Las campañas de Marruecos fueron una empresa ruinosa para España a nivel económico, geoestratégico y humanitario. Solo el episodio del Desastre de Annual (1921), cuyo centenario asoma en el inmediato horizonte, se saldó con la muerte de unos 10.000 soldados españoles en el intervalo de quince días. Semejante crisis, que desembocó en la dictadura militar de Primo de Rivera y cuyas consecuencias se proyectaron hasta la Guerra Civil, ensombreció cualquier heroicidad individual. Un caso singular, tanto por el reconocimiento (efímero) como por la asombrosa aventura, lo constituye el sargento de infantería Francisco Basallo.
A su regreso a la Península tras año y medio de cautiverio en territorio rifeño, el soldado reconvertido en improvisado médico fue recibido como un auténtico héroe nacional. El Ayuntamiento de su Córdoba natal lo nombró hijo predilecto de la ciudad; la autoridad militar le condecoró con la Medalla de Sufrimientos por la Patria y con la Cruz de Beneficencia de primera clase. También fue nombrado practicante militar honorario. Su figura alcanzó tal popularidad que hasta Max Estrella, el personaje principal de Luces de Bohemia, el drama de Valle-Inclán, lo propone como sustituto de Benito Pérez Galdós en la RAE.
¿Pero qué fue lo que hizo Basallo al otro lado del Estrecho para granjearse la admiración de todo un país? Su epopeya la relata su propio nieto, el periodista y escritor Alfonso Basallo, en El prisionero de Annual (Planeta), una crónica literaria que reconstruye en primera persona cómo el sargento de infantería esquivó la matanza de Dar Quebdani, inhumó a decenas de compañeros caídos durante los combates, protegió a las prisioneras de los abusos de los guardias de Abd el-Krim y curó a españoles y rifeños por igual poniendo en práctica sus nulos conocimientos médicos. Al pisar de nuevo suelo peninsular la prensa lo bautizó como "el ángel del cautiverio".
"Era una deuda pendiente que tenía", explica el autor sobre la génesis del libro, que se sustenta sobre dos pilares: lo que su abuelo le contó de pequeño, desde las palizas con cuerdas mojadas hasta las amputaciones de brazos que realizó, y las memorias del cautiverio que el sargento escribió al poco de quedar libre. Dos fuentes incompletas —el texto fue bastante escueto y regateaba los asuntos más turbios del Desastre para no meterse en líos— que han sido completadas con diarios inéditos de otros presos y sus testimonios ante la justicia militar. "He querido hacer un gran reportaje histórico; todo lo que se cuenta es riguroso, no es novela", justifica Basallo sobre la fórmula de narrador en primera persona.
Enterrar compañeros
Francisco Basallo Becerra (1892-1985), a los 28 años, fue uno de los pocos supervivientes de la matanza de Dar Quebdani, una de las posiciones españolas que cayeron tras la retirada de Annual y uno de los episodios menos conocidos del Desastre. Su posición se rindió al enemigo, y tuvo que presenciar cómo muchos de sus compañeros fueron ejecutados con una morbosa crueldad por el enemigo. El sargento de infantería estuvo prisionero en la plaza de nefasto recuerdo y en Ait Kamara, terminando su peripecia en Axdir, la guarida de Abd el-Krim, el caudillo rifeño.
Su figura alcanzó celebridad en la época por la labor humanitaria que desempeñó durante el año largo de encierro, hasta que el Gobierno español pagó por su liberación y la de otros tres centenares más de soldados. Y como otras tantas empresas admirables, arrancó de forma casual: Basallo fue a ver al sanitario del campo por unos dolores que le provocaban la rozadura de una bala, pero al contemplar el desolador panorama de la enfermería dijo que en realidad se presentaba para ayudar. Desde entonces, "el sargento tebib" (médico), se dedicó a curar heridas y combatir enfermedades como el tifus, el paludismo o la disentería.
"Toda esa labor fue improvisada, los médicos no tenían más posibilidades de sobrevivir porque estaban más expuestos al contagio del tifus", asegura el periodista y escritor. De hecho, el teniente médico Fernando Serrano, que era la persona encargada de remitir consejos al sargento Basallo desde el campamento de los oficiales, murió víctima de esta enfermedad. "Luego es verdad que le vino bien porque los moros querían médicos y era un seguro de vida", relata el autor. Ese es precisamente uno de los primeros recuerdos que guarda Alfonso de sus conversaciones con su abuelo sobre Marruecos: las filas que hacían los rifeños para que les atendiera.
Francisco Basallo, que abandonó el Ejército y se perdió en la vida civil, no acostumbró a glosar en exceso su aventura africana. Su nieto, sin embargo, desvela que sí había dos cuestiones de las que estaba orgulloso: los intentos de protección de las prisioneras mujeres, como Carmencita Úbeda, una joven secuestrada y abusada por la que él y sus compañeros tuvieron que pagar el poco dinero del que disponían para evitar que fuese vendida en un zoco como carne de cañón; y la brigada de enterradores que sepultó a 662 camaradas caídos en Annual, Igueriben o Izumar.
La biografía de Francisco Basallo que se describe en libro sirve, asimismo, para descubrir las historias, igual de penosas y emocionantes, del teniente coronel Fernando Primo de Rivera, hermano del dictador y muerto por una gangrena en Monte Arruit; el teniente Luis Casado, único oficial que salió con vida de Igueriben; el alférez Juan Maroto, que participó en la defensa del aeródromo de Zeluán; o el empresario vasco Horacio Echevarrieta, un millonario republicano pero amigo de Alfonso XIII, que medió en la ardua negociación del rescate de los cautivos.
Como curiosidad, el padre del sargento escribió una carta al director de un periódico reclamando una mayor involucración del Gobierno para lograr la libertad de los soldados prisioneros, prestándose voluntario a ir como refuerzo a pesar de sus 69 años. Días más tarde uno de esos ejemplares llegó a la prisión rifeña, emocionando enormemente al suboficial. La obra se cierra con una foto preciosa: Francisco Basallo abrazando a su madre tras regresar a España. ¿Qué se estarían diciendo? El nieto no tiene respuesta, ni tampoco conoce ninguna historia familiar al respecto. Esa escena sí es digna de una novela.