueza del bolchevique y La marca del meridiano inicia en el Monasterio de San Juan de los Reyes la obra que aúna reflexiones personales con lo acontecido hace exactamente 500 años. Recoge y sintetiza "con la mayor integridad posible unos hechos que revelan el carácter de un pueblo —el castellano— y fueron determinantes en la constitución de otro —el español—".
Fueron los antepasados de las actuales Castillas quienes en 1520 y 1521 alzaron la voz contra un monarca extranjero que antepuso los intereses extrafronterizos a los de la vasta tierra sobre la que debía reinar. Era en el mismo monasterio que hoy sigue en pie en Toledo donde un eclesiástico franciscano predicaba contra Carlos V. "¡Viva el pueblo!", gritaba la muchedumbre toledana en sus estrechas e inclinadas calles. Pronto, la palabra "libertad" se convertiría en el lema de aquellos insurrectos que rechazaban los impuestos del rey y su planteamiento de saqueo de los pueblos castellanos.
Figuras como Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado, Antonio de Acuña o María Pacheco lideraron la Guerra de las Comunidades, donde exigían que la soberanía del reino estuviera por encima de cualquier aspiración al trono. Lejos de la Revolución francesa, en nuestra tierra ya se hablaba de una nueva constitución política del sistema.
Salar la tierra
La juventud de Carlos V y su sed de venganza le llevó a actuar con extrema virulencia contra los rebeldes. La llama que había prendido en las distintas ciudades de la Península Ibérica brilló con fuerza durante varios meses, pero se apagó el 23 de abril de 1521. En esa marcada fecha, las fuerzas comuneras de la Santa Junta se enfrentaron a las fuerzas realistas partidarias del rey Carlos I de España, capitaneadas por Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza.
El ejército rebelde se encontraba en inferioridad, pero confiaba con luchar dentro del pueblo de Villalar, donde tendrían más probabilidades de obtener la victoria. Instalaron cañones y todo tipo de artillería en las calles de la localidad, pero la caballería realista se lanzó al ataque de forma inesperada y los comuneros no tuvieron tiempo para maniobrar. Al grito de "¡Santiago, libertad!", Juan de Padilla y los demás líderes combatieron valientemente pero en vano, siendo capturados y ejecutados la jornada siguiente.
Con Padilla, Bravo y Maldonado fuera de escena, parte de aquel derrotado ejército huyó a Portugal, mientras que otros resistieron por una causa perdida. La revolución de los comuneros se prolongó en Toledo hasta febrero de 1522 gracias a la resistencia liderada por la viuda María Pacheco. Esposa de Juan de Padilla, lloró su muerte al igual que toda la ciudad.
Las lágrimas por el amor perdido no le instaron a bajar la guardia. A María le habían llegado al oído noticias sobre la gran represión que las tropas imperiales estaban ejerciendo sobre las ciudades derrotadas. "Los virreyes negociaban de una manera muy cínica", comenta Lorenzo a este periódico. "Ellos negociaban y cuando llegaba el emperador no lo cumplían", explica.
En este sentido, Pacheco no solo no quiso entregar Toledo, tal y como recomendaban algunos de sus compañeros, sino que llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra todo el que apoyara las peticiones imperiales. Según indica el escritor, la postura de la mujer de origen granadino no estaba exenta de toda lógica. Su intención era llegar a un acuerdo con los realistas para que no "humillaran" a Toledo, como había sucedido Valladolid o Segovia. "Fue una persona muy inteligente y muy leída", aclara Silva.
No obstante, la resistencia no pudo continuar y Pacheco abandonó Toledo de madrugada, disfrazada de aldeana y con su hijo de corta edad. Su destino fue Portugal, primero Braga y luego Oporto. A partir de entonces, la violencia de Carlos I se desató por toda Castilla. Las últimas aportaciones académicas anuncian que la represión fue mucho más dura de lo que se pensaba. "El mensaje que recibían los castellanos era que el emperador estaba más dispuesto a degollar que a perdonar a nadie", asegura el autor. El monarca español trató de eliminar todo rastro de aquella revolución que había soñado con una Castilla renovada. "No solo se decapitó en el acto a los tres capitanes y se ejecutó a los procuradores, sino que en el perdón que se otorgó hubo 300 personas a las que no se les perdonó jamás", declara Silva.
Asimismo, el escritor apunta que "una de las primeras medidas que tomaron las autoridades reales cuando se apoderaron de Toledo fue derribar las casas de Juan de Padilla y María Pacheco hasta los cimientos, y araron con sal el solar para que no volviera a crecer nada nunca más". Ahora, cinco siglos más tarde, se levanta una estatua en honor a Juan de Padilla en el lugar de sus antiguos dominios. María, por el momento, no tiene ningún monumento.
Carlos V no solo borró del mapa a sus enemigos. El poeta y militar español Garcilaso de la Vega había defendido desde un primer momento el ascenso al trono de Carlos. Fue gravemente herido por la causa del emperador y pese a todo, al acudir a la boda de su sobrino, hijo de su hermano comunero, fue desterrado por el monarca. Era evidente que el rey había optado por gobernar a través del temor.
Olvido de Castilla
La derrota de Castilla en el conflicto derivó en el olvido de su memoria y en la degradación de su tierra. "Todos los relacionados con los comuneros se convierten en leprosos y las Cortes de Castilla en una cámara dedicada al aplauso al rey", considera Lorenzo Silva.
El sueño de Carlos V pasaba por transformar su vasto territorio en un gran imperio. Sin olvidar las campañas de los conquistadores españoles en América, el rey se obcecó en el control por las tierras europeas sobre las que no quería perder el poder.
Lorenzo Silva decide recuperar el recuerdo de Castilla, una "tierra próspera" que decayó a partir de la derrota en Villalar y que a día de hoy se encuentra vaciada y con una identidad caída en el olvido y el complejo. "Carlos V intentó montar un imperio que fracasó. Costó mucho esfuerzo y al final el imperio europeo se deshizo. Si todo ese dinero que se invirtió en un imperio inviable se hubiera invertido en Castilla y en establecer unas rutas comerciales más sólidas y mejor defendidas con las Indias, probablemente habría sido una nación más próspera", concluye.