La información histórica que se conserva del castillo de Rocabruna, situado en el municipio gerundense de Camprodón, en la comarca del Ripollés, sobre una colina de roca rojiza —de ahí viene su nombre— a unos mil metros de altitud, con muralla, una torre del homenaje y un edificio residencial, es escasa. Las primeras referencias de su propiedad se remontan al siglo X, a Pere de Rocabruna, uno de los participantes en la defensa de Barcelona frente caudillo andalusí Almanzor.
El recinto, que adquirió una función defensiva en esa zona del Pirineo catalán, entre el valle de Beget, la Alta Garrotxa y los puertos de Ares, Pregón y Marlem, fue cambiando de manos a través de designaciones y ventas. En el siglo XV, el señor de la fortificación fue Pere Desbac, fiador del rey Juan II en el contexto de la guerra civil catalana y capitán general de la Montaña. A partir de ese momento, la plaza comenzó a perder su importancia para ser abandonada definitivamente en el siglo XVII.
El castillo de Rocabruna no presenció ni fue escenario de acontecimientos definitorios en la historia de España, pero las recientes investigaciones arqueológicas de sus vestigios se han saldado con el hallazgo de una importante serie de piezas de armamento medieval. Según los especialistas, la densidad de material militar descubierto en el yacimiento, fechado en un periodo tardomedieval, entre los siglos XV y XVI, es "realmente excepcional".
Al estado actual de los análisis de este conjunto le dedica un artículo Sylvain Vondra, miembro del Institut national de archéologiques préventives francés y uno de los investigadores de los objetos, incluido en el libro De fusta e de fierro (La Ergástula), una obra colectiva de reputados historiadores en la que se analizan de forma multidisciplinar las armas utilizadas por los guerreros cristianos de la Península Ibérica entre los siglos XI y XVI.
En Rocabruna se han desenterrado piezas lujosas de trabajo en hueso, de revestimiento de muebles, fichas de juego para el tric-trac, algún instrumento musical, material numismático y, sobre todo, objetos metálicos, algunos destinados a la vestimenta, como pendientes, brochas o hebillas, pero entre los que predominan los de hierro: utensilios de cocina, cerraduras de puerta y armas, hasta 159 elementos que se distribuyen entre armamento defensivo, ofensivo y de herrería.
Conjunto singular
Entre el material bélico con el que los caballeros de la época se pertrechaban para resguardar su cuerpo, destacan tres protecciones de cabeza —un pequeño capacete, la base probablemente de un bacinete y un fragmento de visera—, trozos de cota de malla, tres grandes placas completas destinadas a la protección del pecho y varias brigantinas, de formas rectangulares o cuadradas, restos de una rodela y un par de descubrimientos "raros": un codal y una escarcela, un elemento importante del arnés que tenía la función de cubrir la parte superior de los muslos.
En lo relativo a las armas de empuñadura descubiertas, Sylvain Vondra apunta que solo una de ellas podría corresponder a los restos de una espada. Se trata de una pieza que no conserva la punta, tiene una longitud de 70 centímetros y una gran empuñadura de aleación de cobre. En su lámina ancha y gruesa tal vez contó con un friso decorativo. Una tipología singular que permite clasificarla "en la categoría de bracamarte o falchion, cuyo diseño recuerda a los scramasax de la Alta Edad Media o a las cimitarras árabes".
Dentro de esta categoría, lo más significativo son las dagas, todas con hoja, espiga y anillo a modo de pomo forjados en una sola pieza, de hasta 65cm. Una de ellas se encontró con sus elementos de ornamentación de la empuñadura todavía en posición, también un hecho "raro". Han sido identificadas, asimismo, varias puntas de flecha de ballesta, de arco, balas de honda y una de plomo y proyectiles de mayor tamaño que habrían sido lanzados con un armazón.
"En el conjunto que se refiere a la guarnición del caballo y la equitación, algunos elementos son bastante insólitos", apunta el conservador galo en referencia a un testuz incompleto, una pieza destinada a proteger la cabeza del caballo de los golpes recibidos en combate. El resto del material militar para montar hallado en el castillo gerundense son espuelas de punta y de estrella u ocho estribos.
El gran interrogante que aborda a los investigadores, todavía en proceso de estudio del extenso lote bélico, consiste en desentrañar por qué existe semejante concentración de armas en los límites del castillo medieval de Rocabruna, además teniendo en cuenta la rareza de descubrimientos de este estilo. Las excavaciones, enmarcadas en un proyecto de la Diputación de Gerona en colaboración con la empresa Construcciones Beget y la sociedad In Situ, han sido más fructíferas en el interior del edificio del noroeste del recinto.
"Es cierto que resulta seductora la idea de un supuesto arsenal en ese sector", valora Sylvain Vondra. "Sin embargo, es difícil contrastar esta hipótesis, puesto que otras armas han sido recuperadas en otras áreas, especialmente a lo largo de la muralla oeste y sur, así como en la residencia señorial. No hay que olvidar la eventualidad de que, en el abandono de los espacios, se hubiera podido organizar el movimiento de materiales con probables consecuencias de dispersión". El gran misterio de un descubrimiento excepcional.