Antonio Scurati (Nápoles, 1969) vive inmerso en la mente de Benito Mussolini, el socialista renegado que inventó el fascismo, la política de masas violenta y de discurso desnudo. Tratar de desentrañar las motivaciones del dictador italiano ya supone un esfuerzo titánico, que se multiplica a la hora de golpear las teclas, de reconstruir la figura del duce en toda su virulencia. "Con Mussolini no hay empatía por mi parte. El vértigo siempre es la escritura; uno tiene la sensación de que todas estas vidas pasadas, dramáticas, dolorosas, siguen existiendo solo si nosotros las contamos", desgrana el autor.
M. El hombre de la providencia (Alfaguara), que acaba de traducirse al español, es la segunda entrega del monumental proyecto literario que Scurati está trazando sobre el caudillo fascista. Una biografía ficcionada en forma de gran novela documental, donde los discursos y conversaciones están históricamente acreditados. Si el primero de los cuatro libros proyectados, M. El hijo del siglo, un éxito de ventas y de críticas, narraba el ascenso de Mussolini al poder, ahora se cubre el periodo comprendido entre 1925 y 1932, los años de gloria del duce tras convertirse en el primer ministro más joven de la historia de su país.
"El lector descubrirá a un Mussolini solo, marcado por la soledad del poder; un hombre que de forma sorprendente y formidable ha cumplido todos sus objetivos de conquista del poder y lo consolida en una dictadura de tipo personalista; un individuo que aniquila todos los derechos políticos de sus conciudadanos", explica el escritor a este periódico. "Se encuentra en un estado que va de la euforia del triunfo a la melancolía de comprender que es un triunfo vacío, una condena a la impotencia".
La bisagra entre ambas novelas la conforma la ejecución del político socialista Giacomo Matteotti a manos de un grupo de camisas negras en el verano de 1924. "Después de un asesinato tan bárbaro, Italia tenía repulsión por la violencia fascista. Mussolini se sentía marginado, rechazado, pero consiguió invertir su suerte y lo que parecía su final se convirtió en el principio", detalla Scurati. El caudillo logró sortear un doble abismo político y físico —sufría una enfermedad psicosomática, un trastorno que, según el autor, pudo ser resultado de la culpabilidad por el crimen y de los atentados contra su persona— para erigirse en "el hombre de la providencia", como lo bautizó el papa Pío XII en 1929.
Lo novedoso de la empresa literaria de Scurati, que hasta el momento ha brindado dos novelas magníficas y se va a convertir en serie de la mano de los productores de The Young Pope, radica en la forma de abordar la figura de Mussolini y el desarrollo de la Italia fascista. La historia se disfraza de narración apasionada y apasionante, en un estilo que evoca al de Éric Vuillard, pero menos pintoresco y más crudo, profundo, escalofriante. Mussolini y el fascismo aparecen retratados en carne viva. Scurati tiene la virtud de trasladar al lector al epicentro de los años más oscuros del siglo pasado, de hacerle testigo de una gran tragedia colectiva.
Ahora que empieza a embarcarse en la redacción de la tercera obra, los años que conducen al estallido de la II Guerra Mundial, Scurati tiene una pregunta para el dictador italiano: "¿Por qué, aún sabiendo que Italia no estaba preparada desde el punto de vista militar y que Hitler arrastraría a Europa a una carnicería, decidió empujar a su pueblo al matadero". Ese es también el gran interrogante al que se enfrentan los historiadores.
Populismo moderno
Una de las claves del éxito de su tetralogía todavía no finita lleva a pensar en la necesidad actual de hallar paralelismos en la historia reciente para comprender las fracturas del presente. Lo más recurrente —y exagerado— es acudir a los años treinta."Mucha gente está leyendo estas novelas como una especie de brújula para orientarse hoy en día. Además, muchísimos exponentes de la política italiana y española, tanto de derechas como de izquierdas, sé que leen este libro como una especie de manual para saber cómo actuar", apunta Scurati, que ve algún parecido, pero una diferencia fundamental: la ausencia de violencia. "Hoy atravesamos una crisis senil de la democracia: vuelven a aparecer con fuerza algunas dinámicas del populismo que tuvieron su origen en aquellos años".
—¿Se encuentra en verdadero peligro el sistema democrático?
—Soy pesimista, pero en mi opinión el riesgo no es que el fascismo vuelva en su forma histórica con la violencia, las camisas negras, las porras... Tener miedo a ese tipo de amenazas significa infravalorar el problema, porque la amenaza no está en un futuro próximo en el que puedan aparecer falangistas o squadristas. La erosión de la democracia ya está aquí ahora, y las provocan esas ideas, esos movimientos populistas que no desembocarán en un fascismo propiamente dicho. Es importante conocer a Mussolini como el inventor del populismo.
Scurati, además de profesor de Literatura Contemporánea en la IULM de Milán, estuvo al frente del Centro de Estudios sobre el Lenguaje de la Guerra y la Violencia de la Universidad de Bérgamo. Considera que el abuso de la palabra "fascista" como estigma que se lanza contra el adversario político no la ha vaciado de significado, sino que "ha provocado un rechazo en amplias capas del electorado contra ese supuesto sentido de superioridad moral y política de quienes se reivindican para sí el derecho de tachar a uno de fascista o no". La prueba del algodón, asegura el escritor, se encuentra en una frase de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, que le produjo un "auténtico escalofrío": "Cuando te llaman fascista estás en el lado bueno de la historia".
"Aquí nos encontramos ante una situación de erosión de la democracia: este intercambio de eslóganes infantiles, irracionales —libertad vs comunismo, democracia vs fascismo— es una forma de regresión de la mente colectiva a hace un siglo, a un estado de minoría mental", reflexiona Scurati, y añade: "Veo un rasgo claramente populista en los motivos que han llevado al triunfo de Ayuso, y me refiero a la cuestión de la apertura o cierre de comercios y bares. Esa es la típica acción del populismo: no llevar al electorado hacia unos objetivos, da igual que sean complejos y difíciles de alcanzar, sino ponerse detrás de las masas, olisquear todas las tendencias para secundarlas y aprovecharlas para triunfar".
—¿Cómo se combate y se derrota a un populista?
—En primer lugar, hay que luchar, nos hemos olvidado de ello. El siglo pasado ha sido trágico, desgraciado, incluso épico, millones de hombres y mujeres se prestaron a morir por la historia. No tengo nostalgia por esa época, pero la enseñanza que nos han dejado nuestros abuelos y bisabuelos es que la democracia supone luchar por la democracia, una lucha de ideas, no necesariamente de armas. Yo no tengo una manual de guerrilla, pero lo primero que hay que hacer contra un populista es no infravalorarlo, no liquidarlo con desprecio, pensando que es un tonto, que los cultos somos nosotros, porque cada vez que miramos a estos líderes y remarcamos su trivialidad y ordinariez —que además es una táctica—, los imbéciles somos nosotros.